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miércoles, 22 de noviembre de 2017

A 150 años de la publicación del primer tomo de El Capital, de K. Marx

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Miguel Ángel Lara Sánchez[1]

La publicación del primer tomo de El Capital, Crítica de la Economía Política en septiembre de 1867, marcó un hito en el pensamiento de la Humanidad, pues por vez primera se exponían de forma coherente, sistemática, rigurosa y científica las leyes sobre las que descansa la sociedad actual, la sociedad burguesa. Pero no solo sus leyes, sino, al decir de Marx mismo, “de las tendencias mismas que actúan y se imponen como una necesidad férrea”, según establece en el Prólogo a la primera edición alemana. [2]
Contrario a la gran cantidad de economistas e ideólogos de su tiempo, en esta obra demostró que el modo capitalista de producción no era eterno sino que, al igual que todos los que le precedieron, ocupaba tan solo un momento particular en la evolución histórica y que, al igual que se sometía a las leyes inexorables de su desarrollo, también lo hacía en las de su necesaria disolución, teniendo como sujeto de esta transformación a la clase social desposeída de los medios de producción: el proletariado.
El descubrimiento de la ley fundamental que anima las relaciones de capital, eso que comúnmente llamamos la teoría de la plusvalía, puso al descubierto el mecanismo interno de la extracción del excedente y sobre él Marx explicó el conjunto de las relaciones económicas y sociales que modelan el cuerpo todo de la producción capitalista.
Han pasado 150 años desde entonces y el curso ulterior del capitalismo mundial no hizo sino confirmar como una necesidad férrea, las tendencias evolutivas de las leyes económicas cuyas contradicciones estallan de manera periódica en diversos tipos de crisis cada vez más violentas, sacudiendo los mezquinos cimientos de la apropiación privada de la riqueza producida.
Cuando leemos en toda su extensión la Crítica de la Economía Política descubrimos el funcionamiento global y esencial del metabolismo del capital, pero  también encontramos en esta obra la demostración científica de la superación del modo capitalista de producir con base en el desarrollo de sus propias leyes y contradicciones inherentes, lo cual le dio por primera vez al socialismo ese sustento científico para guiarlo en su ruta hacia la superación de lo que Marx y Engels denominaron la prehistoria de la humanidad. No es casual, por tanto, que en el Manifiesto del Partido Comunista hayan formulado ese nuevo tipo de concepción del mundo justo como el socialismo científico.
Y es que la Crítica de la Economía Política no nació hasta que se publicó el primer tomo de El Capital, sino mucho antes, desde que la lucha política en su país natal lo llevó a explicarse la naturaleza de las formas políticas e ideológicas existentes en los años cuarenta del siglo XIX, es decir, que el estudio de la Economía fue uno de los temas centrales, si acaso el más importante, de los últimos cuarenta años de su vida. Por eso existe una estrecha conexión y una notable correspondencia  entre El Capital y sus llamados Borradores de 1857-1858 (Gründrisse), entre aquél y los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, lo mismo que con importantes obras como Trabajo Asalariado y Capital, Miseria de la Filosofía e incluso el Manifiesto mismo, por citar algunas.
Por eso la lectura de El Capital debemos hacerla junto con esas importantes obras y de manera particular con los Borradores, ya que en ellos se abre ante nuestros ojos el proceso durante el cual Marx fue estableciendo la actuación de las leyes económicas fundamentales de la sociedad burguesa hasta descubrir la ley económica fundamental que gira en torno a la creación de la plusvalía, porque en este curso se muestra la manera en que fue perfeccionando la construcción de las categorías fundamentales, pero, sobre todo, porque principalmente es en esta obra, y en menor medida en el llamado Libro VI Inédito, donde Marx prefigura con mucho mayor detalle, sin abandonar el rigor científico, las características del capitalismo en su mayor fase de desarrollo, justo la que vivimos desde fines del siglo anterior hasta la actualidad, y que anuncia el ocaso de las relaciones de capital basadas en el trabajo asalariado, llevando a sus límites esas tendencias que nos comentaba en el Prólogo aludido.
Por otra parte, El Capital no es solo una obra de naturaleza económica, sino que en ella ocurre también una notable aplicación y desarrollo de su Concepción Materialista de la Historia, de su concepción sobre el Estado, en ella se establecen los fundamentos de la moderna Sociología y las bases científicas del socialismo. Pero también constituye la máxima aplicación de su concepción filosófica á una ciencia particular, la Economía desde su visión crítica. Al igual que Lenin, decimos que Marx no tuvo tiempo de escribir un material donde desarrollara la Filosofía sobre bases materialistas, pero en El Capital dejó la más brillante de las aplicaciones de las leyes generales de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento. En El Capital se reúnen la Lógica, la Dialéctica y la Teoría del Conocimiento en un solo haz para explicar el metabolismo económico-social actual.
Y justo es reconocer el importante papel que jugó Engels en la reconstrucción, sistematización y difusión de las leyes que explican la circulación del capital y su movimiento de conjunto, es decir, en la publicación del tomo II y III de El Capital, sin los cuales hubiese quedado trunco, o en el mejor de los casos, muy limitado el conocimiento de la reproducción del capital a escala global.

Septiembre de 2017




[1] Doctor en Economía. Conferencia pronunciada en el 150 Aniversario de la publicación de El Capital, de Carlos Marx, organizado por la Carrera de Economía de la FES Aragón, UNAM, el 5 de octubre de 2017, Nezahualcóyotl, Estado de México.
[2] MARX (1975). El Capital, Crítica de la Economía Política. México, FCE.

miércoles, 8 de febrero de 2017

Sobre la "clase política"

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José Clemente Orozco. Dioses del mundo moderno. La epopeya de la civilización americana

Muy a menudo solemos encontrar la referencia a la "clase política" en el discurso de los funcionarios, los noticieros y sobre todo en los luchadores sociales de todos los tipos. Es un concepto ampliamente utilizado para referirse a los diputados, senadores, congresistas y a los funcionarios que integran el conjunto de la burocracia estatal. Pero, al igual que otros conceptos que brotan del lenguaje cotidiano, este es uno de los que merece detenernos porque en la acción de la clase obrera le hace flaco favor a la lucha por su emancipación.
La suma de estos individuos no conforma una clase social particular. En primer lugar, las clases sociales se conforman y distinguen una de otra por el lugar que ocupan en un modo de producción históricamente determinado. No es en la acción política que se afirman, sino en la producción. De lo contrario, todo aquel que hiciera política sería parte de esta “clase política”, ya sea de manera activa o pasiva, resultando que, en el extremo de la consideración, todos los habitantes de un país conformarían esta “clase”, lo cual es un contrasentido y la más absurda de las tonterías socialmente hablando, pues incluso aquel que se mantuviese pasivo en la acción política también hace política.
Ya Lenin, continuando la obra de Marx y Engels, explicaban que los hombres encuentran identidad de clase por la posición que guardan respecto a los medios de producción, es decir, si son propietarios o no de éstos y por las formas que asume dicha propiedad; también por el lugar que ocupan en la producción de la riqueza material, tangible e intangible y por la manera en que se apropian del excedente producido. También nos explica que las clases se distinguen por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo, por el lugar que ocupan en las relaciones sociales de producción en general, pero jamás hablaron de que fuera de la órbita de la producción y particularmente en la política, se encontraban las claves para la identificación y diferenciación de las clases sociales. Y no lo hicieron porque esto conduce a graves errores a la hora de explicarnos las relaciones sociales y espirituales entre los hombres. Tal es el caso de los funcionarios públicos.
Si analizamos más a detalle el significado de la “clase política”, además de tener como resultado que todos los habitantes de un país pueden ser parte de esta “clase”, resulta que lo que se pretende diferenciar acaba diluyéndose en el todo. Pero además, en todas las formaciones económico-sociales tales como la capitalista, la feudal o la esclava, siempre se han encontrado grupos humanos que se dedican a ejercer las funciones del Estado, salvo en las comunidades primitivas, donde aún no se daban las condiciones para la separación de esta entidad del conjunto de la sociedad.
Si la política formara una clase social diferenciada de las restantes, resulta que la “clase política” habría existido desde que la sociedad se dividió en clases sociales, es decir, sería una clase trans histórica, lo cual nos conduce a la visión burguesa, completamente errónea, que niega el carácter históricamente determinado de las relaciones de producción que le dan sustento.
El uso de este concepto le es muy útil a la clase dominante en la actualidad. En las sociedades capitalistas actuales los individuos que conforman los diversos órganos de poder, y particularmente los del poder del Estado, en realidad provienen de las filas de la burguesía y de la pequeña burguesía. Ambos representan los intereses de la clase dominante. Un porcentaje mucho menor proviene de las filas del proletariado urbano y rural, allí donde la lucha por la democracia se ha desarrollado lo suficientemente como para llevar algunos de sus representantes a estos espacios de participación política. Lo usual es encontrar que aquellos que provienen de los estratos medios y superiores de la pequeña burguesía terminen amasando suficiente dinero para convertirlo en capital y transformarse así en elementos integrantes de la burguesía. Lo mismo acontece con los elementos de esta última clase, que brincan hacia estratos superiores.
Al englobarlos a todos en este concepto de “clase política”, lo que ocurre es que a los ojos de las clases trabajadoras, se nubla el carácter burgués del Estado y de las diferentes entidades que lo componen, reproduciéndose así la falsa ilusión de que el Estado constituye una entidad política que se sitúa por encima de las clases, incluso de la clase dominante. Ideológicamente le es muy útil a la gran burguesía, pues se esconde la naturaleza de clase del Estado, se oculta que constituye una fuerza especial de represión de la burguesía contra los proletarios y los campesinos pobres. Políticamente hablando, la “clase política” es un excelente concepto que alienta la conciliación de clases y particularmente que hace que los obreros y campesinos se olviden de su identidad de clase y que abracen los intereses de sus explotadores. De ahí que hasta en los medios masivos de difusión, por lo regular fuertemente monopolizados por las oligarquías burguesas de cada país, encontremos de manera regular el uso de este concepto.

Las mujeres y hombres que luchamos por la abolición del sistema de trabajo asalariado no debemos reproducir este tipo de conceptos porque constituyen vendas puestas en los ojos del proletariado que retardan el proceso de maduración de su conciencia clasista. Al contrario, debemos combatir este lenguaje y desnudar el carácter de clase de los hombres que integran los diversos órganos de poder del Estado, que no son los mismos en las diversas fases de la historia social, sino que se presentan en diversas combinaciones, según el grado de desarrollo de la lucha de clases y las formas que asume el Estado en cada país (como dictadura, monarquía, república democrática parlamentaria, presidencialista, etc.).


Miguel Ángel Lara Sánchez
febrero de 2017