PROCESO DE TRABAJO Y AUTOMATISMO
(El caso de Teléfonos de México)
Tesis
de Licenciatura
Facultad
de Economía, UNAM
Miguel
Ángel Lara Sánchez
Abril de 1992
AGRADECIMIENTOS
Esta
investigación es resultado de continuas discusiones con la militancia sindical
del movimiento telefonista y de otros sectores del movimiento obrero respecto
de la táctica de este último ante la forma actual del proceso capitalista de
trabajo. También es resultado de la preocupación del autor por encontrar los
elementos fundamentales que tipifican dicha figura, así como por el lugar que
ocupa la clase obrera en ella, lo que ha motivado asimismo la discusión de
algunas de las posiciones centrales expuestas en el material con gran parte de
las corrientes de pensamiento que han estudiado los procesos de trabajo del
proletariado mexicano en los últimos 10 años. A todos ellos: militantes
sindicales y académicos, debo un reconocimiento por sus contribuciones directas
o indirectas.
De
manera especial, por un lado, al Dr. Carlos A. Aguirre Rojas por sus continuas
guías teóricas en la concepción marxista sobre el proceso de trabajo y de
valorización, sin las cuales la investigación no hubiera alcanzado el nivel que
presenta. También, por la paciencia mostrada en la revisión de los borradores
parciales y generales que durante cuatro años arrojó progresivamente el estudio
del proceso de trabajo aquí expuesto. De otro lado, a todos mis compañeros de
trabajo y a la militancia sindical telefonista comprometida con la supresión
del trabajo asalariado y la conquista de una sociedad sin clases, que durante
más de diez años han coadyuvado de manera directa o indirecta a la culminación
de este esfuerzo reflexivo sobre las condiciones productivas actuales de la
clase obrera. De manera particular, a los compañeros del Movimiento Democrático Telefonista por ayudarme a descubrir los
secretos del proceso de trabajo y los fundamentos de la lucha de clase de este
sector del proletariado, así como a Gabriel Tzuzuki por sus guías en la parte
técnica y laboral del sistema de conmutación, aunque cabe aclarar que todo lo
dicho es responsabilidad exclusiva del autor.
INDICE
Pág.
INTRODUCCIÓN……………….……………………………………………………….5
CAPÍTULO I EL OBJETO DE
TRABAJO…………..…………………………………8
CAPÍTULO II ELEMENTOS
TECNOLÓGICOS DE LAS PRIMERAS FIGURAS DE LA TELEFONÍA……………………………………………………………………...…10
CAPÍTULO III .LA TELEFONÍA A BASE
DE LA CONMUTACIÓN MANUAL 12
1.- Nueva base técnico-material………………………………………………………..12
2.- Características del obrero colectivo…………………………………………...……14
3.- La transición hacia el automatismo………………………………………...……… 17
CAPÍTULO IV LA TELEFONÍA BASADA
EN EL MAQUINISMO………..…… 20
1.- Las primeras formas tecnológicas de la conmutación maquinizada………...…… 20
2.- El sistema telefónico de principios de los años 90 del siglo
anterior……………….24
a) las centrales de
coordenadas…………………………………………...…….24
b) la central de centrales………………..…………………………………..……33
c) las centrales de
larga distancia………….………………………………...…..34
3.- La fuerza de trabajo en la conmutación maquinizada………..………………..….…37
a) el obrero
colectivo………………………………………………………..….37
b) el comando
capitalista…………………………………………………….…40
c) las relaciones de
poder en el acto laboral…………………………..………..41
d) la acción conjunta
del obrero colectivo……………………………...………42
e) las condiciones de
trabajo……………………….…………………..……….46
CAPÍTULO V EL NUEVO CARÁCTER DEL
AUTOMATISMO EN LA TELEFO-NÍA…………...……………..……………………………………………………………...49
1.- Agotamiento de la conmutación electromecánica……………………….…………49
2.- Bases tecnológicas para el automatismo pleno……………………….……………51
3.- Espectro tecnológico de la conmutación digital……………………….……………55
a) principales
transformaciones……………………………….………………..55
b) las máquinas de
control………………………………….…………………..60
c) la revolución
operada con la conmutación digital…………..……………….63
d) los medios de
transmisión…………………………………..……………….66
e) la modularidad……………………………………………….………………67
4.- Simultaneidad y ensamble de procesos laborales diversos………..……………….69
5.- Nuevo carácter de la fuerza de trabajo………………………………..…………….69
a) la expulsión del
obrero del proceso inmediato de trabajo……..……………69
b) repercusiones sobre
el obrero………………………………….……………72
6.- Las alteraciones de poder en el acto laboral…………………………..……………75
7.- Del proceso de trabajo al proceso científico………………………….……………76
8.- Las nuevas condiciones de trabajo…………………………………….…………...79
9.- Impacto en las condiciones generales del trabajo
social……………….………….79
10.- Acciones que contrarrestan la caída de la tasa de ganancia………….……………80
11.- Los límites de la envoltura burguesa………………………………….…………..81
12.- Bibliografía………………………………………………………………………...85
ÍNDICE DE
FIGURAS
FIGURA 1. LOS CUADROS MÚLTIPLES……………….......................................…………..……………….…………...15
FIGURA 2. SELECTOR DE PASO CON AVANCE INDIRECTO…………...................................…..………….……..22
FIGURA 3. EL REGISTRO……………………………………………………....................................………….……....22
FIGURA 4. MECANISMOS INICIALES QUE INTERVIENEN
EN LA REALIZACIÓN DE LA LLAMADA……………..26
FIGURA 5. MÁQUINAS QUE CONTINUAN PROCESANDO LA
TRANSPORTACIÓN DEL SONIDO.…………..……28
FIGURA
6. MECANISMOS TERMINALES DE LA TRANSPORTACIÓN DE LA LLAMADA……....................……….29
FIGURA 7. CUANTIFICACIÓN DEL SISTEMA
ELECTROMECÁNICO DE CONMUTACIÓN TIPO ARF-102…....….31
FIGURA 8. SISTEMA AUTOMÁTICO DE MAQUINARIA PARA
LARGA DISTANCIA TIPO AKE-13….........................35
FIGURA 9. SISTEMA AUTOMÁTICO DIGITAL EN UNA
CENTRAL TIPO AXE-1............................................…...57
FIGURA 10. MECANISMOS BÁSICOS DE CONTROL DEL AUTÓMATA
TIPO AXE-1.......................................….58
ÍNDICE DE CUADROSCUADRO 1. PORCENTAJE DE TECNOLOGÍA EN LAS CENTRALES TELEFÓNICAS. 1989....................……........…..24
INTRODUCCION
El
presente material tiene por objeto el estudio del proceso de trabajo en una de
sus figuras más automatizadas de la economía mexicana, a saber: la telefonía.
Esta actividad se encuentra monopolizada por tres grandes consorcios: Telmex,
Ericsson e Indetel-Alcatel. En el primero se encuentra concentrado lo que se ha
dado en llamar la telefonía básica, esto es, la producción de la llamada como
mercancía Terminal. Los dos restantes fabrican teléfonos, máquinas intermedias
y centrales telefónicas que dan cuerpo al sistema telefónico; constituyen
procesos laborales que sirven a la telefonía básica.
A
partir de la expansión de los autómatas digitales en nuestro país, la
comunicación de datos y de imagen se han introducido progresivamente como otras
tantas figuras laborales de la producción en las telecomunicaciones, lo que ha
dado lugar a la remodelación del espectro productivo y comercial de las mismas
y a la reestructuración del monopolio más grande del país en la rama: el grupo
Telmex, para adecuarse a una competencia más encarnizada que empezó en los
primeros años de los 80´s y que se acentuó a partir de la firma del nuevo
Título de Concesión en 1990.
Mas
a pesar de la reestructuración de la rama de telecomunicaciones, la telefonía
básica mantiene hasta el momento su integración, lo que permite su estudio sin
mayores obstáculos. Es en el monopolio Telmex donde encontramos la
personificación de dicho proceso. Visto de conjunto, se articula de distintos
procesos parciales de trabajo nucleados alrededor del que conforma su aspecto
esencial: el proceso de conmutación. Es éste el conjunto de autómatas y mecanismos
de transmisión que transporta el sonido convertido en impulsos eléctricos de un
punto a otro. A su lado coexisten segmentos laborales donde el obrero colectivo
de la telefonía se fragmenta en grupos tales como los instaladores, cablistas,
linieros, reparadores, posteros, dibujantes, proyectistas, oficinistas, operadoras,
etc., los cuales conforman el abanico de procesos regidos bajo la moderna
manufactura. Un hecho singular lo tenemos en las operadoras cuyo régimen
laboral se encuentra tipificado por las formas tayloristas de trabajo.
Pero
sin duda, es en el proceso de conmutación donde con mayor nitidez se observa el
acelerado tránsito de las diversas formas evolutivas de los procesos de trabajo
capitalistas, de las formas más desarrolladas de la producción maquinizada, así
como de sus expresiones últimas. Por consiguiente, este segmento nuclear de la
telefonía es el que presenta la relación apendicular de la fuerza de trabajo
con respecto al sistema de maquinaria en sus formas más violentas, hasta llegar
a la virtual expulsión del obrero del proceso inmediato de trabajo.
Ya
en la primera década del presente siglo observamos la primera expulsión masiva
de las operadoras de la conmutación de las llamadas locales. Fue el momento en
que se sustituyó el principio manufacturero por la conmutación maquinizada de
partes electromecánicas. En ese tiempo se reubicó a la fuerza de trabajo en el
procesamiento de llamadas de larga distancia, donde aún no se imponía la
objetivación del proceso laboral. Con el pasar de los años el principio
automático fue dominando esas fases hasta absorber más del 90% del total de
llamadas realizadas, tanto locales como de larga distancia nacional e
internacional. Las aproximadamente 11 mil operadoras que existen hasta el momento
apenas tienen a su cargo un porcentaje ínfimo del tráfico telefónico, con lo
que, a pesar de su gran número, constituyen un segmento laboral limitado en
comparación al volumen de la producción en masa que procesa el sistema
automático de la conmutación telefónica.
Sin
embargo, nuestro objeto de estudio no consiste en el análisis de todo el
proceso histórico de expulsión de la fuerza de trabajo del proceso esencial de
la telefonía. Hacerlo implicaría la consideración de todo el Siglo XX como
marco temporal obligado. Nuestras intenciones son más modestas: consisten en el
estudio del núcleo esencial del proceso de trabajo en la telefonía, su proceso
de conmutación, así como las repercusiones más importantes en la fuerza de
trabajo. Esto nos limita el análisis a la década anterior y el curso de la
presente, cuestión que no le resta importancia, ya que en ese corto período se
condensa en la telefonía mexicana la transición histórica de una revolución
tecnológica de profundas implicaciones en la producción que conduce, entre
otros cambios de significación, a la expulsión de los últimos racimos del
obrero colectivo, del proceso inmediato de trabajo. Con este desplazamiento se
consuma la abolición de la presencia activa de la fuerza de trabajo en la
modelación directa del producto (la llamada), con lo que el proceso de
producción ha cesado de ser proceso de trabajo en el sentido de estar mediado
por la acción directa del hombre.
Llegamos,
por tanto, a una nueva forma del automatismo, esbozada en sus rasgos esenciales
por Marx en los Gründrisse, donde
afirmaciones como la anteriormente expuesta requieren no sólo un rigor teórico
sino además y principalmente su comprobación como fenómenos ya presentes en la
cotidianidad laboral que determinan y tipifican un proceso de producción dado.
De suyo se comprende que las conclusiones expuestas a lo largo del material
rebasan el marco específico de la telefonía y se colocan a su vez en el debate
sobre el carácter de las nuevas formas automatizadas.
Debatir
todo esto implica necesariamente el examen del aspecto tecnológico-material del
proceso de trabajo, esto es, la manera como el proceso natural convertido en
industrial a partir del perfeccionamiento de la maquinaria como sistema
automático electromecánico y después, como un complejo digital miniaturizado,
confisca una a una la actividad laboral de la fuerza de trabajo hasta
objetivarla toda.
Si
los procesos de trabajo son cada vez más y más automáticos, justo es que el
análisis se detenga en este punto tan comúnmente olvidado en la literatura
económica del tema. No es posible comprender la magnitud exacta de la posición
que ocupa el obrero colectivo en la producción si únicamente se analiza la
posición en sí misma. Si el sistema de maquinaria es la figura dominante de la
producción capitalista, si es éste quien subsume al obrero en su cadencia,
velocidad, ritmos de trabajo y determinación, necesariamente se debe examinar
el proceso que realiza el autómata, máxime cuando se trata de procesos
laborales de punta como el aquí analizado. Por eso, acostumbrados a las
exposiciones casi únicas de la actividad de la fuerza de trabajo, de su uso y
las condiciones en que se manifiesta, resultarán de lectura difícil para el
lector algunos capítulos donde se expone el funcionamiento de las formas que
asume el sistema de maquinaria, sobre todo en una rama altamente tecnologizada
como lo es la telefonía actual, por lo que hacemos votos por su paciencia. Para
una mejor comprensión del autómata se ha procurado hacer lo más sencilla
posible la exposición, aunque sin demérito de los procesos y aspectos técnicos
básicos, apoyándonos, además, en diagramas que los ilustran.
Hacer
referencia al papel de la fuerza de trabajo con respecto al proceso global y
sopesar su lugar específico frente al sistema automático de la telefonía nos
lleva a una comprensión más cabal de la relación apendicular; nos descubre la
potencia del desarrollo sorprendente de las fuerzas productivas, que pone en
manos de la clase obrera medios de trabajo que le permiten recobrar esa visión
de conjunto sobre el proceso laboral que la división del trabajo le fragmentó
hasta situarlo en la monotonía, simplificación y vaciedad del quehacer laboral.
Esto nos conduce a un nuevo tipo de obrero colectivo que brota de las últimas
figuras del automatismo, el cual recobra el conocimiento global del proceso de
trabajo, exigiéndole grados mayores de capacitación y que le fija como condición
técnica una mayor determinación sobre el proceso que controla, monitorea y supervisa,
lo que contraviene la lógica burguesa de la producción capitalista.
Para
el examen de este proceso nos hemos apoyado en el enfoque de Marx sobre los
procesos de trabajo típicos de la sociedad burguesa desarrollados tanto en El Capital como en el variado número de
materiales elaborados en el período de creación de sus grandes obras económicas.
El autor considera no sólo vigentes las líneas fundamentales que caracterizan
las formas de extracción del plusvalor relativo sino además, como absolutamente
justas las proyecciones que sobre el proceso de trabajo se establecen
principalmente en sus Borradores, y que la investigación de las figuras
laborales más desarrolladas en las telecomunicaciones, precisamente las
apoyadas en los autómatas digitales, confirmó más consistentemente de lo que
podía esperarse al comienzo de su estudio.
Hemos
de aclarar que el autor ha sido un telefonista alojado en el procesamiento de
la información administrativa, contable y/o técnica durante 13 años. Esto ha
posibilitado, además del conocimiento del proceso laboral que genera la
información, el de los procesos más importantes de la telefonía. La limitante
de no ser un técnico de la conmutación ha requerido de la combinación de una
variada serie de métodos de conocimiento del autómata que van desde la investigación
documental y la observación directa hasta las entrevistas formales e informales
con los técnicos que se encuentran en este segmento de la telefonía con el
objeto de mantener el rigor en el aspecto tecnológico-material, apoyado a su
vez en las múltiples y obligadas consultas y asesoría de los obreros especializados
en el mantenimiento de dichos autómatas.
Por
lo demás, esperamos que el presente material contribuya al debate sobre la
táctica actual del movimiento obrero, de la explicación de sus fuentes y de las
nuevas formas que asumen el automatismo y el proceso laboral, las cuales
remodelan el carácter apendicular del proletariado frente al capital, pero que
a su vez crean nuevas condiciones y métodos de lucha desde la órbita misma de
la producción, que contribuyan a su emancipación.
CAPITULO I EL OBJETO DE TRABAJO
Hablar
del sistema telefónico implica hacer referencia a un proceso que media y regula
la relación entre el hombre y la naturaleza. Históricamente, la comunicación entre
los hombres ha sido un fenómeno inherente a la naturaleza humana misma. Pero la
telefonía como forma de comunicación es hija de los progresos científicos
operados en el campo de la física aplicada a la producción material en la
segunda mitad del Siglo XIX. particularmente, de la capacidad para regular la
energía existente en la naturaleza y alterar conscientemente sus formas de
manifestación. No obstante, el proceso de trabajo que a continuación se expone
cae principalmente en la órbita típicamente humana, es decir, en las relaciones
sociales que el hombre establece. Su objeto consiste en transmitir la voz y
hacerse escuchar de un lugar a otro, esto es, conducir el sonido de un punto a
otro.
Esta
es la relación que se repite millones de veces al día. El producto de la acción
recíproca entre las máquinas y los hombres que conforman la telefonía como sistema
de producción es la llamada. Es ésta la forma elemental, la relación más
ordinaria que encierra ya las contradicciones fundamentales de las relaciones
capitalistas de producción. Al analizar la llamada como mercancía, nos
circunscribimos a la parte esencial del proceso global de trabajo de la telefonía.
Prescindimos, por tanto, de los proceso parciales de los cuales brotan el
conjunto de los medios de trabajo utilizados en aquella, tales como la
fabricación de las centrales telefónicas, la instalación de los satélites o la
producción de los teléfonos, por ejemplo. Y aunque no constituye un producto
corporeificado, tangible al igual que la transportación o la labor del
profesor, sin embargo la conducción de la energía sonora metamorfoseada en
impulsos eléctricos permite analizar con precisión las distintas fases que
recorre. Comencemos, pues por la primera de éstas.
Desde
los primeros mecanismos de la telefonía del siglo XIX hasta los más sofisticados
que rigen en el umbral del siglo XXI, la comunicación por vía telefónica en
México mantiene un rasgo común: la conversión
de energía sonora en eléctrica, y viceversa. La energía es, por
consiguiente, el agente natural sobre el que se actúa, y la continua alteración
de sus formas, sus elementos componentes.
El
mecanismo que se encarga de la conversión de la voz en impulsos eléctricos es
el micrófono. Por el contrario, el que vuelve a reconvertir tales impulsos en
energía sonora es el receptor. De esta forma, para transmitir la voz a
distancia se requiere del concurso de dos mecanismos cuya función es inversa.
La
telefonía es, en sus orígenes, un proceso compuesto de dos fases contrapuestas:
la primera, la conversión de energía sonora a energía eléctrica y la segunda,
de energía eléctrica a energía sonora (ES-EE/EE-ES). En este regreso al punto
de partida pareciera que nos encontramos con una simple repetición del origen,
ya que tenemos la voz de la misma persona reconstruida a partir del mecanismo
receptor. Pero no es así. Al consumarse esto último, la primera diferencia que
salta a la vista consiste en que esta reproducción del sonido se efectúa a una
distancia del tal magnitud que sin el concurso de la telefonía no podría darse.
En segundo lugar, al actuar la energía eléctrica como conductor, la
comunicación es simultánea, por muy
distantes que estén los interlocutores. La voz se hace presente en dos espacios
distintos al mismo tiempo. La tercera cualidad que brota de la comunicación
telefónica consiste en la superación de la mera acción emisor-receptor. Al
establecerse la llamada, el que habla también escucha lo que su interlocutor
manifiesta, y viceversa. El emisor también es receptor y este último también es
emisor. En otras palabras, con la telefonía no nos limitamos a escuchar, como
sucede en la radio, sino también y de manera casi simultánea, hablamos con
quien nos llama telefónicamente. Por tanto, esta alternancia de las formas de
energía en el circuito telefónico se presenta como lo que es en realidad: un
solo proceso, una unidad de fases contrapuestas mediada por el recorrido de la
energía a determinada distancia.
La
última cualidad de la telefonía radica en que aquí el hombre no tiene que estar
traduciendo los mensajes emitidos, tal y como sucede con la comunicación a base
de códigos terminales. Ejemplos típicos de ello los tenemos en la persona que a
través de paletas coloreadas va guiando al piloto de un avión, o de aquel que
desde tierra emite señales luminosas a un barco, auxiliándose de espejos.
En
la telefonía al hombre ya le llega traducido el mensaje gracias al aparato
receptor inserto en el teléfono, que se encarga de reconstruir la voz mediante
la información que le llega en forma de impulsos eléctricos. Veamos ahora cómo
es que se produce todo esto.
CAPITULO II ELEMENTOS TECNOLOGICOS DE LAS PRIMERAS
FIGURAS DE LA TELEFONIA
1.- Primera fase. De la
energía sonora a la energía eléctrica
El
micrófono se compone de tres partes fundamentales: la membrana, los gránulos de
carbón y la cápsula, que contiene a éstos. Por los electrodos pasa la
corriente, quienes se encuentran conectados, uno en la membrana y el otro, en
la cápsula. Al hablar frente al micrófono, el sonido se propaga en el aire a
través de ondas hasta llegar a la membrana. Ésta presiona sobre los gránulos de
carbón según la fuerza de las ondas sonoras y con ellos se producen variaciones
de corriente, ya que en todo este transcurso la energía eléctrica recorre los
electrodos y lo que a ellos se conecta. Estas variaciones generan una corriente
modulada en función de la intensidad de fuerza de las ondas sonoras. Son, en
otras palabras, los impulsos eléctricos que recorren los alambres que conectan
los dos aparatos telefónicos. Esto fue posible gracias a los progresos de la
mecánica de las ondas sonoras, la electricidad y el magnetismo. La base técnica del micrófono la tenemos, por lo
tanto, en la electromecánica.
2.- Segunda fase. De la
energía eléctrica a la energía sonora
Una vez codificado el mensaje en los impulsos eléctricos,
éstos recorren la distancia en el medio de transporte más usual de la
electricidad: los alambres de cobre, llamados usualmente hilos o pares
telefónicos. Al llegar al receptor telefónico del otro individuo entran en contacto
con un mecanismo de acción contraria. Son tres los componentes que toman parte
en la traducción de los impulsos eléctricos: un electroimán, dos bobinas
asociadas con éste y una membrana.
Al
llegar la corriente, el electroimán genera un campo magnético que, junto con
las bobinas, produce variaciones (adición o sustracción) de la corriente misma,
lo cual repercute en la membrana produciéndose así una fuerza de atracción o
repulsión de ésta con respecto al electroimán. Este concurso de fuerzas
opuestas y los movimientos correspondientes de la membrana derivados de estas
últimas es lo que produce el cambio de forma de la energía. De eléctrica pasa a
la reconstrucción casi fiel de la voz.
En
sus inicios, el choque mecánico de las ondas sonoras sobre la membrana del
micrófono daba un compás a la corriente y la modulaba de acuerdo a la fuerza
impresa. Al final, es la electricidad la que, apoyada por el magnetismo y sus
correspondientes cortes en la intensidad de la misma, produce el movimiento
mecánico de la membrana y con ello las pequeñas pero casi idénticas ondas
sonoras que había emitido la voz. Del movimiento mecánico al eléctrico y de
éste nuevamente al mecánico. Las dos formas de la energía involucradas son, a
fin de cuentas, dos formas de movimiento en un solo proceso.
Este fue el vaivén de la telefonía en su corta infancia,
que en México perduró bajo esta forma no más de cinco años (de 1878 a los primeros años de
la siguiente década). Pero a pesar de que
esta forma de comunicarse duró pocos años, sin embargo es un fenómeno
que se repite esencialmente hasta en sus formas más desarrolladas y es la base
del análisis de cualquiera de ellas. Prosigamos, pues, con su estudio.
El
lector habrá notado que aquí nos estamos refiriendo exclusivamente a la
conexión telefónica entre dos personas. Aunque en la actualidad tiene
posibilidades de conexión a millones de aparatos, los primeros años de la
telefonía se caracterizaron por la conexión
directa de uno a otro aparato. Si alguien quería conectarse con tres o más,
tenía que hacerlo a través de un par de alambres para cada teléfono.
Este
rudimentario proceso requería, no obstante, de otros componentes. El primero de
ellos, la fuente de energía, que inicialmente provenía de un magneto compuesto
por un alternador a base de imanes que mediante la acción giratoria de engranes
dentados y la presencia de un embobinado, crea el campo inductor del cual
brotará la corriente alterna suficiente. El movimiento mecánico de los engranes
es producido aquí por la fuerza humana a través de una manivela. El interruptor
de corriente es el siguiente elemento necesario para que aquella se consuma
únicamente mientras se está utilizando el teléfono. Cuando llega al segundo
aparato, la misma corriente hace accionar un timbre que cubre la función de
aviso de la persona distante. Por otra parte, son los alambres ente un teléfono
y otro, los medios de transmisión que llevan y traen la voz convertida en
impulsos eléctricos. Es aquí donde el proceso de automatización será mucho más
dinámico a lo largo de la historia en la telefonía.
Antes
de concluir la exposición del proceso elemental de la telefonía, conviene
señalar que en este período se unieron el micrófono y el receptor de cada
usuario en un solo mango. Antes de esto, su separación en compartimientos
diferentes implicaba altos costos de producción, duplicación de circuitería y
variaciones en la distancia de estos elementos con respecto a la boca y el
oído, respectivamente, lo cual deterioraba la calidad de la emisión y recepción
de la energía sonora. Al juntarlos, un solo circuito enlaza los dos mecanismos,
lo comparten sirviendo para procesos contrapuestos; reduce los costos de
producción y uniforma la distancia de la boca y el oído entre ambos mecanismos,
con lo que mejora la calidad de la llamada.
Como
podemos ver, además de la intervención de la fuerza de trabajo en la
instalación y mantenimiento del aparato telefónico, de las líneas y postes, el
hombre también ocupa un papel fundamental en la generación de la corriente
eléctrica y como posible agente distorsionados de la calidad y continuidad de
la llamada. El proceso laboral de la telefonía era, por tanto, demasiado
vulnerable a la intervención humana.
CAPITULO III LA TELEFONIA A BASE DE LA CONMUTACION MANUAL
1.- Nueva base técnico-material.
Muy
pronto la estrecha base técnica sobre la que descansa la primera forma de conducción
de la voz mostró sus límites. Al tener que conectar un par de hilos telefónicos
por cada teléfono con los que se deseaba establecer una comunicación, creció la
red de cables en las calles, así como los respectivos postes en que se apoyaba.
Esto hizo muy costosa la instalación del servicio telefónico e implicaba una
mayor duración del tiempo de trabajo en las labores de mantenimiento de tales medios
de transmisión. Con respecto a la calidad de transmisión de la energía, al
estar expuesta al tránsito en medio de una maraña de hilos durante una
distancia considerable, propiciaba impurezas que distorsionaban la buena
emisión, es decir, mercancías defectuosas debido a la naturaleza misma del
proceso. Por otra parte, al depender de un magneto y batería insertos en el
aparato telefónico, la telefonía consumía improductivamente una cantidad enorme
de energía, ya que cuando no se tenía activado el proceso para la conducción de
los impulsos eléctricos, aquellas se descargaban. Por tanto, había que
cambiarlas continuamente, lo que ocasionaba a su vez un incremento en los
costos de operación.
Si
la transmisión era la que, en su crecimiento desbordaba los límites técnicos
del proceso telefónico y lesionaba la magnitud del plusvalor ante el incremento
de los costos, había, en consecuencia, que modificar su naturaleza.
Esto
se logró concentrando la circuitería intermedia en un solo punto, “...donde las
conexiones entre los teléfonos se efectuaban solamente durante el tiempo de
conversación". Al concentrar los
vehículos conductores de la señal en un punto intermedio, brota un agente de
cualidades por entero diferentes. La principal de ellas, la conexión de los
medios de enlace, con lo cual ahora una sola persona puede establecer la
conversación con dos o más, alternativamente, sin necesidad de un puenteo
particular para cada uno de ellos. Nace, pues, un mecanismo cuya función principal consiste en la conexión y emisión de los impulsos
eléctricos hasta el teléfono deseado. Con esto se supera la estrecha capacidad
de enlace y avanza ahora con creces hacia un proceso donde desde un punto puede
establecerse el contacto hasta con otros seis o cincuenta.
El
doble carácter que encierra la mercancía aquí descrita presenta un salto: desde
el punto de vista de su utilidad, rebasa el carácter singular de su creación.
El uso de la telefonía puede disponerse hasta en 50 lugares diferentes como
destino. Enfocado cuantitativamente, se multiplica la generación de llamadas y
se reducen los tiempos de operación a base del empleo de un solo mecanismo de
transmisión socializado. Disminuye,
por tanto, la composición de valor del capital constante y el tiempo de trabajo
de los obreros dedicados a la instalación de postes y alambres.
Visto
en el tiempo, este nuevo mecanismo llamado conmutador aparece en los EUA apenas
tres años después (1879) de la invención del teléfono. En México, así como en
la mayoría de los países donde estaba establecido, también es relativamente
corto su tiempo de implantación. Los primeros cuadros conmutadores se aplicaron
a principios de los ochentas del siglo anterior, con lo que el primer proceso
de la telefonía puede caracterizarse como su figura tosca, primitiva y germinal.
El arribo a formas tecnológicas a muy temprana hora para el caso de México, se
ve estimulado por la existencia de progresos científicos aplicados a la
producción ya en otros países y también debido a que, en tanto mercado
disputado por monopolios trasnacionales como la Ericsson de Suecia y la ITT de los EUA, lo conquista
aquel que da una mejor respuesta al usuario. Por lo tanto, mientras más tarde
nace una industria o proceso laboral específico, más rápido llega a formas tecnológicas
más desarrolladas donde los anteriores fenómenos estimulan tal rapidez.
El
siguiente paso consistió en la concentración de cierta cantidad de hilos telefónicos
en cables, los cuales se instalaron en el subsuelo a partir de 1883 en la
Ciudad de México. Con ello se abre una nueva división del trabajo: nace un
nuevo sector de telefonistas, los cablistas, que introducen los cables
conductores en el subsuelo, que les dan mantenimiento y corrigen sus averías.
Finalmente,
lo que dio cuerpo a este nuevo proceso de la llamada telefónica fue la concentración
de la fuente de energía en los lugares donde se instalaban los conmutadores,
llamados centrales telefónicas. Se sustituían así las baterías locales por una
fuente central que alimentaba a todos los aparatos y que se activaba únicamente
cuando una persona descolgaba el microteléfono de su aparato. Esto desplazó,
por tanto, a la fuerza humana como fuente generadora de energía y la sustituyó
por un mecanismo automático asociado al conmutador, que consiste principalmente
en un paso de corriente. El automatismo daba así sus primeros pasos.
Al
nuevo mecanismo llamado conmutador llegan ahora todos los cables provenientes
de cada teléfono. Se concentran en un cuadro donde cada línea termina en un
pequeño cilindro metálico que sirve de punto de conexión. Para esto último se
incorporaron cordones a este cuadro cuyas terminales también son metálicas
(llamadas clavijas), una de las cuales se inserta al cilindro metálico (jack)
respectivo del teléfono que emite los impulsos eléctricos y la otra, al jack del
teléfono de destino. Tal función de enlace no la efectuaba el conmutador por sí
solo, sino una telefonista llamada operadora. Detectar el teléfono del cual provenían los impulsos para el
establecimiento de una llamada era una condición indispensable para que la
fuerza humana realizara sus funciones. Esto se logró mediante el ruido que
provocaba una pequeña chapa metálica colocada por encima de los jacks de cada usuario
cuando la corriente eléctrica llegaba hasta aquella.
Pero
si lo que llegaba al conmutador era una serie de impulsos eléctricos, ¿de qué
manera la operadora se enteraba del destino de las señales? Sólo contando con
un mecanismo que convirtiera la energía eléctrica en sonora, al igual que el
inserto en el teléfono de destino, es decir, teniendo un micrófono y un
receptor para recibir las indicaciones de la persona que iniciaba la llamada.
Por
lo tanto, existe una tercera persona que se interpone entre el teléfono del usuario
A y el del usuario B, asociada con un mecanismo de conexión
que para hacer posible la conducción de los impulsos eléctricos se vale de
instrumentos de trabajo muy singulares: los cordones y el microteléfono
(comúnmente llamado diadema) hasta ahora vistos. Pero no son los únicos. Para
recibir la corriente eléctrica del teléfono que inicia la llamada, se tiene que
conectar a través de un dispositivo -otro interruptor de corriente denominado llave-
para que aquella llegue hasta la diadema. Una vez recibido el mensaje, se
conecta al jack del abonado B y hace uso de otro interruptor para emitir desde
el conmutador la corriente alterna que hará sonar el timbre del teléfono de
destino.
La
producción de la llamada telefónica, aunque ahora se encuentra potenciada a
través de la diversificación de los lugares de destino, depende ahora no sólo
de la eficiencia de los teléfonos (aparatos terminales) sino además y
fundamentalmente de la calidad y velocidad de trabajo de los mecanismos
interpuestos durante el recorrido que hace la transmisión de señales, o sea,
del conmutador y de la operadora. Más aún: la naturaleza técnica del conmutador
le impide establecer la conexión por sí solo. Tiene que ser la fuerza de
trabajo la que, valiéndose de éste, realice dicha función. Es el conmutador,
pues el instrumento de trabajo propio de
la operadora que, asociado con el actuar de llaves, cordones y la diadema,
forma un mecanismo al servicio de la fuerza humana para la correcta transmisión
de la energía eléctrica.
Ahora
la realización de la mercancía no depende solamente de la calidad de los
aparatos emisores, conductores y receptores de la energía sino además, del
funcionamiento de una variada serie de componentes intermedios inanimados, pero
principalmente de la manera como la operadora plasme su actividad en tales
mecanismos. La atención puesta a las
chapas que llaman en su conmutador, la
rapidez de la detección de las mismas y en la operación de los interruptores,
la fidelidad en la interpretación del mensaje emitido por el usuario A, la calidad y velocidad en la contestación,
en la operación de los cordones, en la búsqueda del jack correspondiente y la
atención prestada en la vigilancia de la conversación para ver si ésta continúa
o ha llegado a su fin, en suma, de la
voluntad de la operadora, de la precisión y velocidad en el manejo de sus
instrumentos, de la cadencia de sus
movimientos laborales, así como del concurso de sus órganos sensoriales y
cerebrales, depende ahora la adecuada cristalización de la llamada como producto
terminal de la telefonía.
Con
esto se afirma el carácter manufacturero
de la telefonía, ya que es la fuerza de trabajo el agente principal del proceso y el conmutador un instrumento maquiniforme artesanal que no ha rebasado los
límites que le imprime la habilidad manual de la operadora.
2.- Características del obrero colectivo.
La
telefonía nació con la unión de obreros de diversos oficios bajo el mando de un
capitalista y agrupados en un solo local de trabajo. Por el tipo de funciones
iniciales, los primeros obreros telefonistas fueron reclutados de entre los
electricistas, oficinistas, albañiles y obreros sin especialización. Aquellos
que no contaban con un trabajo diferenciado fueron instruidos al interior de
las empresas telefónicas para ser incorporados de inmediato a su actividad
laboral determinada. Así sucedió con las operadoras, quienes a diferencia de
los otros grupos de telefonistas, se distinguían por realizar las mismas
actividades, cada una en su conmutador. No era el caso de los telefonistas que
extendían los alambres desde el teléfono hasta la central y viceversa, ya que
mientras unos hacían esto, otros cavaban el hoyo y unos más ponían el poste.
Desde sus inicios encontramos, por tanto, la existencia de formas cooperativas
y de división del trabajo que conforman el obrero colectivo de la telefonía. En
tanto que trabajaban para un solo capitalista, en función de su plan y a cambio
de un salario, desde los primeros telefonistas encontramos la sumisión a los
intereses de valorización del capital, la apropiación de la habilidad y destreza
de los obreros por las empresas de aquel entonces -la Compañía Telegráfica
y Telefónica Mexicana y la
Ericsson-, la degradación de su inteligencia debido a que
poco a poco va fraccionándose cada vez más el campo de su accionar en el
proceso telefónico y con ello la simplificación y monotonía del trabajo.
En
los telefonistas que realizaban el almacenaje, el cableado, la canalización, la
instalación de los aparatos y mecanismos se concentró la fuerza física; en los
reparadores de aparatos la velocidad de los movimientos corporales y en los
oficinistas y operadoras la habilidad manual a cambio del entorpecimiento del
desarrollo corporal. Cada sector de telefonistas desarrolló las potencialidades
físicas e intelectuales que le imponía el esquema de dirección y división del
trabajo preestablecido. La creatividad en la dirección y planeación, así como
el conocimiento global del proceso de trabajo se la reservaban los funcionarios
provenientes de Suecia y Norteamérica que ocupaban los puestos de mando de la
telefonía.
Lo único que la manufactura les reservaba a
los telefonistas del siglo pasado y las dos décadas del presente, era el
conocimiento exacto de las funciones que realizaban, mejorado notablemente por
la especialización de su actividad, aunque sólo supieran desempeñar las labores
para las que estaban entregados casi de por vida. Un cablista, por ejemplo, era
imposible que sustituyera a una operadora o a un técnico reparador de
conmutadores. La debilidad que genera la especialización se convertía en fuerza
y poder cuando los telefonistas se lanzaban a paros o huelgas y el capitalista
no tenía personal con quien sustituirlos, tal y como sucedió durante el período
de la revolución a principios del Siglo XX.
Al
depender la velocidad de conducción de los impulsos eléctricos de la habilidad
y destreza con que la operadora accionaba sus instrumentos de trabajo, el ritmo
de trabajo se subordinaba a la actividad desplegada por ésta, con lo que este
reducto de su voluntad que le dejaba todavía la forma manufacturera de
producción se convertía en una forma de presión importante cuando se trataba de
enfrentar el hostigamiento del comando capitalista, máxime si tomamos en cuenta
que todavía para 1894 los telefonistas aún no se encontraban agrupados
sindicalmente, con muy bajas retribuciones salariales -que por cierto fueron
congeladas desde 1910 hasta 1917- y bajo una jornada de 48 horas sin pago de
tiempo extra.
No obstante, dichas formas de poder que aún
poseían los telefonistas bajo el período manufacturero, contrastaban con el
sometimiento colectivo al plan de los funcionarios de la telefonía y al mismo
proceso de trabajo impuesto. No dejaban de ser un colectivo de autómatas vivos
porque desde el momento en que pisaban el taller, dejaban de ser dueños de sí
mismos para convertirse en máquinas propiedad del capitalista que los
organizaba conforme a las necesidades de valorización del capital.
Pero
volvamos al proceso de conmutación apoyado en la fuerza de trabajo. El cuadro
que todavía en la actualidad podemos ver, por ejemplo, en algunos hoteles donde
a un lado de la administración encontramos a una telefonista frente su pequeño
conmutador de 25 ó 50 líneas con su madeja de cordones, era a principios de
siglo la figura más común de la telefonía. Por cada operadora existente en una
central teníamos un cuadro conmutador cuyo número dependía de la cantidad de
teléfonos que había en la zona geográfica que abarcaba dicha central. Pero al
crecer el número de teléfonos y concentrarse éstos en zonas cada vez más
reducidas, se hizo necesario pensar en el aumento de la capacidad de los
conmutadores. No podían pasársela contratando más y más operadoras y comprando
un complejo y costoso instrumento de trabajo para cada una de ellas, como lo
era el conmutador. Por muy veloces que fuesen y en el supuesto de que
contestaran todas las llamadas que se anunciaban en el cuadro conmutador, el
límite de respuesta lo imponen los órganos corpóreos de la operadora misma así
como su rapidez.
FIGURA 1. LOS CUADROS MULTIPLES
Fuente: Telmex. Telefonía elemental. L 7, p. 75 s/f
En
un principio las modificaciones del conmutador alteraban sólo la cantidad de
líneas concentradas -aunque sumergidos en el pequeño mundo de sus componentes
electromecánicos se encontraba una oleada de cambios importantes que habremos
de detallar más adelante. De los 20 jacks pasaron a los 25, 50 ó 75. Pero
cuando se llegó a la unión de 100 líneas bajo un solo cuadro simple, ya era inevitable un cambio en el principio técnico
de dicho mecanismo: aparecieron los cuadros
múltiples. La configuración de los mismos es sencilla: si bajo los cuadros
simples a cada línea correspondía un jack, ahora con los múltiples cuenta con
un jack de respuesta dotado de una lámpara, y con otros tres jacks de llamada
puestos en paralelo, es decir, conectados todos a una misma línea, distribuidos
cada uno de ellos en un cuadro distinto, sin lámpara. De esta manera, si a una
operadora se le asignara un conmutador compuesto de tres cuadros múltiples,
fácilmente podrá identificar la línea que está llamando mediante el encendido
de su lámpara y sobre todo, podrá conectarse aun con mayor facilidad a la línea
de destino, por muy distante que se encuentre el jack de respuesta, por la
repetición de éstos en cada uno de los tres cuadros múltiples.
Al
existir en una central tres operadoras con sus respectivos cuadros simples, la
del centro podrá conectarse con facilidad a los cuadros contiguos, pero no así
las que se encuentran en los extremos al tener que hacer una conexión al
extremo opuesto. La lentitud de la conexión a la línea de destino y el esfuerzo
adicional de la fuerza de trabajo condujo ala repetición de los jacks de un usuario
para efectuar la conexión al usuario B. Como podrá observarse en la Figura 1, la ubicación del
jack de respuesta no requiere de una localización exacta. Lo que sí es indispensable
es que su identificación sea más rápida que con la laminilla. La señal luminosa
es lo indicado. En segundo lugar, con un conmutador de cinco posiciones el
capitalista dedicado a este negocio verá incrementados sus costos por la
circuitería adicional al repetir los jacks, pero a cambio de ello reducirá en
un ó0 % la ocupación de la fuerza de trabajo ya que sólo requerirá de la
participación de dos operadoras para manejar este múltiple de cinco posiciones.
En
tercer lugar, no sólo elimina la lentitud
en la conexión al jack de destino que teníamos en los cuadros simples
cuando existía un número considerable de aparatos telefónicos que se enlazaban
a la central, sino además ahora se efectúa en un tiempo menor y con un desgaste
mínimo de la fuerza de trabajo. En cuarto lugar, por el incremento sustancial
del número de llamadas cursadas se disocia la función de los jacks en la
conducción de los impulsos eléctricos hacia su destino final. Bajo los cuadros
simples, un jack lo mismo servía para recibir la señal que para conectarse con
la línea de destino. Recepción y emisión eran dos funciones presentes en un mismo espacio. Sólo la diferencia que
existía en el tiempo que ocupaba la operadora en contestar al usuario A y
conectarse a la línea del B, disociaba tales funciones.
Al
situarlos físicamente en los lugares diferentes en el cuadro conmutador y
repetir en estricto orden los jacks de conexión a la línea de destino en la
parte superior, brota una división del trabajo al seno de este mecanismo en uno
de sus componentes: los jacks mismos, lo cual reduce los tiempos de enlace
entre una línea y otra por la mayor rapidez de localización y de conexión de
las líneas de destino.
Finalmente,
la propia figura nos ilustra un tercer grupo de jacks cuya función radica en enlazarse
hacia los conmutadores de otras centrales. Mas a pesar de que este nuevo
principio técnico del conmutador reduce en forma considerable los tiempos de
conexión, ello no redunda en mayores ratos de descanso para la operadora, sino
por el contrario, lo hace más productivo al simplificar sus movimientos corpóreos;
con esto se elimina sustancialmente la ocupación de brazos humanos y los que
quedan se ven sometidos a una mayor intensidad del trabajo por la división de
los jacks en funciones específicas. Pero no obstante todo lo anterior, el
conmutador a base de cuadros múltiples
aún sigue dependiendo de la voluntad de la operadora misma, sigue siendo
todavía un instrumento de trabajo
maquiniforme, pero cada vez más sofisticado y sometido al juego combinado
de fuerzas electromecánicas.
Detengámonos
ahora en la última división laboral de los jacks: la conexión a otras centrales,
lo cual supone a estas alturas una expansión económica que hace necesario el
enlace entre una zona geográfica y otra. Desde el punto de vista de la
conmutación por vía telefónica, lo anterior exige la aparición de un medio
adicional de transportación de los impulsos eléctricos: los medios de transmisión
intermedios. Ya no es suficiente, por tanto, el enlace directo entre un
teléfono y otro, o incluso su mediación a través de la operadora. Llevar la voz
a distancias mayores y zonas geoeconómicas diversas exige una nueva mediación: los cables que enlazan una central con otra.
No son simples pares telefónicos, como los que salen comúnmente de un teléfono,
sino cableado que agrupa determinada cantidad de pares de hilos, con lo que
hace surgir un nuevo segmento de trabajadores que poco a poco se van
especializando en estas tareas. Nos referimos a los cablistas.
Pero
aquí no se detiene la expansión de los agentes de mediación. El desarrollo del
capitalismo mexicano en los primeros años del siglo XX exigía a las empresas
monopólicas trasnacionales enclavadas en esta rama de estudio el enlace entre
una población y otra o bien, entre las distintas ramas productivas ubicadas a
distancias remotas. Esto generó la comunicación por larga distancia, la cual se
estableció en México en 1911, cuando la trasnacional Ericsson enlazó al
Distrito Federal con Tlalnepantla y Cuautitlán. Poco más de diez años después
haría su aparición en México la telefonía internacional. Todo esto repercute en
modificaciones significativas en el mecanismo de conmutación que conviene
analizar porque marcan el umbral del automatismo en la telefonía.
Con
las llamadas telefónicas de larga distancia a nivel nacional se requiere de un
nuevo tipo de cuadro: el interurbano. Cuando una voz metamorfoseada en impulsos
eléctricos desea llegar hasta la provincia, tiene que manifestar esta necesidad
a la operadora de la central local, que hasta aquí hemos aludido. A través de
los circuitos y jacks de enlace, dirigirá tales impulsos hasta el cuadro
interurbano de la población de destino; ésta a su vez la pasará al múltiple del
conmutador local de esa población donde la operadora local enlazará finalmente
a la línea del teléfono deseado. Lo que en sus inicios era división del trabajo
en algunos componentes del conmutador, ahora, en su desarrollo, sirve de
soporte funcional para una división del trabajo de la fuerza humana. Nacen así
dos clases de operadoras: la local y la
interurbana o de larga distancia. Cuando la magnitud de los teléfonos era
considerable en una población, ocurre una división más del trabajo tanto en las
operadoras como en los cuadros múltiples. De las que controlan el tráfico de
larga distancia, se dividen en operadoras que únicamente enlazan los circuitos
de salida a otra población a través de posiciones
de salida en el múltiple y, por otro lado, en operadoras que reciben el
tráfico telefónico proveniente de otra población mediante posiciones de entrada insertas en el múltiple del conmutador.
Cuando
las distancias que tiene que recorrer la llamada son aun mayores, se establece
una central de tránsito entre dos
poblaciones distantes cuyas operadoras fungen únicamente como vehículo
intermedio de los impulsos entre una central y otra. Esto puede ocurrir ya sea
porque el enlace entre las centrales de una u otra población se encuentra
saturado de tráfico telefónico o bien, porque no exista tal enlace y se tenga que
terciar la conducción con otra central interurbana.
Con
esto quedan comprendidas las grandes divisiones del trabajo que median el
proceso manual de conmutación. Prescindimos de las divisiones laborales que se
presentan en los restantes procesos parciales, tales como las de los
oficinistas, técnicos que instalan y dan mantenimiento ala red exterior: reparadores,
instaladores, etc., debido a que escapa al objeto de estudio aquí tratado.
3.- La transición
hacia el automatismo.
A
estas alturas la conducción de los impulsos eléctricos desde un teléfono a otro
ya no presenta la sencillez analizada líneas atrás. Con la mediación de la
operadora y su conmutador se hizo más complejo el recorrido de los impulsos
eléctricos al aparecer como órganos electromecánicos una serie de circuitos que
realizan funciones diversas.
En
primer lugar, la circuitería que lleva la corriente desde el aparato al
conmutador. Ya dentro de éste, al jack y la lámpara correspondientes (llamado
circuito de línea) .En segundo lugar, el circuito de cordón, que incluye los
hilos alámbricos del cordón de la operadora, los de la llave que conecta a ésta
con el usuario A y que sirve también para mandar la corriente de llamada al
teléfono del usuario B; así mismo, incluye los
relevadores de alimentación, las conexiones a .las lámparas indicadoras del
término de la llamada y los condensadores. El tercer circuito es el que asocia
todas las conexiones electromagnéticas del llamado equipo de operadora (la
diadema). Incluye además, la llave o interruptor que emplea la operadora para supervisar
la realización de la llamada sin que sea escuchada por los interlocutores;
también contiene la llave de llamada inversa, un indicador de llamada, la
conexión a un magneto, un circuito de alarma nocturna y un relevador que
alimenta la diadema de la operadora.
Como
podrá notar el lector, estamos ante un mecanismo
de conexión electromagnética compuesto de varios grupos de circuitos que se
van activando conforme la fuerza humana va disponiendo de ellos para la transportación
de la voz codificada en una corriente eléctrica, es decir, para que esta última
logre puentear la distancia existente entre el jack de un teléfono al jack de
otro. Cada circuito es un órgano que cumple una función particular, siendo ya
significativa la división del trabajo al interior de este mecanismo inanimado.
Aguzando
más la vista a su interior, notamos la presencia de dos tipos de conexiones:
las que efectúa la operadora a través de sus cordones y llaves respectivas y
las que se realizan sin el concurso de la
fuerza de trabajo. ¿Dónde sucede esto? En los relevadores. De reciente aparición en nuestro análisis, estos órganos
cumplen una función que pronto será determinante. Se componen de un armazón
metálica, una bobina sujeta a ésta, una plaquita metálica que es atraída a la
bobina en presencia del campo magnético y por último, de un juego de contactos
a través de los cuales pasa la corriente. Sus características, aunque son
similares a los mecanismos analizados en el micrófono y el receptor, cumplen
sin embargo una peculiar actividad: cuando la plaquita es atraída hacia el campo
magnético creado por el paso de corriente a través de la bobina, une o separa los contactos, con lo que
cumple una función de paso o de interrupción de la corriente.
Por
consiguiente, con la invención del relevador ha aparecido un órgano que cumple esencialmente la función principal de la fuerza de
trabajo: conectar o desconectar
circuitos. Y aunque por lo pronto no ha desafiado la supremacía de la
operadora como agente principal en la mediación de la llamada, sin embargo ya
empieza a tener un lugar propio en el instrumento artesanal más complejo con
que cuenta la fuerza de trabajo, ya que de los tres grupos de circuitos
analizados, se encuentra presente en cada uno de ellos. Con la aparición del
relevador en 1892 se anuncia el ocaso de la manufactura como forma única y
principal de producción al verse apropiadas -aunque de manera parcial y tosca-
las funciones de la operadora.
Finalmente,
el tercer aspecto que marca el agotamiento de esta forma de producción la tenemos
en las dimensiones del conmutador, producto del crecimiento numérico de los
teléfonos y, en consecuencia, de las llamadas. Al desarrollar la técnica y el
uso de los cuadros múltiples se pudieron construir centrales telefónicas con
una capacidad máxima de 10 mil líneas, hecho que facilitó la expansión de la
comunicación por vía telefónica como jamás se había visto antes. Pero con ello
también creció con rapidez el número de telefonistas empleados. Hemos visto que
cada vez que brotaba una nueva división del trabajo, nacía a su vez un nuevo
grupo de telefonistas. Entre más grande era la distancia del teléfono de
destino, más operadoras se interponían como agentes intermedios en la
conducción de la voz, lo que hacía cada vez más vulnerable la realización de la
llamada a las imperfecciones humanas. Crecía la capacidad de tráfico de los conmutadores
pero también la fuerza de trabajo.
El
aumento sustancial de la necesidad de contar con un mecanismo a base del obrero
colectivo manufacturero para dar respuesta a una creciente demanda de llamadas
cada vez va siendo menos compatible con la valorización del capital, pues
aumenta la magnitud de valor de la fuerza de trabajo total ocupada. La medida
del producto, esto es, el paso inmediato hacia la producción masiva de
llamadas, exige, por tanto, el paso a la producción en gran escala de la comunicación.
Este
límite lo encontramos, por el lado de los instrumentos maquiniformes de la operadora,
en la necesidad de contar con una circuitería interna y externa más numerosa
derivada del aumento de la capacidad de los cuadros múltiples. Esto
incrementaba sensiblemente el costo de producción de tales instrumentos así
como los gastos de mantenimiento al ocupar día a día un grupo mayor de técnicos
cuyas funciones se hacían más lentas a medida que el conmutador se saturaba más
y más de órganos diversos con sus respectivos circuitos, creciendo también, por
tanto, los desperfectos en su funcionamiento.
Por
el lado del agente fundamental del proceso de trabajo, la operadora, éste aumentaba
en volumen y crecía su división interna a medida que la escala de crecimiento y
extensión geográfica se expandía, lo cual chocaba ya a estas alturas con el
peso incrementado del tráfico telefónico. Pero si ya el automatismo había hecho
su aparición y funcionaba a los ojos del capitalista con una cadencia y
regularidad envidiables, aunque todavía dependiendo de la habilidad y destreza
de la fuerza humana, el salto no se dejó esperar por mucho tiempo. No había más
que extender su uso al resto del conmutador para usurpar las funciones de la
operadora. Y así fue.
CAPITULO
IV LA TELEFONIA BASADA EN EL MAQUINISMO
1.-
Las primeras formas tecnológicas de la conmutación maquinizada.
En
un principio, los relevadores descritos líneas atrás fungían como meros órganos de alimentación, como es el caso
de los existentes en los circuitos de cordón y diadema usados por la operadora;
o bien, como órganos de paso de la
corriente. Tal es el caso de los que se encuentran en los circuitos de línea y
que sirven para enlazar en un solo circuito la línea del teléfono con el jack y
su lámpara. En otras palabras, hasta ese momento se les empleaba como fuerza motriz intermedia o como vehículos de tránsito de los impulsos
eléctricos, que distribuían y/o transferían el movimiento transportado hacia
los instrumentos de trabajo de la operadora. Y aunque en esencia cumplían la
función principal de la fuerza humana, por su naturaleza no alcanzaban a
revolucionar el modo de producción de la telefonía.
Esto
sucedió cuando se empleó a los relevadores para la operación de los cordones y
sus clavijas respectivas auxiliándose del movimiento mecánico, es decir, sólo
cuando actuaron, por un lado la energía eléctrica, la batería central y los relevadores
de alimentación, y de otro, la circuitería de transportación y sus respectivos
relevadores y engranes mecánicos para mover por
sí solos los cordones y enlazar así un jack con otro, fue cuando se impuso
el automatismo basado en la maquinaria sobre la capacidad humana de trabajo.
Siendo los cordones y su circuitería correspondiente el mecanismo principal del
conmutador y los instrumentos fundamentales de la operadora, fue aquí donde
ocurrió la verdadera transmutación del proceso laboral. Y no fue en la diadema,
por ejemplo, ya que esta herramienta únicamente le servía a la operadora para
recibir, interpretar y emitir la información que se requería para saber cómo y
hacia donde operar y enchufar los cordones y sus respectivas clavijas.
Al
apropiarse del manejo de los cordones, el conmutador ahora los incorpora al
cuerpo de su variado mecanismo y con ello expulsa a la fuerza humana del
conjunto de la labor de conmutación. Enseguida expondremos la forma específica
de esta apropiación de los instrumentos por la máquina y posteriormente
analizaremos la manera en que las funciones adicionales de la operadora fueron
depositadas en esta compleja maquinaria.
La
primera versión del conmutador maquinizado consta de una fuente de energía: la
batería central, el compartimiento donde se alojan todos los contactos de las
líneas telefónicas llamado múltiple, un mecanismo motriz intermedio que
consiste en una bobina, y el selector,
que cierra el circuito entre la línea y el contacto correspondiente del
múltiple. Nos encontramos aquí con algunos viejos conocidos. Por un lado, la
batería central, como fuerza impulsora, y los relevadores y bobinas de
alimentación, como fuerzas motrices intermedias. Por otro lado, el cuadro
múltiple, que bajo el conmutador manual aparecía como un panal de jacks ante la
operadora, reaparece aquí, só1o que inserto como órgano interno del conmutador,
teniendo campos de contactos en vez de jacks. Estos últimos han desaparecido y
fueron sustituidos por pequeños puntos terminales, donde se efectúa la conexión.
Finalmente,
en el selector tenemos al mecanismo
que se ha apropiado del antiguo cordón de la operadora. Este reaparece bajo una
nueva vestimenta: es ahora un pequeño brazo metálico su parte terminal, llamado
brazo de escobilla (anteriormente la clavija) movido por el concurso ordenado de
engranes, varillas y barras metálicas impulsadas por la fuerza electromagnética
de relevadores y bobinas (ver Figura 2). Es la máquina de trabajo del
conmutador y éste la maquinaria autoactuante.
Con
el desplazamiento de la operadora mediante el selector, hubo de ser necesaria
la aparición de un mecanismo que sustituyera o bien absorbiera las funciones de
recepción de la información, interpretación y puesta en marcha de la misma para
el manejo de los cordones. Esto eliminaba de por sí la información verbal que
emitía el usuario hacia la operadora.
Ahora,
con la conmutación automática cambiaba de forma dicha información. En vez de
energía sonora reproducida en la diadema de la operadora, se insertaba un
mecanismo en los teléfonos que emitía la información a través de impulsos
eléctricos codificados. El disco que
todos conocemos y que perduró hasta antes de la aparición del teclado como
parte de los aparatos telefónicos es el nuevo órgano que mediante procedimientos
mecánicos va cortando la corriente según el número marcado. Por tanto, a través
de la marcación se envía la información
suficiente para que el selector llegue hasta el punto del múltiple deseado. La
gran limitante de esta primera máquina de trabajo consiste en que su movimiento
depende del mando directo de la marcación,
lo que hace muy costosa su configuración. En segundo lugar, para conectarse
debe recorrer todos los contactos precedentes antes de llegar al de la línea
deseada. Su movimiento es, por consiguiente, unidireccionaI y giratorio. La capacidad máxima es de 100 líneas
por selector, colocadas en forma de arco, formando un semicírculo.
Los
selectores pequeños tienen una capacidad normal de 10, 15, 25, 30 y 50 líneas
en el múltiple; los grandes, 100, 200, 300 y 500 líneas. Así, pues, un
conmutador de poca capacidad (de 100 líneas, por ejemplo) con selectores de
capacidad de 10 líneas, tendrá 10 selectores, es decir, 10 máquinas de trabajo
articuladas por un solo mecanismo de transmisión y alimentadas por una sola
fuente principal de energía. Por tanto, aunque se trate de la telefonía maquinizada
a base de un conmutador de mando directo como el aquí analizado, nos
encontramos con la presencia de una maquinaria autoactuante que maneja
simultáneamente un número mayor de máquinas-herramientas, comparado con la
reducida masa de cordones empleados por las operadoras.
Al
instalarse en una central 10 conmutadores de 100 líneas, tendremos una
capacidad máxima de mil líneas atendidas por cien selectores. Es evidente el
aumento en el número de éstos puestos en movimiento de manera simultánea, con
la peculiaridad de trabajar bajo formas cooperativas simples.
Pasemos
ahora al análisis de un selector cuya forma de movimiento es diferente, y que
perduró por mucho tiempo en la telefonía tanto nacional como
internacionalmente. Se trata del selector de progresión continua de la Ericsson, con capacidad
de 500 líneas.
En
un principio, su movimiento mecánico ya no depende directamente de la marcación
en el disco, sino de otros órganos interpuestos que capturan y procesan la
información para dirigirla al selector. Son las figuras objetivadas que
sustituyen las funciones cerebrales de la operadora referidas a la detección
del deseo del usuario por establecer una llamada así como de todos aquellos pasos
sucesivos en que interviene para llevar el cordón hacia el jack de conexión correspondiente.
El mando del nuevo mecanismo es, por lo tanto, indirecto, mediado por la acción
electromecánica del mecanismo de transmisión. La capacidad del múltiple de un
selector Ericsson se encuentra potenciada: 500 líneas, con lo que se puede
llegar ala construcción de centrales de gran capacidad (diez mil líneas o más) sin intervención de la fuerza humana.
De
estar sujetos a un movimiento unidireccional y giratorio, pasa a tener hasta
tres formas de movimiento: elevación, rotación y penetración, con lo que
aumenta considerablemente la rapidez de su movimiento y su capacidad de enlace
con las líneas. Aquí el movimiento electromecánico se ha perfeccionado con la
incorporación de más engranes dentados, flechas, bobinas, armaduras, relevadores,
etc. y, sobre todo, con un brazo más largo, es decir, con una "clavija",
para emplear la figura de la conmutación manufacturera, más larga y dotada con
hasta seis puntos de contacto que por su movimiento de penetración puede
enlazarse con 20 líneas en cada uno de los 25 grupos que conforman el múltiple.
Con
el aumento en la capacidad de conexión de los selectores, de su número y sobre
todo, de sus formas de movimiento, ha crecido enormemente la masa de los medios
de transmisión y la fuerza del mecanismo motriz, hasta llenar prácticamente el
espacio disponible en las centrales telefónicas.
Hasta
el momento hemos expuesto el funcionamiento básico de las primeras máquinas
herramientas que aparecieron en la telefonía. Hicimos abstracción de los
órganos restantes que se interponían entre la marcación y el movimiento del
selector. Pero a estas alturas resulta indispensable darles paso con el objeto
de ver la manera en cómo quedó integrada la maquinaria que se encarga ahora del
proceso de conmutación en su conjunto.
FIGURA
2. SELECTOR DE PASO CON AVANCE
INDIRECTO.
Fuente: Telmex. Telefonía Elemental. L 10, p. 5
|
Bajo
la conmutación manual la intervención de la operadora no sólo consistía en el
manejo de los cordones y llaves para enlazarse al jack del múltiple correspondiente.
Se servía, además, de la diadema donde se transformaban los impulsos eléctricos
en el mensaje hablado del abonado que deseaba establecer la comunicación. Enseguida,
con esa información, buscaba visualmente el
contacto deseado y se percataba de si se encontraba libre u ocupado. De
resultar lo primero, se conectaba y emitía la corriente de llamada. Una vez
logrado el enlace con el teléfono de destino, se encargaba de supervisar
la permanencia de la comunicación. En todo esto, no sólo las manos actuaban
como órganos de trabajo de la operadora sino además, la visión, el tacto, la
audición y las funciones cerebrales de memoria y procesamiento de la información
que recibía. Por tanto, al crearse un mecanismo que no dependía del mando
directo de la marcación, tenía que interponerse un órgano o conjunto de órganos
que realizara(n) estas funciones de control
por la operadora.
En
su versión más simple, el órgano que se encarga de esto es el registro. La
representación del mecanismo básico se puede graficar como se expone en la Figura 3.
Al
descolgar el aparato y marcar el usuario A, emite el mensaje que es capturado
por el registro; éste lo traduce, interpreta y memoriza, y en base a esta
información realiza funciones de mando para la operación del buscador y
conectador, previa emisión del mensaje a éstos. Finalmente, a través de los relevadores
insertos en el circuito del cordón supervisa la continuidad de la llamada y
desactiva los circuitos cuando concluye.
"El
registro representa en sí el cerebro mecánico eléctrico..." Esta revelación
tan brillante que nos proporciona el manual que editan los instructores de
Teléfonos de México va más allá de la mera sustitución de los instrumentos
artesanales de trabajo de la operadora.
FIGURA 3. EL REGISTRO
Fuente: Telmex. Telefonía
elemental. L.7, pág. 95
Incursiona,
además, desde épocas muy tempranas -los años 20's del presente siglo-, en la
apropiación por la maquinaria de los procesos cerebrales básicos de la naturaleza
humana durante el acto laboral. A pesar de que nos encontramos con las formas
primigenias de la automatización en la telefonía, sus efectos rebasan con
creces las innovaciones tecnológicas del siglo XIX que por lo general
sustituían la mano humana en la operación de los instrumentos de trabajo, salvo
los casos excepcionales anotados por Marx cuando se refiere a que la maquinaria
tenía incorporado el freno automático al momento de ocurrir algún desperfecto
en la transformación de la materia prima, al fijar el ejemplo del self-acting-stop de la hiladora
mecánica.
Del
selector de mando directo, donde la máquina de trabajo actúa en base a la
marcación por el usuario del número telefónico mediante el disco al selector de
mando indirecto, anotábamos en este último la interposición de órganos que
capturaban y procesaban la información para enrutarla hacia la máquina de
trabajo. Dicha mediación la conforma el registro, el cerebro inanimado, de
reciente creación, que viene a representar un nuevo elemento del sistema de
maquinaria, a saber: la máquina de control. Bajo la gran industria analizada
por Marx en su tiempo, no encontramos a dicho mecanismo inserto en el sistema
automático. Estos actúan sin dicha mediación; las máquinas de trabajo operan
directamente, de acuerdo a su configuración técnica específica. Lo mismo
encontramos con la primera figura de la conmutación maquinizada.
Aunque
constituye un cambio esencial en la configuración del sistema automático de maquinaria,
sin embargo no revoluciona el proceso laboral ya que se mantiene el principio
tecnológico referido a que las máquinas herramientas son las que constituyen el
eje de la objetivación del proceso de trabajo.
Antes bien, las incipientes máquinas de control sirven a la máquina de trabajo, procesan la información que les
llega, sirven de órgano de mediación sujeto al mecanismo que opera directamente
el objeto de trabajo.
Más
adelante, el desarrollo tecnológico tendrá en este campo una presencia notable
que hoy en día, con la unión de la microelectrónica y la computación rebasa los
límites que convencionalmente existían, hasta motivar una nueva revolución del
proceso laboral, como se expondrá en el siguiente capítulo. Mientras tanto,
retornemos el estudio de este nuevo mecanismo.
Finalmente,
asociado a la invención del registro, vemos un perfeccionamiento del sistema de
maquinaria al reaparecer una división laboral en el múltiple: el que
corresponde al buscador y el múltiple del conectador, que recuerda en la
conmutación manual a los múltiples de entrada y a los de salida,
respectivamente. Por otra parte, aparece con mayor nitidez la similitud del
cordón con el circuito que une al buscador con el conectador y a estos últimos
con la clavija de contestar y la de llamar, respectivamente, todos ellos
contenidos en el selector. Así como el cerebro de la operadora controlaba la
operación de varios cordones, de la misma manera el registro puede tener a su
mando un variado número de selectores.
Como
se detallara en la
Introducción, nuestro objeto de estudio consiste primordialmente
en el análisis actual del proceso de trabajo en la parte de la telefonía que
tecnológicamente se encuentra más desarrollada y que a su vez constituye la
columna vertebral del sistema: la conmutación. Sin embargo, para su mejor
comprensión ha sido indispensable la exposición tanto de la conmutación manual
como de las primeras formas maquinizadas de trabajo, máxime si consideramos que
la publicación tiene en los lectores en general su destino final.
Para
abordar el siguiente capítulo prescindiremos, por tanto, del recorrido de algunos
de los cambios tecnológicos sucedidos entre los primeros años del presente
siglo y la década de los noventas ya que nuestro objeto de estudio no radica en
la historia de la telefonía desde el punto de vista tecnológico. Se han
expuesto, por el contrario, aquellos que explican de mejor manera al sistema
automático actual de la conmutación telefónica.
2.-
El sistema telefónico de principios de los años 90 del siglo anterior
Para
fines de 1989, la telefonía en México contaba con 9.3 millones de teléfonos y
5.4 millones de líneas. Para ello, se apoyaba en la existencia de 1 008
centrales telefónicas cuyo espectro tecnológico es el siguiente, tomando como
base la información de principios del año citado.
Cuadro 1. Porcentajes de
tecnología en las centrales telefónicas.1989
.
TIPO
|
%
|
De paso a paso
|
12
|
De coordenadas
|
66
|
Semielectrónicas
|
2
|
Digitales
|
20
|
TOTAL
|
100
|
Fuente: Telmex. X Reunión Corporativa.
Septiembre, 1989
Esta
radiografía general del estado tecnológico del sistema de conmutación incluye
las centrales locales, las centrales interurbanas, las de tránsito y las de
larga distancia. Conforme vayamos analizando cada uno de estos segmentos de
trabajo, precisaremos la escala particular de cada uno de ellos, interesándonos
por el momento el carácter de cada uno de los tipos de centrales descritos en
el cuadro anterior.
Comenzaremos
con el estudio de las centrales de coordenadas en virtud de ser la base tecnológica más usual del
proceso de conmutación aún a principios de los 90. Las centrales paso a paso y
semielectrónicas las omitiremos debido a que la primera ya fue expuesta líneas
atrás y la segunda, además de ser de un porcentaje insignificante, para estas
fechas, sus cualidades están insertas tanto en la tecnología de coordenadas como
en la digital, por lo que el análisis de estas dos últimas satisface el
cumplimiento de las metas trazadas en el presente trabajo.
a)
Las centrales de coordenadas,
El
singular personaje al que pretendemos sacarle los secretos de sus entrañas para
descubrir en él la fuente de sus movimientos, sus órganos vitales, su sistema
neurovascular y la composición de sus elementos simples con el objeto de
comprender hasta dónde llega la supremacía del trabajo muerto frente al trabajo
vivo, así como las repercusiones correspondientes derivadas de esta forzosa
sujeción es el complejo maquinizado compuesto de una gran variedad de clases de
máquinas que ocupan casi todo el espacio de los edificios donde se aposenta.
Ya
desde la anterior generación de conmutadores electromecánicos (de paso a paso)
observamos con nitidez la existencia de un sistema
integrado de maquinaria impulsado por una sola fuerza motriz, donde el
telefonista desempeña el accesorio papel de mero órgano consciente para el mantenimiento
y corrección de las fallas. Con la aparición del registro como el cerebro
inanimado de esta maquinaria se rebasa la concepción clásica del maquinismo.
Desde los primeros sistemas de maquinaria en la telefonía de los años 20's del
presente siglo resulta insuficiente la división de la misma en mecanismo
motriz, mecanismo de transmisión y máquina de trabajo porque aparece este nuevo
componente que asume funciones de control
y gobierno sobre estos dos últimos órganos, Si ya bajo los selectores de
paso a paso encontramos a esta nueva y primordial figura del maquinismo, con la
tecnología de conmutación a base de coordenadas resalta su importancia. La necesidad
de permutar y transportar un volumen cada vez mayor de tráfico telefónico y de
accionar selectores de mayor complejidad y capacidad en sus órganos de trabajo
hace necesario el perfeccionamiento de estos nuevos mecanismos de mando en el sistema integrado
de maquinaria.
Ya
tuvimos ocasión de exponer que bajo los conmutadores paso a paso la conexión de
los circuitos se efectuaba a través de movimientos de elevación, rotación y
penetración donde el extremo de un brazo metálico se conectaba a los contactos
deseados en el múltiple del selector. Bajo la conmutación de coordenadas este
principio desaparece y la lentitud de la conexión por las diferentes formas de
movimiento necesarias deja lugar a un movimiento más simple y uniforme:
atracción y repulsión de barras metálicas movidas por la fuerza electromagnética
de los relevadores, que provocan desplazamientos hacia adelante o hacia atrás
de las ligeras varillas metálicas y muelles que componen ahora los distintos
mecanismos del sistema.
La célula de este tipo de conmutación la
tenemos en los relevadores, es decir, en el movimiento electromagnético que
genera su campo y el movimiento mecánico de los resortes, en cuyas partes
terminales se encuentran ahora los puntos de contacto para la transportación de
los impulsos eléctricos.
La
máquina de trabajo es ahora el selector
de coordenadas y su configuración tiene mucho que ver con su denominación:
De forma rectangular y muy pesado, cada selector en realidad es un grupo de
diez pequeños selectores, también llamados verticales, movidos cada uno de
ellos por un electroimán y unidos por un mecanismo común de fijación. Cada selector
parcial está compuesto de una ligera barra vertical llamada brazo elevador y
por diez o doce grupos de resortes de la misma. Finalmente, el cuadro lo
completa un mecanismo compuesto regularmente de cinco o diez varillas metálicas
dispuestas horizontalmente, cada una de las cuales es impulsada por el campo
magnético que generan sus respectivos electroimanes.
Al
llegar la corriente a los electroimanes de las horizontales y las verticales,
ocurre el movimiento mecánico de sus varillas, reglas y los resortes de
contacto respectivos, de tal forma que de acuerdo ala información codificada
que traen los impulsos eléctricos, se conectará un solo par de resortes de
trabajo del grupo de resortes respectivo a un par de contactos de la regla de
contacto correspondiente. Por la acción horizontal y vertical de las barras
metálicas en un determinado par de puntos de conexión es que este selector se
denomina de coordenadas. Aquí la antigua clavija que manejaba la operadora bajo
la conmutación manual reaparece en la regla de contactos, y los jacks en el
conjunto de contactos inmersos en los variados grupos de resortes, só1o que
ahora a una velocidad de conexión
mucho mayor, con menos desgaste de energía, con movimientos más simples y
breves, y reducidos a un minúsculo tamaño.
Los
engranes y ruedas dentadas típicos de la conmutación paso a paso que generaban
los tres tipos de movimiento para la conexión del brazo al contacto deseado se
esfuman por completo. El selector de coordenadas ya no necesita de ellos para
la conexión de los circuitos; se sirve ahora de nuevos mecanismos: el de fijación,
que es común; las horizontales, los relevadores y grupos de resortes. Tenemos,
pues, ante nosotros una nueva máquina de trabajo conformada por una combinación
sistemática de "diversas clases de máquinas de trabajo individuales y de
grupos de las mismas".
A su interior se presenta, por tanto, la cooperación
de mecanismos de distinto actuar y dentro de éstos la cooperación de sus
componentes en funciones similares , movidos
por la energía que reconcentran y modifican en su forma los relevadores para el
movimiento mecánico de los órganos de trabajo. Una función parecida tendremos
para el movimiento presente en los restantes mecanismos del sistema.
FIGURA 4. MECANISMOS INICIALES QUE INTERVIENEN EN LA REALIZACION DE
LA LLAMADA
Fuente:
elaborado con base en diagramas contenidos en ARF-1O2. Telmex.
Una
vez expuesta la dinámica interna y celular de este autómata, pasemos al estudio
de la maquinaria en su conjunto.
Primero.
Todo empieza cuando una persona descuelga el auricular de su teléfono. Este
acto pone en movimiento un pequeño órgano llamado relevador de línea; éste a su
vez pasa el impulso eléctrico a un grupo de 200, que es en realidad la moderna
forma del múltiple, que cuenta con un selector llamado indicador de llamada, el
cual cumple la función de conectarse a la línea que llama. Acto seguido, la
energía activa a un singular mecanismo llamado marcador cuya función consiste
en identificar al usuario, almacenar temporalmente las tres cifras del número
que llama y solicitar aun mecanismo inserto en él, llamado analizador de categoría, que analice la categoría a la que
pertenece el teléfono. Todo esto lo hace el marcador para saber la posición que
ocupa el usuario que llama en el selector y posteriormente probar un camino a
través de verticales en los selectores hasta un circuito de cordón.
Llegado
a este punto, nos encontramos con un rasgo tecnológico singular: la existencia
de distintos pasos de selectores: el A, B, C y D, los cuales flexibilizan no sólo
la conexión de los circuitos sino sobre todo el enrutamiento de los impulsos
eléctricos para transportarlos con mayor rapidez hacia el interior del sistema.
Posteriormente,
a través del circuito de cordón, el marcador llama a un segundo mecanismo de
parecida configuración: el marcador de buscador
de registros y casi simultáneamente también a un registro, mediante el
concurso de un selector de registros insertos en este mecanismo. Ahora el
registro almacena la marcación de categoría del teléfono que llama, así como el
número del usuario para efectos de cobro, si es que se trata de una llamada de
larga distancia. A su vez, desconectará
a los dos marcadores y se encargará de mantener la conexión entre los dos
primeros selectores y el selector de registro. Todo esto 1o hace con el objeto
de avisarle al usuario -mediante el
tono de marcar- que está en condiciones de recibir
y almacenar la marcación. Es como si una persona que asiste a una junta
internacional de un negocio cualquiera, primero tiene que pasar por un registro
en la portería. De ahí, preguntar a una recepcionista la localización del
evento; ir al edificio correspondiente y registrarse con uno de los
organizadores de la junta, proporcionándole la respectiva información de su
procedencia: país, empresa, cargo, departamento, etc.
La
interacción de estos variados órganos de trabajo y control se produce en el
tiempo que transcurre desde que se levanta el auricular hasta que el usuario
recibe el tono de marcar, que no va más allá de 500 milisegundos aproximadamente.
jTodo este conjunto de pesados y ruidosos órganos es puesto en movimiento a una
velocidad jamás imaginada ni por las más veloces operadoras o las más opresivas
figuras del comando capitalista de la conmutación manual, y sólo para
identificar y darle tono de marcar al usuario que llama! Es como si, en nuestro
ejemplo, el organizador de la junta le autoriza tocar la puerta de la sala
donde tendrá lugar el evento, con la gran diferencia que en este caso a la
persona aludida le tomará varios minutos o hasta horas, si es que la asistencia
es numerosa y a un mismo tiempo.
Pero
no sólo la velocidad de la conducción de las señales y de operación de las
partes del sistema es un rasgo cualitativamente diferenciado de esta
tecnología. También lo es el fraccionamiento
espacial y temporal de los selectores, su división en cuatro pasos
parciales para flexibilizar el manejo de los impulsos; la aparición de un nuevo
concepto en la transportación de aquellos: el enrutamiento, que reduce el tiempo de esta operación, ahorra energía,
los costos y el uso de equipo, y coadyuva a evitar el congestionamiento de las
vías de conducción de la llamada.
Rasgo
distintivo lo es también el crecimiento de la capacidad del múltiple: compuesto
a base de cinco módulos de 200 líneas cada uno, pudiendo coexistir hasta 10 mil
líneas con 10 marcadores controlándolos. Y finalmente, la división, por el momento, de algunas de las funciones que concentraba
el registro bajo la conmutación paso a paso, en órganos de control y mando diferenciados: los dos marcadores, el
registro y el selector de registro.
Con
esta tecnología comienza, por consiguiente, la disociación de las funciones de control de la información en entidades orgánicas diferenciadas. Aparece,
pues, la división del trabajo entre máquinas para las funciones cerebrales, creando una nueva escala temporal para la cuantificación de las mismas y de las
funciones de trabajo. Con esto no queda ni la sombra respecto a la velocidad de
los movimientos corporales de la fuerza de trabajo en la operación de los
instrumentos y mucho menos acerca de la masa de los mismos puesta en movimiento
por sus manos.
Pero
retornemos los pasos de la conducción de la llamada. Casi al mismo tiempo que
el usuario empieza a operar el disco para marcar el número deseado, el registro
se conecta a un emisor de código,
sirviéndose para ello de un buscador especializado para tal fin (recuérdese que
este órgano también es un selector). Ahora está en condiciones de capturar y almacenar las cifras del número
marcado para después enviarlas a un marcador
de selector de grupo mediante el circuito de cordón y particularmente a un
receptor de código inserto en este mecanismo. Para ello, se emplea una forma distinta de transmisión de la
energía: el código multifrecuencial de secuencia obligada, de mucho mayor
velocidad. Aquí se almacenan de nueva cuenta las cifras necesarias a fin de que
este marcador escoja la vía adecuada hacia donde se encuentra el usuario B y la
pruebe para conectarla al selector de grupo o, si es necesario, para enviar las
cifras hacia un segundo marcador de selector de grupo con el objeto de que este
último haga la conexión en uno de los selectores a su cargo. Cuando esto sucede,
el primer marcador de selector de grupo se libera y las verticales involucradas
quedan retenidas desde el circuito de cordón (ver Figura 5).
Posteriormente,
desde la vertical en el marcador correspondiente se envía una polaridad de
llamada hacia otro órgano de gobierno llamado receptor de código (CD-KM). Este
equipo está inserto en el grupo de mil líneas, existiendo hasta un máximo de
cinco de ellos en cada grupo y su función consiste en recibir, almacenar y
procesar hacia la fase siguiente el número del usuario B. Llegado a este punto,
ocurren dos posibilidades: que el número corresponda al de un conmutador
privado (de una fábrica o negocio cualquiera) o que sea un número común y
corriente. Si es el primer caso, actúa un nuevo órgano de control llamado PBX
el cual recibirá, almacenará el número y probará él mismo una vía libre hacia
cualquiera de las existentes en el conmutador privado, informando al receptor
de código CD-KM cuál fue el número final empleado para enrutar la llamada hasta
el destino final.
FIGURA 5. MAQUINAS QUE
CONTINUAN PROCESANDO LA TRANSPORTACION DEL
SONIDO
Si
no es un número de conmutador, el receptor CD-KM efectúa dos conexiones simultáneas:
una, con las cifras hacia el grupo de 200 (el múltiple) indicado y la otra,
hacia el primer marcador (el de línea), quien de inmediato detecta qué receptor
de código es el que le está mandando la transmisión. Ahora este marcador iniciará
la búsqueda de las rutas más factibles a través de los distintos pasos
parciales de selector (A, B, C y D) hacia el teléfono de destino; también
investigará si este último se encuentra libre u ocupado; analizará la categoría
del usuario, tal y como sucedió al comenzar la llamada e informará de todo esto
al registro con el auxilio del receptor de código CD-KM, quien envía la señal
de control hacia atrás, empleando la señalización multifrecuencial de secuencia.
Cuando la vertical correspondiente del cuarto paso de selector (SLD) se activa,
se libera el último receptor de código y enseguida el marcador de línea (SLM),
lo cual se podrá seguir en la Figura
6.
FIGURA 6. MECANISMOS TERMINALES DE LA TRANSPORTACION DE
LA LLAMADA
Casi
en la última etapa de la llamada, el registro envía una señal al circuito de
cordón para indicarle que la selección ha terminado. También envía la señal de
llamada al usuario B y tono de control de llamada al usuario A para que éste se
dé por enterado de que su llamada ha llegado hasta su destino final. Si resulta
que el número se encuentra ocupado, el registro corta la conexión hecha hasta
el momento, bloqueándose la línea del usuario A. Si es lo contrario, el
registro deja la conexión en manos del circuito de cordón y se libera. Todo
esto ocurre en apenas unos tres segundos como máximo después de terminada la
marcación del número en el disco.
La
anterior exposición corresponde a una llamada que ocurre entre dos teléfonos a
cargo de la misma central. Pero cuando el usuario B se encuentra en otra
central, el primer marcador de selector de grupo detecta esta diferencia y en
vez de enrutar hacia el receptor de código CD-KM, busca una vía de salida hacia
la central referida, actuando para ello un nuevo órgano llamado repetidor de
línea saliente (FUR) que está conectado en el otro extremo al repetidor entrante
de otra central (FIR).
De
esta segunda parte del recorrido de la llamada merece destacar, en primer
lugar, la eliminación de la comunicación
entre el usuario y la operadora. La marcación del disco por el primero
sustituye el lenguaje de la fuerza de trabajo y tan sólo unos cuantos dígitos
son suficientes para que el conjunto del sistema maquinizado tenga la información
completa a fin de que sus órganos lleven la voz convertida en impulsos hacia el
destino deseado. Si la intención es llevar la voz de una región a otra o de un
país a otro, sólo son suficientes unos cuantos dígitos más para que nuevos
órganos, más potentes y sofisticados (las centrales de larga distancia)
efectúen las conexiones de un punto a otro. Los dígitos son, por tanto, el lenguaje propio de este sistema integrado,
la base informática esencial para su movimiento autoactuante. No es necesaria,
por tanto, una instrucción previa para que la fuerza de trabajo, como sucedía
bajo la conmutación manual, reciba el mensaje emitido por el usuario, ni que se
mutile su lenguaje para que únicamente se acostumbre a contestar lo indicado,
en base a frases breves y con una modulación preestablecida.
Con la conmutación automática esto se ha acabado. Basta con diseñar a punto los
marcadores y registros para que se puedan captar, retener, interpretar,
decodificar, traducir y almacenar la información que proviene del disco telefónico
sin que se corra el peligro de que aquellos se pongan a platicar con estos últimos
y así desperdiciar preciosos instantes de trabajo productivo.
Segundo.
La división de las funciones de la máquina de trabajo en selectores parciales
fragmenta y rompe la continuidad de los impulsos, pero no con el objeto de
hacerla más lenta y rígida, sino para inducir el efecto contrario: flexibilizar su condución a través del
enrutamiento y el aumento de la velocidad de la transmisión. Esto no sólo es
propio de los selectores de línea, sino también aparece en los selectores de
grupo y en el múltiple, por lo que podemos asegurar que este es un rasgo
distintivo de la tecnología de coordenadas que produce en todo el sistema los
efectos arriba citados. Es la fragmentación parcial del proceso laboral a base
de máquinas de trabajo similares: la cooperación simple entre autómatas
alternada con la división del trabajo.
Tercero.
Bajo la conmutación basada en el proceso manufacturero de trabajo, la operadora
tenía que identificar la chapa o señal luminosa del usuario que llamaba y conectarse
a él con un cordón, para estar en disposición de recibir el número telefónico
deseado. Con la conmutación a base de coordenadas hay un cambio notable, pues
al momento de descolgar el auricular, entran en escena variados mecanismos: en
primer lugar, se ve atraído un relevador de línea; éste, a su vez, pasa el
impulso eléctrico a un grupo de 200, que es en realidad la moderna forma del
múltiple, el cual cumple la función de
conectarse a la línea que llama. Las funciones cerebrales de la operadora y las
relativas a sus órganos sensitivos reaparecen bajo mecanismos distintos: la
recepción, interpretación, memorización, procesamiento y emisión de los
mensajes que la fuerza de trabajo recibía del usuario para llegar hasta los
contactos de la persona con quien deseaba establecer la comunicación, ahora se
disocian todas ellas como funciones específicas de los marcadores,
registradores, receptores y analizadores. Son éstos el cerebro, los oídos, la visión y las cuerdas bucales de la operadora,
que funcionan prescindiendo de la pesada y molesta diadema y de los arcaicos cordones
y llaves. Tenemos, por otra parte, diferenciadas en órganos distintos la memorización temporal (en los marcadores
de línea) y la memoria permanente (en
los registros). Todo esto conforma la
revolución más importante que se presenta bajo el sistema maquinizado de
coordenadas, y que le abrirá paso a otra más potente y radical, de alcances
históricos, bajo la forma superior del automatismo apoyado en la electrónica
digital.
Cuarto.
Casi imperceptible, pero presente, el uso de una nueva forma de conducción de
las señales dentro de la maquinaria misma es un fenómeno cualitativamente
superior, una forma de movimiento que potencia la velocidad de la transmisión,
propia de los órganos de control del sistema.
Quinto.
Sólo un mecanismo integrado tan potente como este pudo tener la capacidad de
manejar un colosal volumen de llamadas en forma simultánea. Responder al
tráfico masivo que generan más de 9 millones de teléfonos con la precisión
típica de la maquinaria sería prácticamente imposible o, en la más remota de
las posibilidades, de un costo económico y laboral sin precedentes si se le
diera respuesta a base de la conmutación con asiento en la manufactura. Se
requeriría de un inmenso ejército de telefonistas para el manejo de tan altos
niveles de tráfico, y dada la velocidad a que tendrían que trabajar, con la
presencia de muchas interrupciones y errores, debido al desgaste físico e
intelectual de la fuerza de trabajo.
El
actual sistema maquinizado de la telefonía evita esto. A partir de que por sus
cualidades y la rapidez de sus conexiones se ha definido una nueva dimensión del tiempo en la operación
de sus órganos, las milésimas de segundo son ahora las magnitudes a considerar
en la velocidad de operación y junto con ello la resistencia de los materiales
a emplear, para altos flujos ininterrumpidos de trabajo; en la consideración de
la cadencia laboral y en la rapidez de las funciones de control.
Visto
desde el lado cuantitativo del asunto, una central como lo es el gran complejo
maquinizado ARF-102 puede conmutar el tráfico telefónico desde unos cuantos
cientos de líneas hasta 10 mil. Si desglosamos la cantidad de máquinas
existentes en este sistema por cada mil líneas telefónicas, tendremos la
siguiente configuración (Fig. 7). 40 selectores SLA, 30 en S LB, 12 en SLC y
otros 12 en SLD, compuestos cada uno de ellos de diez pequeños selectores llamados
verticales, tal como lo vimos líneas atrás. En total, 94 selectores o bien, 940
verticales; el mecanismo llamado marcador de línea está compuesto en realidad de
dos máquinas similares que trabajan alternativamente; un marcador de registros,
que controla a diez registros ó 20 como máximo, 15 buscadores SS, 12 emisores
de código KS, tres TG's, hasta cinco receptores de código CD-KM, un marcador de
selector de grupo que regula la conducción de la llamada a través de 160
verticales o entradas del selector de grupo GVA y/o 400 en GVB y/o hasta 1,600
en GVC y finalmente 40 circuitos de cordón.
FIGURA 7. CUANTIFICACION DEL SISTEMA ELECTROMECANICO DE
CONMUTACION TIPO ARF-102
FUENTE:
Elaborado en base a los diagramas del sistema ARF-1O2. p. 17 y diagramas
anexos.
En
consecuencia, si estuviésemos frente a un sistema ARF-102 que trabajase a toda
su capacidad con la conexión de diez mil líneas telefónicas, tendríamos 940 máquinas
de trabajo reguladas por 20 marcadores de línea, 20 analizadores de categoría,
diez marcadores de registros, hasta 200 registros como máximo, 150 SSV, 120 KS,
30 TG, 50 CD-KM y 400 circuitos de cordón. Todos ellos, en sincronía de trabajo con dos marcadores de selectores de grupo GVM
I y GVM II, cada uno de los cuales a su vez actuando sobre selectores de grupo
A, compuestos de 160 verticales; el B, de 400 verticales y hasta un C,
compuesto de 1 600 verticales. Como vehículos de conducción hacia y desde otra
central tenemos mil máquinas FIR y 1,200 máquinas FUR.
Este
descomunal concurso de partes electromecánicas se compone a su vez de miles de
relevadores, barras horizontales y verticales, resortes, etc. Puestas en
movimiento de manera simultánea, plantea como uno de los principales problemas
a resolver el de la ruta que debe seguir la llamada a lo largo del sistema.
Debido a que la ocupación de las vías de conducción de los impulsos eléctricos
se realiza en una multitud de puntos -porque son miles las llamadas que están
presentes- es que el propio mecanismo de gobierno debe realizar una función que
bajo los conmutadores de paso a paso no tenía mucha importancia por la rigidez
de su configuración: nos referimos nuevamente a la selección, de entre todos
los pasos y mecanismos, de las trayectorias
de acoplamiento para la transportación de los impulsos. En otras palabras,
al enrutamiento preciso que deben tomar las llamadas de entre los muchos
caminos posibles que brindan los distintos pasos de selectores, los selectores
de grupo y el conjunto de órganos de gobierno para ver cuáles de todas estas
partes del sistema se encuentran disponibles para llevar a cabo la conducción
de la señal. Esta característica, aunada a la nueva forma de transmisión que
tenemos en el uso de códigos multifrecuenciales de secuencia obligada, son
cualidades que emergen necesariamente del empleo de miles de órganos, del
descomunal aumento cuantitativo de sus elementos.
b)
La central de centrales
Con
el desarrollo de la producción a escala nacional e internacional creció y
progresó la telefonía. El efecto inmediato consistió en la propagación de las
centrales telefónicas y su extensión en radios geográficos cada vez mayores.
Sucedió nuevamente la apremiante necesidad que brotara –tal cual se suscitó en
la infancia de la telefonía- del aumento creciente de los aparatos telefónicos:
la concentración de las líneas en un conmutador. Y así como surgió la central
telefónica como mecanismo de unión y concentración de los hilos transmisores de
cada teléfono, así nació un nuevo segmento de la telefonía: la central de centrales, comúnmente llamada
central de tránsito o tandem.
Antes
de su aparición, todas las centrales existentes tenían que enlazarse entre sí
para ser capaces de llevar las llamadas a cualquier punto. Eran enlaces
directos (denominados red malla), o más rigurosamente, vías directas de
conducción de los impulsos, que generaban una multitud de conexiones físicas
distribuidas a lo largo y ancho de las ciudades. Al aparecer la central tandem
todas las centrales locales se enlazan a ella a través de una ruta de transportación
(llamada red estrella), que hace más sencilla la configuración de la red y
disminuye notablemente el uso de las vías de transmisión así como su costo.
En
la actualidad estas dos formas de construcción de la red, la malla y la
estrella, se combinan para una fluidez óptima del tráfico. Lo que determina su
combinación es la cantidad de aparatos existentes en una región y el volumen de
las llamadas. Para un lugar donde existen pocos teléfonos resulta incosteable
la conexión de las centrales por enlaces directos; en cambio, será apropiado enlazar
las centrales a una tandem. Por otra parte, si el tráfico telefónico es grande
entre una central y otra, éste saturará el enlace directo, con lo que se optará
por el uso de la vía que ofrece la central de tránsito. De la existencia y
combinación reales de todos estos casos es que la práctica ha impuesto la
combinación de estas dos vías de conducción del tráfico telefónico.
Aunque
en esencia la central de tránsito es similar en su estructura y funcionamiento
a la central local ya que también se apoya en la tecnología de coordenadas, sin
embargo su aparición viene acompañada de nuevas cualidades, dada la naturaleza
de su ser. En principio, se convierte en un agente que posibilita la conexión y enlace entre las distintas
centrales locales. Con el sistema ARM -el más usual de las centrales de
tránsito hasta nuestros días- un usuario encuentra en este complejo maquinizado
todas las opciones de destino posibles concentradas en una sola vía, sin el
cual tendría que contar con tantas vías como opciones quisiese. De esto salta a
la vista una nueva cualidad: la concentración
de los miles de llamadas dispersas que emiten las centrales locales de una
región dada para su emisión hacia los
múltiples puntos de destino.
La
propia definición de sus funciones nos revela que nos encontramos ante un
mecanismo de dimensiones mayores que las centrales locales: si cada una de
éstas contiene hasta 200 registros y 20 marcadores de línea, en cambio las
centrales de coordenadas del tipo ARM cuentan con 800 registros como máximo,
atendidos por 40 marcadores de vía.
La
configuración de este mecanismo también tiene como célula a los relevadores. A
su lado coexisten las partes fundamentales que se detallan para las centrales
locales ARF-102: las barras llamadas verticales, las horizontales, los grupos
de resortes, etc., y por el papel que cumple como complejo maquinizado de
tránsito del flujo telefónico, encontramos coexistiendo, junto a las máquinas
de trabajo (los selectores de diversos tipos), las de transmisión y la maquinaria
de control compuesta entre otras por los
registradores y marcadores de registradores; a nuevos mecanismos tales como los
marcadores de vía, que vienen siendo los principales órganos de gobierno, la cooperación simple de numerosos
repetidores de línea entrante y de línea saliente (FIR y FUR, respectivamente),
las verticales de registradores, los ordenadores de turno (RK/M, también piezas
clave en las centrales tandem; la aparición de nuevos tipos de relevadores, es
decir, de nuevas familias de células de
trabajo tales como los relés exploradores de dirección y los relevadores de
marcación de paso entrante; una nueva clase de pasos parciales: los GDA y GDV;
la aparición de otra máquina parcial llamada bloque de prueba (TB), etc., todos
los cuales, cada uno en su género, se encuentran trabajando orquestadamente
bajo la cooperación en funciones similares y a su vez, en una marcha concertada
por la división del trabajo, ya visto de conjunto el funcionamiento de las
diversas clases de máquinas.
Este
sistema de maquinaria bautizado como ARM-20 presenta dos cualidades más que merecen
especial atención: aparte de sus órganos de control y mando, nos revela a su
interior una vasta y complicada red de vías
de transportación del tráfico telefónico, lo cual tiene significativa importancia
dada la naturaleza de su cometido dentro del sistema telefónico. Esto a su vez provoca
el realce de la información codificada
en un lenguaje sencillo pero muy eficaz que, aunque ya existe de manera
primitiva en la maquinaria antes vista, en la central de tránsito es una de las
características fundamentales y necesarias del sistema, ya más en forma, que
reduce considerablemente la circuitería y que hace una singular diferenciación
al requerir un ejercicio más profesional de los órganos de memoria que codifican la información y de circuitos decodificadores especializados.
Finalmente,
como la razón de su existir consiste en ser todo él un medio de transmisión del
flujo telefónico, tiene como rasgo distintivo el que sus marcadores de vía
siempre cuentan con la información completa acerca de las líneas disponibles
que hay en cada una de las vías. Para lograr lo anterior, los relevadores
involucrados en esta tarea son los más incansables órganos de trabajo ya que
están activados para esta función durante
todo el tiempo. La continuidad en
la supervisión de las rutas libres aquí manifiesta es otra más de las
características de esta enorme maquinaria.
Por
el lugar que ocupan en la totalidad del sistema telefónico, las centrales de
tránsito son un vehículo intermedio de conducción, que para 1989 contaban con 265
mil entradas, las cuales representan 5.16 millones de líneas equivalentes, con
el 30% de troncales digitales. Es la transición personificada, corporeificada
en un particular subsistema de maquinaria. Es la conexión materializada en un autómata inanimado entre los dos lados
del fenómeno llamado telefonía: el usuario A y el B.
No sólo
es mediación y transición, sino también calidad
que se distingue por su labor de concentración y enlace de las llamadas
dispersas en su origen para su posterior enrutamiento ordenado y sistemático,
empleando rutas o vías comunes de conexión y de conducción hacia el destino
final. La emisión de sus impulsos tiene tres posibilidades de tránsito:
a)
hacia la central local de destino donde se encuentra el usuario B,
b)
hacia otra central de tránsito y
c)
hacia el sistema de larga distancia, ya sea automático o vía operadora.
En
el primer caso, ella sola es la mediación, es decir, entre los dos autómatas de
conmutación se interpone otro cuya función radica en servir de medio de
conducción y enlace; en los restantes, tan sólo constituye una más de las
máquinas parciales intermedias. Allá es un sistema de maquinaria basado en la
cooperación de máquinas de funciones diversas (división del trabajo como rasgo
esencial); por el contrario, visto de conjunto, como una de tantas partes
integrantes del complejo maquinizado de tránsito, cada una de las centrales
tandem pasan a ser máquinas parciales de trabajos cooperativos similares
(cooperación simple en el variado sistema integrado de maquinaria que le da
cuerpo a la telefonía).
c)
Las centrales de larga distancia.
La
conducción de mil millones de llamadas de larga distancia nacional e
internacional al año donde sólo el 7% se cursa con el auxilio de la fuerza de
trabajo (las operadoras) requiere de un subsistema automático de conmutación
cuyas dimensiones rebasan los vistos hasta el momento. Nos
ocuparemos por el momento de la central que en México desde fines de los sesentas
ha sido el complejo sobre el que ha recaído esta descomunal tarea: la central
AKE, que sólo hasta después del sismo de 1985 se vio superada en tecnología y
capacidad por las centrales digitales de larga distancia.
Este
enorme conjunto de máquinas parciales tiene una capacidad máxima de 60 mil
líneas o troncales: 50 grupos de 600 líneas entrantes y otros 50 grupos de 600
líneas salientes. Con este tipo de central encontramos la misma configuración
tecnológica apoyada en la electromecánica, pero con una diferencia sustancial:
sus selectores, es decir, las máquinas de trabajo emplean barras de código binario las cuales son activadas en base a pulsos. En la operación y desoperación
no consumen corriente y tienen la ventaja de autolimpiarse los contactos al estar en trabajo, con lo que reducen sustancial mente la ocupación de la
fuerza laboral en el mantenimiento y ajuste de los mismos. Frente al selector de
coordenadas, el de código ocupa un tercio de espacio, pesa menos de la tercera
parte y tiene más del doble de salidas. Cuenta con diez verticales de entrada y
presenta la novedad de contar hasta con 17 salidas comunes.
Sin
duda, el rasgo más distintivo de este nuevo selector de código consiste en el
tipo de herramientas de trabajo que opera, ya que al aparecer por vez primera
en la tecnología electromecánica un componente de barras de código binario se
abre paso al ensamble con la
tecnología de rango superior, que revolucionará todo el espectro laboral y
social : la tecnología digital. De ahí que en la central AKE, aún siendo de la
familia de las centrales anteriormente descritas, esté controlado tanto el
equipo de conmutación como los repetidores (FUR y FIR) por un sistema de cómputo. Por sus dimensiones y el alto volumen de
llamadas que procesa, se encuentra controlada por ocho computadores trabajando en paralelo.
Esta
es la revolución más importante observada en esta parte de la telefonía: la incorporación de la computación a la
producción misma, al corazón de la conmutación, que por el momento se
encuentra presente en los órganos de gobierno sin tocar aún las diferentes
máquinas parciales de trabajo. Centremos, pues, nuestra atención a los cambios
operados en esta parte del sistema.
FIGURA 8. SISTEMA AUTOMATICO DE MAQUINARIA PARA
LARGA DISTANCIA TIPO AKE-13
Fuente: Telmex. Telefonía elemental. L 11, p.80
El
primero de ellos consiste en su configuración
modular. Atrás ha quedado la rigidez de la tecnología electromecánica, la
imposibilidad de la misma de aumentar o disminuir la cantidad de máquinas
parciales de trabajo, algunos órganos intermedios o los mecanismos de gobierno
sin tener que realizar las adecuaciones técnicas y operativas en las partes
restantes del sistema maquinizado. Con la estructura modular de la central AKE
ocurre una fragmentación orgánica de
sus elementos, de funcionamiento relativamente independiente, que le permite crecer
sin necesidad de alteraciones en la maquinaria restante, que facilita estas
operaciones mientras las otras se encuentran
trabajando. En suma, una flexibilidad y
mayor capacidad que las centrales electromecánicas no brindaban.
Incluso,
dicha modularidad llega hasta la configuración de la maquinaria de conmutación,
es decir, de las diversas máquinas de trabajo parciales, ya que se encuentra
constituido en base a módulos integrados por grupos de 600 juegos de
relevadores de troncales con dos pasos parciales de selectores. La nueva forma de estas máquinas coincide con la
configuración del sistema de cómputo pero, sin embargo, contiene el mismo
perfil tecnológico anteriormente visto. Esta es, por tanto, una de las contradicciones
presentes en el sistema de conmutación de larga distancia que, como veremos enseguida,
hará necesaria la existencia de algunos mecanismos que medien esta diferenciación.
Pues bien, si el salto de calidad lo encontramos en el conjunto de los órganos
de gobierno, es aquí donde nos detendremos para descubrir las modalidades que
presenta.
El
primer bloque de módulos que lo integra es el de procesamiento de datos, el más grande del sistema de control y mando. A su interior se encuentra
controlado por un procesador y se compone además de un SIP y un canal de
procesamiento de datos. En los dos primeros reaparecen algunas de las funciones
que desarrollaban los marcadores y registros bajo la tecnología de coordenadas:
en el PRO, el análisis de cifras y la selección de trayectorias en el equipo de
conmutación; en el SIP, funciones rutinarias tales como el barrido de señales y
la operación de selectores y relevadores.
El
segundo bloque de módulos es el llamado subsistema de transferencia, cuya
función primordial radica en servir de adaptador
entre el procesador y los repetidores FIR y FUR, es decir, de acoplador ente el computador y el
sistema de conmutación; entre la tecnología electromecánica y la digital.
Gracias a este conjunto de órganos de gobierno se puede adaptar la velocidad de
trabajo de los relevadores con la del procesador. Al ser prácticamente una memoria temporal, almacena la
información y las instrucciones de mando que provienen de la memoria permanente
(el procesador) y las conserva únicamente durante el tiempo necesario que requieren
las máquinas parciales de trabajo para su funcionamiento.
A su
interior coexisten dos subsistemas compuestos de diversos módulos. El primero
de ellos es el subsistema de entrada y salida (lO) que se encarga de la comunicación
con la fuerza de trabajo que le da mantenimiento y que comunica con el conjunto
de órganos de trabajo que procesan los datos. De él dependen los módulos de la
máquina de escribir, la lectora de cinta y la cinta magnética. El segundo
subsistema, el de operación y prueba, es el encargado de controlar el funcionamiento del equipo de conmutación y sus múltiples
órganos de trabajo y mecanismos de transmisión del movimiento. Se compone de módulos
de operación y prueba.
El
tercer bloque es el subsistema de procesamiento de datos que, junto con el
bloque inicial donde se almacena el procesador, constituyen el conjunto de órganos
que integran la memoria permanente de
todo el sistema de cómputo. Su estructura se conforma de: a) la memoria de
datos, integrada por bloques, b) el control de transferencia, que es un órgano
intermedio entre el procesador y el subsistema de transferencia cuya función
consiste en auxiliar en el control del equipo de conmutación y de las máquinas
externas de trabajo: teleimpresoras, teclado, lectoras, perforadoras de cinta,
etc. y c) el múltiplex, que agrupa los módulos de los multiplexores de la
memoria de datos y los multiplexores de transferencia.
Aparte
de estos bloques de órganos de control encontramos una serie de máquinas parciales
de trabajo que dependen de todo el sistema: ellas son las cintas magnéticas,
los tambores magnéticos, el equipo de comunicación de datos, las
teleimpresoras, el teclado y las lectoras y perforadoras de cinta de papel.
Por
último, tenemos la maquinaria de facturación
de larga distancia compuesta de tres clases de máquinas parciales: la central
automática propiamente dicha, la maquinaria de facturación (Toll ticketing) y
la maquinaria de grabación de datos.
Una
vez descrito a grandes rasgos, el sistema de maquinaria de larga distancia tipo
AKE para efectos de mayor comprensión por el lector, anotaremos algunas de las
cualidades de este sistema, ya que se analizarán en detalle más adelante,
cuando se exponga el funcionamiento de las centrales digitales, por ser éstas
la expresión más desarrollada de la automatización hasta principios de los años 90, basada en la
tecnología digital.
Anteriormente,
bajo la tecnología electromecánica los órganos de control (marcadores, registros,
analizadores, emisores, receptores, etc.) estaban diseñados técnicamente en
toda su configuración para un solo tipo de funciones o bien, para una sola
serie de actividades. El principio técnico que se imponía era la rigidez de sus trabajos. Con el
procesador, la misma estructura física de un mecanismo de control puede
desarrollar distintas actividades debido a la incorporación de funciones 1ógicas
en las máquinas de control a través del uso de los procesadores. Antes eran
necesarios diversos mecanismos de
gobierno para funciones igualmente distintas y por consiguiente el peso que
ocupaban éstos en todo el sistema de maquinaria era cada vez más voluminoso;
por el contrario, con la aplicación de los computadores al sistema, un solo mecanismo
puede variar sus funciones con la simple modificación de los programas. La rigidez abre paso a la flexibilidad de
las rutinas de trabajo y de las funciones lógicas de mando, control y
supervisión.
Otra
de las consecuencias de esta revolución consiste en la velocidad de operación.
Si bajo la tecnología de coordenadas se impuso una nueva dimensión en la cuantificación
de los tiempos de trabajo, ahora se da un nuevo salto. Ya no son las milésimas
de segundo las unidades de medida, sino las
micras; ahora el procesador da las instrucciones en 2.4 microsegundos y el
SIP en un microsegundo, con lo que el paso por la central de larga distancia de
los impulsos eléctricos provenientes del teléfono del usuario constituye un
pequeño instante en la conducción total de la llamada. Y si extremadamente
breve es el recorrido de ésta por el complejo maquinizado de larga distancia, también
diminuto lo es el concurso de este colosal mecanismo en la transferencia de valor a la llamada enrutada. Por lo que respecta a
la relación que guarda con la fuerza de trabajo, anotaremos por el momento la
aparición por vez primera del lenguaje hombre-máquina
y una disminución sustancial en las tareas
de mantenimiento de las máquinas parciales de trabajo al autolimpiarse los contactos de los selectores
de código cuando están en trabajo.
3.-
La fuerza de trabajo en la conmutación maquinizada.
a) El
obrero colectivo.
Hasta
el momento se ha expuesto el carácter y funcionamiento del sistema automático
maquinizado de la conmutación telefónica, tocando só1o de manera sesgada el rol
de la fuerza de trabajo. Por su papel de agente principal en el proceso de
trabajo es que se tiene que seguir ese orden para que la exposición de las
funciones del obrero colectivo se comprendan adecuadamente en su carácter
apendicular con respecto a la maquinaria misma.
El
colectivo de obreros de la conmutación es un pequeño destacamento de
telefonistas, comparado con el total de éstos: 3 152 (aunque a ellos habrá que
sumar los 962 de centrales privadas, quienes en esencia realizan las mismas
funciones, aunque dedicadas exclusivamente a los conmutadores privados de las
empresas) frente a los 41,521
a nivel nacional, para fines de 1989. Antes de que se
produjera la recomposición de los telefonistas en general derivada de la
imposición por Telmex y el Estado a través de la llamada "concertación
para la modernización",
se encontraban agrupados de la siguiente forma: los técnicos del distribuidor
general (436), los de tercera (630), los de segunda (543), los de primera (879)
y los auxiliares: de ingeniero, especial y en sistemas telefónicos (664).
Pasemos, pues, ala exposición de su actividad particular en tanto fuerza de
trabajo.
i.
.El técnico del distribuidor general.
¿Qué
es el distribuidor general? Un enorme bastidor localizado en la central donde
confluyen todos los hilos físicos de las líneas del usuario para ser
concentrados y pasar a las distintas máquinas de trabajo del proceso de
conmutación. De toda la figura laboral técnica, este segmento de obreros es el
que realiza las funciones más simples. No tiene nada que ver con el sistema
maquinizado de conmutación, más que con aquella actividad destinada a fungir
como un agente vivo para el punto de enlace entre las líneas del usuario y el
sistema de conmutación. Es el encargado del área de recepción de los usuarios y
su vida laboral consiste en quitar, poner, soldar y recorrer puentes en los
miles de contactos con que cuenta el distribuidor; tapar y destapar líneas,
probar números tapados y reportarlos; conectar y probar líneas privadas, así
como algunas funciones un poco menos rutinarias tales como la prueba de líneas
del usuario y la prueba y el arreglo de barras de información.
Esta
es la categoría inferior del destacamento de técnicos de conmutación, la menos
calificada y peor pagada, la de actividades monótonas y simples hasta el
cansancio y el tedio.
ii. El
técnico de tercera.
Es
distribuido entre el equipo electromecánico de conmutación tal como las
centrales tipo AFG, ARF y ARM. En la historia quedó registrada la época en que
la fuerza humana de trabajo se encargaba del proceso de conmutación propiamente
dicho. En los obreros encadenados al sistema maquinizado de conmutación ya no
encontramos a aquellos que manipulaban cordones y llaves para enlazar a los dos
usuarios. Los técnicos actuales ya só1o
sirven al descomunal concurso de las máquinas parciales; son la relación apendicular manifiesta, viva en
toda su crudeza. Tratándose de la atención subsumida al sistema inanimado cuya
base tecnológica la encontramos en el movimiento electromecánico de millones de
engranes, flechas, puntos de contacto, relevadores, etc., se impone la
necesidad de que las manos del obrero limpien de polvo y las impurezas del
medio ambiente todo el cuerpo maquinizado: desde sus burdos órganos de control
tales como los marcadores y registros hasta el tendón más simple y minúsculo de
su corporeidad. Como se trata a su vez de movimiento de metales, de contacto
entre algunas secciones de sus máquinas parciales y roce de tantas otras, estos
obreros agrupados en la llamada categoría de tercera son los encargados de lubricar estos segmentos del monstruo
de acero. De este último no dimanan compuestos bioquímicos para aceitar sus
coyunturas, sus múltiples brazos, pies y manos. Es el obrero quien aún se
encarga de darle esas gotas de vitalidad llamada lubricante para que despliegue
sin obstáculos la potencia que le han dado las leyes del movimiento mecánico y
electromagnético aplicadas para la comunicación entre los hombres.
De
la misma forma, este sistema maquinizado aún depende del técnico para el ajuste mecánico de sus partes. Por todos
los lados de este enorme sistema maquinizado se encuentran las hábiles manos de
la fuerza de trabajo para darle la tensión necesaria a sus nervios, tendones y
musculatura para que la energía vital que lo anima -la electricidad y el
magnetismo- fluya a torrentes por toda su configuración, sólo en la magnitud e
intensidad necesarias. Ni más ni menos, porque entonces el uso de esta materia
prima tan importante o eleva el valor de la llamada o bien, imposibilita su
realización, en casos extremos. Esto va configurando una fuerza laboral con un
virtuosismo admirable, como se verá en las siguientes líneas.
También
este conglomerado de obreros realiza pruebas sencillas en la maquinaria electromecánica
e inspecciona su funcionamiento
mediante revisiones periódicas y una vigilancia continua, ya sea en forma
directa mediante la inspección visual, auditiva y manual o a través de indicadores
del propio sistema, tales como alarmas o las lecturas de tráfico. Por
consiguiente, aunque al hombre se le desplazó de la conexión fundamental para
la cristalización de la llamada, en la configuración tecnológica del sistema
aquí referido, él mismo es aún incapaz de autoprobarse
y vigilarse. Tiene que ser su
sirviente, el autómata vivo, el que le brinde los órganos sensoriales y pensantes
para suplir tal deficiencia; se apropia de sus facultades más complejas para
ello. De un lado es subsunción de la
fuerza de trabajo al sistema maquinizado, pero de otro lado significa una relación de dependencia de la maquinaria con
respecto al obrero; es una de las reservas
de poder del hombre frente a su creación. y aunque por la naturaleza de su
ubicación ante el sistema de conmutación como fuerza laboral relativamente
simple y de limitada calificación, en ella descubrimos dicha relación, aunque
no tan desarrollada como en los colectivos de obreros de mayor jerarquía.
Por
último, este grupo de técnicos se encarga de los trabajos relacionados con el
distribuidor general y de ser necesario de aquellos fijados para el obrero de
trabajo simple (el técnico del distribuidor general), con lo que también es presa
de actividades sin contenido, pero a
su vez de algunas otras con algo más de variedad y atención concentrada: el
aumento, disminución y/o modificación de teléfonos empleados en la propia
central y las pruebas y llamadas rutinarias en el equipo de cordón,
repetidores, emisores y receptores, además de arreglos en troncales. En lo
relativo a la modificación de los aparatos telefónicos, con un límite
claramente establecido: siempre y cuando no
implique "un rediseño de los
mismos". Es la inteligencia
mutilada, la absorción cuantificada de la creatividad y la inventiva de la
fuerza laboral hasta el punto en que amenaza las funciones de diseño de un
segmento de ingenieros que ni siquiera se localizan en Telmex, la empresa
productora de llamadas, sino más allá, en las industrias trasnacionales poseedoras
y monopolizadoras del saber obrero: la Ericsson e Indetel-Alcatel, las cuales se encargan
del diseño y producción de aparatos telefónicos en México.
Hasta
el momento, estos colectivos de técnicos no han penetrado tanto en el sistema
de conmutación como para corregir sus fallas, excepto en estos últimos al encargarse
del arreglo de los desperfectos en las troncales. Corresponde a los llamados
técnicos de segunda el arreglo de cualquier defecto en la maquinaria existente
en la central, aunque con sus límites: la localización de faltas sencillas como
por ejemplo en los selectores, secuenciales y registros en servicio, así como
los relacionados con éstos.
iii. Los
técnicos de segunda.
Como
se puede observar, el sistema electromagnético de conmutación depende de la
fuerza laboral no sólo para el arreglo
de sus fallas, sino para la función previa: la localización de las mismas. A través de la observación, la inspección regular, la prueba de determinados mecanismos e incluso del sonido que produce la marcha regular de
los movimientos rítmicos de las diversas máquinas de trabajo en operación, el
técnico desempeña una función vital: la detección
de los desperfectos. La pericia, la
habilidad, el conocimiento de los procesos internos y externos del sistema
de maquinaria derivados de la experiencia brindan al obrero ese virtuosismo típico de la manufactura que
reaparece bajo el maquinismo como herencia puesta al servicio de la marcha
sin fin del sistema automático de conmutación. El conocimiento laboral sirve a este último para llevar la voz
codificada en impulsos eléctricos de un punto a otro y no al revés. El saber
productivo del obrero no está puesto a su disposición para que sea éste quien
cristalice la llamada, sino, en este caso, para evitar al máximo las
interrupciones de las distintas clases de máquinas y/o para reponer las fallas
en el menor tiempo posible.
Localizar
no implica reparar, y para ello ha de ser necesario conocer las causas de las interrupciones, lo
cual exige del técnico un conocimiento pormenorizado del sistema y de su
funcionamiento. Aunque el técnico de segunda tenga restringido dicho saber a la
localización y arreglo de las fallas simples en las máquinas de trabajo y de
control, no por ello deja de ser compleja, pormenorizada y rica su actividad
laboral.
iv. Los
técnicos de primera y los auxiliares.
Por
último, el mantenimiento del sistema en condiciones óptimas a todos los niveles
corresponde a estas gradaciones: el técnico de primera y las tres escalas de
auxiliares. En el primero se centra la detección y arreglo de los desperfectos
en las máquinas de control y las parciales de trabajo complejas tales como los
llamados equipos especiales y de prueba. De igual forma, reconfiguran el
enrutamiento de los impulsos eléctricos a lo largo del sistema de conmutación.
Son los obreros de mayor calificación y por tanto gozan de una visión de
conjunto de la maquinaria que les permite llegar hasta sus entrañas para
sacarla de su marasmo y volverla de nuevo al complejo laberinto de la transportación
de la energía a través de la inmensa red de sus vasos comunicantes.
Tanto
el colectivo de técnicos de primera como el de segunda son los encargados de recibir y probar cada complejo
maquinizado que llega a la central. Es este uno de los pocos momentos en la
larga cadena del proceso laboral de conmutación en que el obrero se alza frente
al enorme autómata. La fuerza de trabajo se yergue ante él para darle entrada
al sistema; cada nueva maquinaria que entra a la central se inclina para
mostrar a los ojos del obrero la certera aplicación de las fuerzas de la
ciencia y la tecnología en la comunicación humana. Pero, una vez pasada la
prueba de fuego, se desvanece el rubor de sus grises acerados y tan pronto como
se le conecta al complejo automático de la conmutación, se convierte en un
mecanismo adicional que sustrae la voluntad del técnico, que confisca sus
actividades cerebrales y sensoriales para sostener un movimiento continuo, uniforme
y regular de trabajo.
Los
anteriores convenios departamentales que normaban la relación entre el capital
y este conglomerado laboral están impregnados de la arrogancia del capital fijo
frente al obrero. Condiciones de trabajo, racimos de técnicos diferenciados en
categorías así como la naturaleza de su trabajo específico, todo esto se plasma
en función "del equipo". La normatividad no se da, como es de
suponerse, frente al acto laboral fundamental: la producción de llamadas, o
empleando el lenguaje burgués de la corporación, la "eficiencia del servicio".
Esto ha quedado a segundo término y lo que se remacha hasta el cansancio es la dependencia absoluta del técnico de
centrales con respecto al "equipo". Es la manifiesta revelación del carácter apendicular de la fuerza de
trabajo. El amo y señor que lo domina todo en el proceso de conmutación es el
complejo automático maquinizado; a él se le rinde culto en el rosario clausular
de las relaciones entre las dos clases sociales durante el acto laboral.
Aunque
el auxiliar de ingeniero también es absorbido por el sistema de maquinaria en
su mantenimiento continuo, se distingue de las fracciones humanas restantes por
cuanto asume funciones de vigilancia no sólo sobre la marcha total del proceso
laboral sino especialmente sobre los
técnicos existentes. Su misión de vigilancia
y supervisión no tiene límites: auxilia al comando capitalista en toda la
variedad de trabajos de dirección,
fiscalización y control del obrero. Es fuerza laboral intermedia que oscila
entre las vicisitudes laborales y apendiculares del obrero colectivo de la conmutación
de un lado, y de otro, entre las funciones del comando a sueldo.
b) El
comando capitalista.
Fuera
de la órbita del proceso laboral inmediato, encontramos una estructura piramidal
que va desde el director de larga distancia hasta las gerencias y/o
departamentos de trabajo de supervisión administrativa. Este tipo de comando se
encuentra al lado o fuera de la
conmutación propiamente dicha. Se encargan de adecuar el desarrollo del sistema
maquinizado de conmutación con los proyectos generales del monopolio, de
planear y supervisar a escala general.
El
segundo tipo de comando es el que se encuentra inmerso en el proceso inmediato
de trabajo; ya no se sitúa al lado del mismo, sino que es la personificación activa del capital en cada central o por lo
menos en cada zona geográfica. Aunque las funciones legales que tienen establecidas
son las de dirección, inspección, vigilancia y fiscalización cuando tengan
carácter general, esto sólo se cumple por la primera clase de comando. Por el
contrario, los supervisores que hacen frontera con los técnicos de mantenimiento
de las centrales rebasan dichas funciones para ser ellos mismos un eslabón más del proceso de trabajo en la conmutación.
Son ellos quienes realizan la asignación de las tareas entre los distintos coágulos
humanos y quienes deciden, incluso, la distribución de la fuerza de trabajo en
el complejo maquinizado. Al manejo indiscriminado de lo anterior se interpone
la fuerza sindical y social de los telefonistas sindicalizados, que a través de
sus luchas han plasmado en las normas que regulan el enfrentamiento entre las
clases los límites de poder del comando capitalista en el proceso inmediato de
conmutación, cuestión que detallaremos más adelante. Finalmente, en los
auxiliares especiales de jefe, una de las categorías superiores antes descrita,
siendo los auxiliares directos del jefe en cada central, no sólo realizan
funciones de dirección y vigilancia sino que también llegan hasta donde el
carácter burgués del comando se los impide en la órbita de la producción:
"Auxiliar en todos los trabajos que se requieran para el mantenimiento de
las centrales".
Le permite a los dueños del capital extender sus ojos vigilantes y
fiscalizadores a todo lo largo del proceso de trabajo de los técnicos gracias a
este pequeño colectivo de brazos humanos intermedios. Aunque la referencia se
extrae de las normas anteriores a la "concertación", es en este
segmento de auxiliares donde encontramos la identificación
con los intereses del comando capitalista. Los dos restantes están abocados
fundamentalmente al monitoreo y corrección de los desperfectos más complejos.
c) Las
relaciones de poder en el acto laboral.
Independientemente
de las que se derivan del carácter asalariado de la producción capitalista, en
la industria telefónica el espectro de fuerzas entre la clase obrera y la gran burguesía en el proceso
de conmutación, es como sigue:
Ante
todo, dicha relación se encuentra determinada por el carácter apendicular de la
fuerza de trabajo con respecto al sistema de maquinaria. En tanto no poseedora
de la función principal que consiste en cristalizar la llamada al conmutar los
circuitos de los usuarios, el poder del capital es manifiesto. Y lo es todavía
más por las enormes dimensiones de la maquinaria que tiene que responder al
flujo de una producción masiva de millones de llamadas al día, así como por la
enorme desproporción en la magnitud de valor de la fuerza de trabajo y del
capital fijo.
Por
muy calificado que se encuentre este colectivo de obreros, jamás podrá igualar
en lo individual la fuerza de su intelecto frente a las potencias de la ciencia
y la tecnología aplicadas a la conmutación telefónica. Estas son las
determinantes de la relación. Visto en movimiento, el acto laboral es combinación sistemática de cerebros que
fijan el carácter y el rumbo de la conmutación en el entorno nacional y
mundial, junto con los agentes del capital que actúan dentro del acto laboral.
Definir el concurso de movimientos laborales para el ajuste, limpieza, mantenimiento
y corrección de los defectos del sistema maquinizado equivale a imprimirle dirección y definir, de otro
lado, en cierto sentido, la intensidad de la energía humana desplegada ya que
las exigencias del desgaste obrero se encuentran determinadas por la velocidad
de operación de las máquinas de trabajo.
Pero
el control no se queda aquí. También se extiende a la facultad que tiene el
sirviente del capitalista para distribuir los brazos humanos a lo largo y ancho
del campo de trabajo, es decir, de asignar a los técnicos en tal o cual central
(a lo largo de la zona metropolitana o en cada región), por tal o cual tiempo,
en este o aquel horario, de acuerdo a los desperfectos de los grupos de
máquinas. La duración, lugar y asignación de tal o cual obrero calificado dependerá,
además, de la contraposición del otro poder que está presente en el proceso
laboral: el del trabajador y el de su organización sindical.
El
comando capitalista no está personificado en un individuo. En el caso que aquí
nos ocupa es un cuerpo combinado de
elementos humanos jerárquicamente constituido, que se encarga del control global del proceso de trabajo de
un lado, y de otro, de la fiscalización
del acto laboral del obrero. Una persona, por tanto, vigila la actividad de
otra. Es supervisión humana.
Mas
a pesar de la aplastante relación capitalista en el proceso de trabajo sobre el
técnico calificado, se levanta, no obstante, la fuerza contraria. Las fuentes
de poder de la clase obrera durante el acto laboral las encontramos, ante todo,
en su número. Los técnicos del sistema de conmutación son, como ya se dijo
antes, 4,065 a
nivel nacional para el momento analizado. En segundo lugar, el uso de su fuerza de trabajo es a su
vez una de las principales fortalezas de poder. A pesar de la relación subsumida
frente al capital, el conocimiento
pericial del sistema de maquinaria, de su forma y contenido, de sus
entrañas y esencias, de la pericia y
habilidad manuales, en suma, del virtuosismo artesanal que aún conserva este
racimo de obreros para el ajuste y mantenimiento de las distintas clases de
máquinas, es uno de los reductos de poder más importantes de este sector.
Si
de momento el granburgués puede prescindir de estos técnicos para la realización
de los millones de llamadas, este gusto sin embargo le dura unas cuantas
semanas. La telefonía puede seguir funcionando unos dos o tres meses sin el
concurso de las manos humanas, tratándose de máquinas electromecánicas y
electromagnéticas. Al término de este lapso, la fuerza humana se vuelve determinante. El carácter apendicular se
convierte en su contrario si del acto laboral de desprende la fuerza de
trabajo. El sistema maquinizado inevitablemente declina y su supremacía se hace
manifiesta só1o si retorna la unidad de contrarios. Por otra parte, la naturaleza
de las funciones de mantenimiento de estos técnicos impide al comando
capitalista ejercer una supervisión estricta sobre ellos. Dada la complejidad y
diversificación de las fallas en las distintas clases de máquinas, la supervisión
manual es incapaz de regular y cronometrar la actividad de estos obreros
calificados, sobre todo de aquellos que se encuentran en las categorías
superiores con un alto grado de especialización. Esto les brinda una relativa autonomía y un poder real
porque rompen la rigidez de la inspección y la fiscalización y les da mayor
libertad de escoger la sucesión de sus movimientos laborales, con lo que
arribamos a otra esfera de singular consideración:
Si
la fuerza humana es capaz de incidir por lo anterior en la organización del proceso
de trabajo, con mayor acento controla la
ejecución de sus propias funciones y con mayor facilidad se deshace de la
supervisión capitalista en este terreno. Dentro de sus labores habituales el
obrero organiza su tiempo productivo, decide
el punto de partida, la sucesión de sus actos, el despliegue de su
creatividad laboral, la forma de trabajo más idónea, las pausas, las formas de
descanso y la manera óptima de la aplicación de su experiencia virtuosa. El
comando tiene la obligación de darle la instrucción de trabajo, y aunque al
técnico se le ha capacitado para ejercitar su actividad de acuerdo a ciertas
normas y procedimientos de trabajo, ya en el acto mismo él tiene la libertad
para amoldar tales rutinas y
adecuarlas según el tipo de fallas, sus cualidades como individuo productivo y
de acuerdo al cuadro que presentan los desperfectos, ya que no siempre son los
mismos porque en ello influye el progresivo desgaste de la maquinaria, la
calidad de la materia prima y de las herramientas, la evolución del tráfico
telefónico, el crecimiento de la telefonía y los ensambles de tecnologías de
diverso orden. En síntesis, aunque frente al total de telefonistas conforman un
pequeño número (el 7.6%), por el carácter estratégico de sus funciones y el
vasto conocimiento del sistema de maquinaria esencial de la telefonía, este
colectivo de obreros acuña un poder singular y relevante, que conglomerados más
grandes no tienen. Por esta razón se distinguieron como el destacamento de vanguardia
del sindicato de telefonistas durante el último ascenso en la movilización y
enfrentamiento con el monopolio granburgués (1976-1982).
d) La
acción conjunta del obrero colectivo.
El
sistema automático de maquinaria conmuta las señales de un lugar a otro de manera
ininterrumpida, de día y de noche; desde la marcación por el usuario hasta la
contestación por el otro. Es la acción coordinada de las distintas clases de
máquinas la que transforma la energía sonora en eléctrica, la que transporta a
esta última mediante un gran concurso de conexiones valiéndose de relevadores y
selectores y finalmente, la que decodifica los impulsos eléctricos para darles
su sonoridad. Toda esta actividad es realizada por el trabajo objetivado y es,
en su parte medular -esto es, en el proceso de conmutación de la telefonía-, el comienzo de la abolición del proceso de producción como proceso de
trabajo
al dejar el trabajo inmediato del obrero
de ser la figura principal de dicho proceso. Para principios de los años 90 del
Siglo XX, la comunicación telefónica en el país se realizaba por este medio al
96-97%. El porcentaje restante se efectuaba mediante el concurso de las
operadoras; este 3% aún proceso de trabajo manufacturero en el sentido estricto
al depender de la voluntad y habilidad manuales. Pero, atendiendo a la gran
mayoría de las llamadas procesadas por vía automática, el proceso de conmutación
de la telefonía es un proceso casi totalmente
objetivo. Aquí el técnico ya no anima los instrumentos vitales de trabajo
-cordones, llaves, diademas y jacks- para permutar la llamada, como sucede con
las operadoras, sino que es la maquinaria como sistema la que, apoyada en la
aplicación tecnológica de las ciencias, mueve dichos instrumentos; es la que
posee la fuerza y la velocidad, la
previsión y la sincronía, el virtuosismo y la regulación del movimiento.
Procesos
parciales donde el obrero colectivo es el eje y figura principal los
encontramos, además del que realizan las operadoras, en el procesamiento de la
información técnica, administrativa y contable (por cierto ya en vías de su
automatización a pasos agigantados mediante el uso generalizado de computadoras),
en el conjunto de los medios de transmisión a través de hilos alámbricos o
fibras (llamado planta exterior) y en las tareas de preservación del campo de trabajo
(edificios, mobiliario, etc).
Al
ser desplazada la fuerza de trabajo de la conmutación de la llamada su lugar la
ocuparon las fuerzas de la ciencia desplegadas como tecnología de telecomunicaciones.
Fue desplazada pero no expulsada, pues las tareas de mantenimiento y corrección
de fallas le obligan todavía a permanecer diseminada en los complejos maquinados
a su lado, pero dentro de las áreas de
trabajo.
Para
ello, al sistema maquinizado se le han insertado una serie de señales o alarmas
en cada una de las distintas clases de máquinas. Las hay de atención inmediata,
localizadas en las máquinas que pueden detener todo el sistema o partes de él,
si es que fallan. Es el caso de las máquinas de señales, encargadas de emitir
todos los sonidos al teléfono de los usuarios, o de los motores que sirven de
fuerza motriz para las filas de selectores. La segunda clase de alarmas
generalmente son señales luminosas y son de atención mediata. Una buena función
de preservación de las fallas o de vigilancia oportuna requiere que el técnico
conozca a la perfección este tipo de indicadores: saber distinguir los tamaños,
colores y ubicación de las lámparas para interpretar correctamente el tipo de
desperfecto y localizarlo al menor tiempo posible.
La
supervisión y el mantenimiento por la fuerza de trabajo comienza por lo general
en la elaboración por la gerencia de programas anuales de trabajo o programas
parciales. Es la instrucción general de trabajo que, al llegar al campo
inmediato de trabajo, la adecua,
fragmenta y temporaliza el auxiliar del comando o éste mismo, si es que se
encuentra en el proceso inmediato de trabajo. Aquí empieza el choque de
intereses. Por lo general, éste tiene que adecuar el carácter de las labores,
las etapas y los tiempos de ejecución de las tareas con la visión del colectivo
de trabajadores. No obstante, también hay centrales donde el comando frontera
impone los programas de trabajo o donde es el obrero quien diseña los mismos.
En
el primero de estos extremos, la imposición de la sucesión de las tareas rompe la continuidad del mantenimiento y
la regulación de su actividad, ya que es difícil que un auxiliar de jefe o el
jefe mismo dominen tanto el conjunto de necesidades del sistema de maquinaria
como el despliegue de las actividades del obrero colectivo. A su vez, impide
que estos últimos se sitúen en los puntos precisos de la maquinaria durante el
tiempo que sea necesario. Por lo tanto, una rotación excesiva o lenta de la
fuerza de trabajo impuesta por el comando capitalista perturba la naturaleza de
sus funciones como apéndices vivos del autómata para su correcta operación.
En
el otro caso, en que el propio obrero es quien determina sus rutinas de trabajo, la continuidad se garantiza. Aquí
se ensambla y articula en una sola figura la
actividad con el diseño, la ejecución con la determinación, la acción con la
reflexión. En estos casos, por lo regular el obrero colectivo involucra al
comando en la configuración de sus tareas apendiculares porque, de un lado, cuando
éste es auxiliar de jefe, también es fuerza laboral inmediata y por tanto es
parte del programa de trabajo, y de otro, cuando es comando frontera, se
requiere su participación formal para evitar choques innecesarios con las
jerarquías superiores. En este caso la fuerza de trabajo es quien periodiza sus actividades, fija los ritmos y la intensidad del trabajo y
es la que configura la división del trabajo al interior de la misma.
Sólo en casos extremos interviene el comando cuando se requiere una consulta técnica
que los obreros no pueden resolver o bien, cuando esta autorregulación de las
funciones productivas rebasa los límites de una actividad regular. Aún en los
casos en que el comando es quien determina la forma, el modo y la intensidad de
las tareas, el obrero tiene injerencia en esto, dada la naturaleza de su
actividad peculiar, de su uso.
Esta
interrelación y choque de intereses en el proceso inmediato laboral altera las relaciones de dominio entre
el comando y la fuerza de trabajo dependiendo de la fuerza que cobran los
telefonistas por períodos históricos determinados. Esta tuvo una relevancia
importante durante el período 1976-1982; en la fase previa y posterior a la
privatización del consorcio, es el comando quien ensancha su dominio, porque la
preservación del empleo por los telefonistas es lo que pasa a primer plano. La intromisión del comando frontera en
el proceso laboral inmediato es una tendencia constante de la relación de
capital. Usurpar las funciones del obrero colectivo equivale a minar el monopolio
de su conocimiento laboral, de su virtuosismo, descubrir los secretos de su
experiencia acumulada y tener los medios para intervenir en la intensidad del
trabajo, en el modo mismo de realización de los programas o rutinas de prueba e
incluso alterar los tiempos de reposo del
obrero. La falta de capacitación o la obsolescencia de la misma, la escasez
de brazos humanos o una consciencia política menguada por el obrero, son factores
que acicatean la llamada invasión de
labores en actividades propias del técnico y que debilitan su poder en el
proceso inmediato de producción, así como su fuerza sindical.
Una actividad sin fin del sistema maquinizado
para una producción masiva de llamadas exige que el pequeño núcleo colectivo de
técnicos mantenga una actividad igualmente ininterrumpida. Esto se logra, en principio,
asignando grupos de trabajadores en todas las partes del día: la mayoría en la
jornada de 8:00 a 16:00 horas y un número menor por las tardes y uno o dos
obreros en el turno nocturno, en algunas centrales. Como resultado de esta
distribución tenemos la atención continua de la fuerza de trabajo en la marcha
de la maquinaria, su presencia permanente en el proceso de producción
objetivado. En segundo lugar, los programas de trabajo se traducen en rutinas
laborales parciales asignadas bien a las pruebas periódicas de distintas clases
de máquinas, a la reparación de las fallas en otras tantas, a la limpieza periódica
del sistema, al ajuste o bien, a la ampliación de la capacidad de trabajo de la
maquinaria.
Visto
de manera singular, la continuidad de la operación de la maquinaria no se
interrumpe al momento que un técnico efectúa la corrección de los desperfectos.
Ya en el capítulo anterior vimos que numerosos mecanismos trabajan en paralelo.
Es el caso de los múltiples, registros, marcadores, etc. La duplicidad de estas
máquinas evita las interrupciones en la conducción de los impulsos eléctricos
en el momento en que un obrero desmonta alguna de sus partes. Sucede lo mismo con
los mecanismos de entrada y salida de la central (FURes y FIRes) y de manera
particular, con las máquinas clave del sistema, tales como la de señales olas
que generan la fuerza motriz, quienes al interrumpir su funcionamiento, de
manera inmediata se activa automáticamente la operación de la otra. Así pues,
la configuración técnica lo previene de interrupciones.
Pero
además, la organización misma del trabajo es la que también ayuda a evitarlas.
En base a la experiencia colectiva, tanto el comando como la fuerza de trabajo
agrupan los brazos humanos necesarios para una actividad determinada y escogen
los momentos en que la maquinaria tiene una escasa operación debida al reducido
flujo de llamadas, en determinadas horas del día. La limpieza o ajuste de los
selectores, por ejemplo, se hace por lo regular en las tardes, cuando el
tráfico telefónico disminuye su intensidad. El modo y el momento de realización
de tal o cual actividad constituyen un factor esencial para evitar las
interrupciones.
Sólo
unos cuantos mecanismos al ser reparados o ajustados cortan el flujo de la
llamada. Es el caso de los relevadores de línea (existe uno por cada línea
telefónica) que dejan sin energía y por tanto sin tono de acceso y marcación al
usuario cuando la fuerza de trabajo actúa en ellos. En este caso, solo se
interrumpe un minúsculo fragmento del colosal número de líneas activadas.
El
conocimiento del sistema maquinizado que resulta de la experiencia acumulada
del obrero constituye un elemento de primer orden para reducir al mínimo los
tiempos de mantenimiento, del monitoreo y la reparación de los desperfectos. Para
esta época, la mayoría de los obreros del sistema de conmutación llevan alrededor
de diez años entregados a determinadas generaciones de máquinas. Casos comunes
los tenemos en individuos que han dejado su vida laboral en un solo
"equipo", como le llaman. Sólo una fuerza de trabajo con semejante experiencia
alcanza un dominio tal de las entrañas de la máquina, que puede determinar la
tensión necesaria, la atracción y repulsión de las mismas por la acción de los
campos magnéticos, su movimiento mecánico, el ajuste, lubricado, etc. e incluso
hasta la reconstrucción de algún
mecanismo viejo, ya fuera del mercado por su obsolescencia.
Todo esto, apenas realizado en unos cuantos segundos por una fuerza de trabajo
hábil y experimentada, que cobraría minutos y hasta horas tratándose de un
obrero recién incorporado al sistema de conmutación. Sólo así es posible comprender
cómo es que el obrero alcanza a dominar la naturaleza de los desperfectos y su
corrección: desde aquellos que son cíclicos hasta los de presencia fugaz.
Este
virtuosismo hace maravillas para mantener activado de manera continua al
complejo maquinizado; es, sin embargo, uno de los mayores temores del capital.
Ya más arriba hemos consignado la manera como el principio automático se ha
apropiado gradualmente de las funciones del obrero hasta relegarlo del proceso
de trabajo esencial de la telefonía. Durante las primeras décadas en que se
introdujeron los sistemas analógicos aquí expuestos, por cada 10 mil líneas se
necesitaban un promedio de tres técnicos. La introducción de las centrales
digitales vino a alterar esta relación no sólo en cuanto al número de la fuerza
de trabajo ocupado con esta nueva tecnología sino incluso en el existente en
las centrales electromagnéticas. Hoy día ya no se conserva esta proporción,
sino que ha disminuido por el desplazamiento de los técnicos a los complejos
digitalizados ante la creciente importancia de este tipo de tecnología, por el
desmontaje de los sistemas analógicos que se tiene proyectado y debido a la
disminución de la fuerza de trabajo en este sector. Todo esto redujo la
presencia de la fuerza de trabajo hasta en un técnico por cada 10 mil líneas
analógicas en no pocas centrales, para principios de los años 90 del siglo
anterior, lo cual aumenta de manera sorprendente la intensidad del trabajo. Por
tanto, aun siendo mayor la presencia de la tecnología electromecánica, la
magnitud típica de los complejos digitales de conmutación va imponiendo la
proporción numérica de la fuerza de trabajo inherente a este tipo de tecnología
y, en consecuencia, expulsándola progresivamente de esta forma apendicular de
relación.
El
progreso tecnológico de la maquinaria marca, a su vez, el proceso de
degradación de la fuerza de trabajo por lo que respecta a su uso. Cada nueva
generación de máquinas que reducía las formas de movimiento de sus componentes
simplificaba de igual forma la acción del obrero en el despliegue de sus actos
laborales. La desaparición de los movimientos de rotación, elevación y penetración
que caracterizaba a los selectores electromecánicos redujo sustancialmente las
pesadas tareas de lubricación, simplificó la limpieza y sobre todo el ajuste de
las partes; con los selectores de coordenadas disminuyó el movimiento mecánico
de los órganos inanimados, se redujo aún más la lubricación por el obrero con
el empleo de contactos de metal precioso y en general disminuyeron las fuentes
de desajuste y las interrupciones. En el selector de barras de código binario
los contactos se autolimpian al juntarse, con lo que se simplificaron todavía
más las funciones del obrero.
Esto
presenta, por consiguiente, la tendencia hacia la especialización del carácter simple del proceso laboral, la vaciedad de contenido de las tareas, abstracción de la actividad del trabajo
vivo frente al enriquecimiento y sofisticación del trabajo muerto y la creciente uniformidad ante la infinita
división del trabajo del complejo automatizado.
Pero
mientras no ocurra la abolición de las funciones de mantenimiento y corrección
de las fallas, nos encontramos todavía a una fuerza de trabajo muy calificada.
Simplemente hasta principios de los 90 del siglo anterior el ingreso a este
racimo de obreros estaba condicionado a una escolaridad mínima de bachillerato
así como a la aprobación de exámenes de electricidad, magnetismo, electrónica
básica (recién incluido), álgebra, geometría y ortografía. El ascenso del
técnico del distribuidor general (hoy en día ya eliminado como categoría
particular) a la categoría de tercera se da a los dos años de antigüedad, sin
que exista vacante, debiendo cursar un complemento de capacitación por tres
meses. Posteriormente, el siguiente nivel se obtiene mediante examen de un
sistema de maquinaria que el trabajador elige, por lo regular, electromecánico.
El ascenso de segunda a primera requiere de la aprobación de exámenes en dos
tipos de sistemas: uno es en el que labora el técnico y el otro lo define la empresa.
El pase a las categorías de auxiliar se da por examen en la medida de las vacantes
existentes.
Al
igual que en todo el consorcio, la capacitación de la fuerza de trabajo se mantiene
en los niveles mínimos y, en una lucha constante de los telefonistas con el
monopolio, ésta tiende a mejorar y actualizarse dependiendo de la fuerza y organización
de cada segmento laboral, aunque rara vez alguno de ellos alcanzan niveles de
capacitación idóneos.
En
el caso de los técnicos de la especialidad de centrales esta actitud del capitalista
se manifiesta con la impartición de cursos fundamentalmente de sistemas
electromecánicos. En los últimos años ha dado acceso a los cursos de tecnología
digital, aunque con limitaciones y generalmente de sistemas ya rebasados por
las nuevas tecnologías.
Ejemplo de esta mezquina forma de considerar a la fuerza de trabajo lo tenemos
en los cursos que el comando escoge en el ascenso de la categoría de segunda a
primera: por lo regular, el ARF, electromecánico, en vez de estimular la formación
en tecnologías de punta.
Sin
embargo, la verdadera calificación del obrero la dan los años subsumidos en la
maquinaria, donde el conocimiento teórico se reafirma y se van aprendiendo poco
a poco los secretos de la ciencia en sus formas y variedades más disímbolas.
Esto le cuesta al obrero por lo menos la mitad de su vida laboral, siempre y
cuando permanezca en una sola generación de máquinas. De suyo se comprende la
imposibilidad del obrero individual para asimilar completamente la aplicación
tecnológica de la ciencia, pues simultáneamente coexisten diversas generaciones
de complejos automáticos, además de la continua aparición de fallas por el
ensamble de los mismos.
.
e) Las
condiciones de trabajo.
Al
cruzar el umbral de un edificio de tres o cuatro pisos, de gruesas paredes y
sin ventanas, con techos muy altos, de un color crema muy uniforme y sobrio, se
rompe el silencio inerte de los pasillos y naves para encontramos con salas que
albergan en su interior gigantescas máquinas dispuestas en línea a la largo de
casi todo la que da la longitud del inmueble, separados uno del otro por
escasos 150 cm.
y tan altos que casi rozan el techo. La “danza locamente febril y vertiginosa
de (los) innumerables órganos de trabajo" de la enorme maquinaria que tapona
casi todo el espacio disponible de los edificios adquiere una dimensión triturante
y opresiva a primera vista. Machaca de manera intermitente sobre los oídos de
la fuerza de trabajo y con el pasar de las horas, la exposición ante este
escandaloso colectivo de autómatas taladra el cerebro con su ruidoso y
acompasado accionar. La dimensión de estos mecanismos, su marcha sin fin y la velocidad
de sus movimientos hacen sentir como un intruso a la naturaleza humana, como
alguien ajeno y minúsculo. Quienes tienen que permanecer a su lado para
corregir sus fallas y mantenerlo a punto apenas son unas pequeñas criaturas
sometidas a la relación más fría y despótica que impone este colosal sistema de
maquinaria. Es la relación apendicular más tosca y grosera que no tiene otro
igual en el sistema telefónico y que desde el diseño mismo del inmueble revela
dicho sometimiento. Edificios que se construyen tomando en cuenta
preponderantemente las dimensiones de la maquinaria, de más de 3 m de altura; pasillos
angostos y variados, etc. que, como veremos, tuvieron una consideración casi
nula en las necesidades de la fuerza de trabajo.
Estos
edificios no tienen ventanas, salvo una que otra en algunos de los pasillos.
Generalmente están a puerta cerrada para evitar que se escape la masa de aire
frío, lo que los hace lúgubres por la casi nula luz natural y la escasa
artificial que instalan, disminuida por la gran altura a la que se encuentran.
Esta es una de las determinantes que empeoran la condición del obrero en el
acto laboral. Como el sistema maquinizado tiene en la visión del comando sus
ojos, no necesita de iluminación para desplegar la potencia de sus fuerzas o
para subsumir al obrero. Con la velocidad de su operación y sus indicadores
luminosos le es suficiente. En cambio, la fuerza de trabajo tiene que
alumbrarse a base de lámparas portátiles de la luz más dañina para llegar hasta
las oscuras partes de su corporeidad, provocando además una refracción de la
luz, perjudicial a la visión del obrero debido a las partes cobrizas de sus interiores
ya que no tiene ninguna clase de protección. Para realizar el lavado y limpieza
de selectores y otras máquinas de trabajo, una vez desmontadas, el obrero tiene
que desplazarse hacia lugares con mayor iluminación o, de preferencia, con luz
natural. Es él quien elige el campo particular de trabajo para no ver afectada
su corporeidad, debido a que las condiciones ambientales de las naves
principales de conmutación están determinadas por las necesidades de la maquinaria.
Al
no haber ventanas, la ventilación es artificial; la humedad y la rotación del
aire son mantenidas a una intensidad tal que evite el sobrecalentamiento de las
máquinas, sin tomar en cuenta las necesidades del individuo. En las centrales
que cuentan únicamente con maquinaria electromecánica, la calidad del aire es
peor aún, encontrándose sistemas de aire acondicionado que únicamente lo
repelen, provocando una simple rotación circular del aire viciado y un ruido
ensordecedor que daña la audición de la fuerza de trabajo. Dichas condiciones
ambientales se extreman aún más en horas de alto tráfico o épocas de calor, por
lo que se hace necesario bajar más la temperatura para evitar el
sobrecalentamiento de los autómatas. Las consideraciones del granburgués sobre
el obrero colectivo son mínimas: tan sólo una bata para cada uno de ellos.
Por
otra parte, en la configuración de las centrales no se tomaron en cuenta
espacios suficientes dentro de las salas de conmutación para que la fuerza de
trabajo desarrollara su actividad. Entre una fila de máquinas y otra, apenas
cabe en forma apretada una persona; es común ver las piruetas que hace el
técnico cuando le toca hacer una reparación o desmontaje de alguna pieza que se
localiza en la parte superior de las filas de máquinas: subido en la escalera,
con la mano en alto, hasta donde más alcanza y con la cabeza agachada, adivinando
el sitio exacto de trabajo.
La nula consideración del obrero por los diseñadores de las máquinas en algunas
de sus partes vitales hace que aquel tenga que improvisar instrumentos
especiales de trabajo o que se acentúe el virtuosismo de sus extremidades, pero
también que aumente su desgaste.
La misma
suerte corrieron las mesas de trabajo en que el técnico repara los selectores y
otros mecanismos. No hay ninguna parte del edificio que esté considerada
exprofeso para instalar tales mesas y muchos menos para que un individuo
permanezca sentado y con espacio suficiente para el libre despliegue de sus
extremidades. De ahí que la configuración de las mesas resulte extraña: largas
y muy angostas, de escasos 50
cm. por 120
cm. de largo, apenas lo suficiente para caber en los reducidos
pasillos que forman las filas de las máquinas de trabajo. De similar
configuración resulta el medio de transportación -un carrito de madera- que
emplea la fuerza de trabajo al desmontar las máquinas parciales o segmentos de
las mismas para llevarlos a la mesa y limpiarlos, ajustarlos o repararlos.
Estos instrumentos de trabajo fueron
improvisados en su diseño y por lo tanto presentan muchas limitantes para
el despliegue de las actividades del obrero: desde las ergonométricas hasta los
aditamentos que necesariamente debe llevar. Uno de ellos, la lámpara, vital
medio auxiliar del técnico, no se adaptó al mueble por la consideración del
capital sino debido a la presión que
ejerció la fuerza de trabajo. En las tareas de ajuste y corrección de las
fallas, la iluminación es una condición de trabajo de primer orden para
alcanzar la precisión o la tensión necesaria de los mecanismos; ello requiere
del individuo, además de la habilidad manual, sobre todo la agudeza visual, tan imprescindible en
estos trabajos. En consecuencia, un edificio con iluminación artificial pésima,
bastante alto, con lámparas hasta el techo y con enorme maquinaria cuya
configuración hace más sombrío el inmueble, ocasiona un desgaste relevante de
la visión del obrero. En este caso, tan importantes como sus manos son sus
ojos, hecho que para el capital no tiene la menor importancia. En tanto medio improvisado,
la lámpara adaptada a algunas mesas -que no a todas- no cubre los mínimos de
seguridad para el obrero; a veces es un foco común y corriente o una lámpara que,
por lo general, constituye un riesgo de trabajo: Al laborar en la mesa, "...
al rato me arden los ojos, Empiezo a ver estrellitas blancas " , nos
indica uno de los técnicos.
Otro de los fragmentos del proceso
de trabajo donde los riesgos a la salud son preocupantes los encontramos en la
limpieza y lavado de las máquinas. Al igual que con las mesas de trabajo,
tampoco hay un lugar previamente diseñado para el ejercicio de esta labor. El
técnico se tiene que desplazar hacia el lugar que mayor iluminación y ventilación
naturales tenga: éste ha resultado ser el ventanal de uno de los pasillos
intermedios más próximo a las salas donde se encuentra el sistema de maquinaria.
"... en esta parte nosotros decidimos venir a lavar porque aquí entra el
aire y no se encierran todos los vapores de este líquido...", nos explica
otro de los técnicos entrevistados. Nuevamente, es el obrero quien en base a la
experiencia decide el campo particular de trabajo que mejor cubra las condiciones
para el lavado de las máquinas parciales. Esta decisión tiene mucho que ver con
la seguridad y la salud del obrero,
ya que para quitarles el polvo y la mugre a las partes, se emplea un líquido
cuya composición química desconocen (!), pero no así los efectos que provoca:
"...Las manos te las reseca y te las arruga... A mi me provoca mucha sed.
Ayer un compañero ya casi se estaba desmayando por el mareo; a otros les da
mucha hambre. Se llama neutronal... lo único que tenemos (para prevenir la acción
del tóxico): unos guantes, la mascarilla y unas brochas para lavar los selectores...
Mínimo nos tomamos un litro de coca cola diario". Cabe destacar que en la
elección que hacen los técnicos del lugar para el lavado, ponen más énfasis en
la adecuada ventilación al estar cerca de la ventana que en la iluminación. La
explicación la tenemos en las reacciones tóxicas que provoca el líquido que
emplean: "Si se llega a encerrar (el olor), nos empiezan a llorar los ojos
y ya no aguantamos". Por tanto, nos encontramos ante un agente altamente tóxico
que altera casi todos los órganos de los sentidos e incluso el metabolismo en
casos extremos. Aparte de los instrumentos arriba citados, la fuerza de trabajo
emplea un recipiente improvisado y creado por ella misma: se trata de un grueso
garrafón de plástico partido a la mitad, de unos 70 cm de longitud, donde mete
los selectores para lavarlos. Sólo una investigación exhaustiva podrá revelarnos
si originalmente se diseñaron toda esta clase de instrumentos de trabajo por
los fabricantes del sistema de conmutación o algún proveedor en específico.
Independientemente de si en algún tiempo esto se hizo o no, lo cierto es que en el ocaso de esta tecnología es la
propia fuerza de trabajo quien tiene que modelar
y hasta crear o improvisar los instrumentos que le son necesarios.
En el proceso de lavado la
maquinaria despide un polvo negro parecido al hollín. En el piso deja una
película que se carga de un lado y se desvanece en el otro, precisamente en el
extremo opuesto a la ventana. Por ende, aquel que llega a levantar el viento
regresa al sistema maquinizado para ensuciarlo de nuevo y pasa a su vez a
formar parte del aire que respira la fuerza de trabajo durante la jornada.
13 Es un contaminante adicional que se suma a otro de los más recurrentes: el
ruido, que provoca la marcha del monstruo maquinizado, las ensordecedoras
alarmas de emergencia y el que generan los sistemas de aire. Con el paso del
tiempo la fuerza de trabajo se ha acostumbrado a comunicarse en voz alta o a gritos,
según el caso y la urgencia.
CAPITULO V EL
NUEVO CARACTER DEL AUTOMATISMO EN LA TELEFONIA.
1.- Agotamiento de la conmutación
electromecánica.
En su desarrollo,
las máquinas empleadas en la conmutación telefónica primero llenaron pisos
enteros. Posteriormente, se hizo común el virtual taponamiento del espacio de
las salas de trabajo por cada piso: desde el suelo hasta casi llegar al techo,
fenómeno común desde la década de los setentas del Siglo XX en nuestro país. El
espectro tecnológico-material del sistema telefónico lo configuran cientos de
miles de máquinas parciales grandes y pesadas.
A estas alturas el
volumen y peso del sistema maquinizado resulta un gran problema por los costos
tan elevados que representa, tanto en el valor de la maquinaria como en las
condiciones objetivas del trabajo inherentes a la misma. Su expansión requiere
de grandes edificios, verdaderas fortalezas donde el grosor de las paredes y
pisos da cuenta del enorme peso de la maquinaria.
Si así son las
dimensiones y número de estas últimas, sorprendente es aún la cantidad de sus
elementos simples, de su estructura celular, contada por millones de relevadores
y, junto con ellos, enormes masas de cableado que recorren la maquinaria de
punta a punta. Este gran autómata requiere, por tanto, la intervención humana
de manera continua para las tareas de mantenimiento, corrección de los
desperfectos, la vigilancia y el monitoreo. Y a medida que aumenta el volumen
de la maquinaria de conmutación, esta necesidad técnica de contar con brazos
humanos virtuosos se hace más indispensable, vital y vulnerable para el autómata
mismo, amén del aumento que registra el capital variable en los balances del
capitalista.
Pero incluso para el
obrero mismo la existencia de un coloso de estas magnitudes implica, aparte de
una creciente intensidad del trabajo y grados mayores de dificultad en el
despliegue de sus tareas, algunas de las cuales son casi imposibles de realizar
debido a que los órganos maquinados del
autómata impiden la entrada de la mano o los movimientos necesarios de la misma
porque aquellos taponan el espacio, o bien, están tan altos que ni con la ayuda
de la escalera el obrero alcanza a ver lo que sus manos están realizando y en
lo que están actuando. En estos casos el
tacto tiene que suplir lo que la maquinaria oculta. Sólo los dedos de los
más expertos cirujanos pueden llegar hasta las entrañas de lo que la obesidad
de su paciente les impide ver.
Precisamente esto reproduce y aumenta el virtuosismo de la
fuerza de trabajo lo cual a medida que crece en dimensiones la maquinaria,
aumenta el peligro siempre latente para el capitalista porque ello presupone
grados mayores de dependencia en las tareas de mantenimiento y escalas de poder
más acentuadas de los técnicos sobre el proceso de trabajo.
De otro lado, esta
voluminosidad que ha cobrado el sistema automático basado en la tecnología
electromecánica hace que las fallas se presenten cada vez con mayor
intermitencia debido al desgaste progresivo de las partes metálicas que hacen
contacto con otras. Por consiguiente, el crecimiento y envejecimiento de la
maquinaria es otra fuente que requiere del obrero colectivo para mantener su
fuerza vital y movimiento continuo. Es, pues, en el elemento humano en quien va
recayendo con mayor peso la calidad del producto. Entre más viejo, desgastado y
dimensionado es el sistema automático, más espacios le deja al obrero en lo
concerniente al logro de la llamada con una calidad aceptable. Para él es una
relación directamente proporcional; para la maquinaria, es su inverso. El
obrero gana terreno y el capital lo pierde, lo que contraviene la 1ógica
burguesa de la producción. Bajo esta naturaleza tecnológica, el aumento
sustancial de las máquinas de trabajo, esto es, su expansión geográfica y
concentración intensiva en las grandes urbes requiere de una escala mayor de
medios y mecanismos de transmisión y sobre todo, necesita de nuevas y numerosas
máquinas parciales alojadas en esta parte del autómata, diseminadas a lo largo
de la red nacional, tales como repetidores, mecanismos de medición y
aseguramiento de la nitidez de la voz transportada en impulsos eléctricos, etc.
y sin duda, de hilos alámbricos más numerosos, que en el éxtasis del crecimiento
llegan a formar cables de hasta 2,700 pares de hilos, arrojando con ello un incremento
sorprendente del virtuosismo de los reparadores de este tipo de cables (los
cablistas) cuando son trozados accidentalmente, robados a trozos por su alto
contenido de plomo y cobre o rotos por las inclemencias del tiempo y la fauna
subterránea.
En otro orden de
ideas, la expansión del capitalismo mexicano y en particular de los monopolios
tanto nacionales como extranjeros a partir de fines de los sesentas y su mayor
conexión con la economía mundial generó una demanda acentuada de telefonía
básica
y sobre todo, una mayor necesidad de comunicación telefónica por enormes masas
al día, así como de comunicación de datos e imagen, que la telefonía convencional
era incapaz de soportar, sobre todo con miras a una mayor integración mundial
de la economía. En otras palabras, el aumento cuantitativo del producto natural
de la telefonía (las llamadas) y el cualitativo de la comunicación, esto es, la
aparición de nuevas formas de intercambio de información tales como las derivadas
de la comunicación de datos y de imagen y sobre todo, la posibilidad de su
ensamble en una sola red de transmisión y conmutación llevaron a las
multinacionales a concentrar su capital de investigación científico-técnica
para la materialización de esta revolucionaria tarea: la llamada red digital de
servicios integrados (RDSI).
A partir de los 70's del siglo anterior las
economías imperialistas comenzaron la sustitución de la tecnología
electromecánica por la digital y con ello iniciaron un creciente proceso de
integración de las telecomunicaciones, mientras que en la gran mayoría de los
países dependientes se conservaban los sistemas automáticos basados en la
electromecánica, tal y como sucedió en México. Fue entonces como apareció una
nueva fuerza que empujó desde 1977 en la telefonía mexicana para entrar al
umbral de la fase superior del automatismo: el apoyado en la tecnología
digital.
A medida que ésta se
complementaba más y más con la computación aplicada a los procesos productivos
en los países que determinan el ritmo de expansión del capital, que orientan el
desarrollo productivo de las ciencias y que fijan los tipos y reglas de la
ganancia, los medios de trabajo que se fueron imponiendo como los más usuales,
esto es, como los mundialmente predominantes en los circuitos industriales y
financieros que marcan la pauta del capitalismo como sistema, el principio
automático de partes movibles de economías como la nuestra fue perdiendo lo
usual y recurrente para convertirse gradualmente en lo ocasional y obsoleto.
Bajo un mercado cuasi cerrado de telecomunicaciones al amparo de los monopolios
estatales o paraestatales, la tecnología electromecánica puede ser la
socialmente dominante y el tiempo de trabajo el socialmente necesario. Pero
bajo la presión internacional de procesos laborales con palancas científicas y tecnológicas
de rango superior y sobre todo, al globalizarse más y más la producción y con ello la ley del valor, dicha
tecnología hace que los factores objetivos del trabajo a escala nacional
pierdan su generalidad. Se convierten en medios de trabajo individualmente
dominados, aplastados y sometidos por la competencia internacional. El tiempo
de trabajo de la telefonía mexicana, del negocio granburgués de la comunicación
humana pierde su magnitud socialmente considerada y se convierte en tiempo de
trabajo individualmente sobrante, superfluo, inútil. De esta forma se trabaja
muy por encima del valor socialmente necesario del producto y con ello el
plusvalor decae. Bajo esta óptica también la masa global del valor de la fuerza
de trabajo del país (en este caso, de los telefonistas) aumenta en relación a
la magnitud del capital variable de la rama de telecomunicaciones a escala
internacional porque la complejidad, el virtuosismo, la destreza y la
productividad del trabajo son sustancialmente distintos en uno y otro.
Con ello los
resortes que animan la caída de la tasa de ganancia en la rama de telecomunicaciones
se activan más y más en la medida que progresa una nueva forma de automatismo
en la economía mundial. Los años de retraso se convierten en siglos de pérdida
de capital para el granburgués. Esta es, pues, otra de las razones
fundamentales en que confluyen los límites expuestos más arriba y que marcan el
agotamiento del principio automático basado en las leyes de la electromecánica.
2.- Bases
tecnológicas para el automatismo pleno.
La clave para
arribar a una forma superior de comunicación la encontramos en la alteración
sustancial en el tipo de lenguaje utilizado por el sistema automático, es
decir, un nuevo carácter de las señales que transportan la voz. Estas son las
que se apoyan en las señales digitales que produce el lenguaje binario. Como en
muchos casos vistos en la historia de la tecnología, ya desde 1837 existía este
tipo de lenguaje, só1o que su aplicación tecnológica en la telefonía apenas
cobra forma a partir de principios de los años sesentas y en nuestro caso hasta
1969, cuando se incorpora la señal digital como forma de transmisión mediante
el PCM (Modulación por Codificación de Pulsos). Antes só1o las encontrábamos
para las señales luminosas que emiten los sistemas automáticos electromecánicos
al momento que un mecanismo falla, como medio de aviso al obrero.
Este salto en el
tratamiento del material de trabajo (la voz) sólo fue posible cuando se generalizó
la aplicación de los transistores y con ello el desarrollo de la electrónica de
los cuerpos de estado sólido. Si de manera convencional la voz se convierte a
un modelo eléctrico donde corresponden la intensidad y la frecuencia del sonido
a la frecuencia e intensidad de los impulsos eléctricos, bajo las señales
digitales únicamente se toman muestras representativas del sonido, mismas que
son descompuestas en trenes o secuencias de pulsos binarios (ausencia o
presencia de señal).
De esta forma encontramos un considerable ahorro de energía y tiempo, ya que
sólo transita por el sistema de conmutación y transmisión un minúsculo
fragmento de la señal original bajo una forma extremadamente simplificada, con
las ventajas de que cumple una calidad insuperable frente a la tecnología
anterior porque prácticamente es inmune al ruido, las interferencias y la
distorsión a pesar de recorrer enormes distancias.
Durante una década se mantuvo esta forma de
conversión de la voz, únicamente en la parte del mecanismo de transmisión del
sistema de maquinaria, en la llamada transmisión por PCM aparte de su estancia germinal
en la señalización. Mientras permaneció aquí, aceleró la conducción del sonido
transformado en señales binarias hacia las máquinas de trabajo, pero sin
trastocar la base técnica del autómata ya que ésta aún dependía de la
composición celular de partes movibles (los relevadores). Fue sólo hasta la
invención de los circuitos integrados o chips que se produjo una verdadera revolución
en toda la estructura del sistema automático.
La invención de los
transistores y posteriormente los resistores y capacitores, entre otros, dio
origen a los complejos automáticos de conmutación electrónicos (como el sistema
ANC-I1) y a máquinas de trabajo minúsculas pero todavía bajo la tecnología
electromecánica en lo fundamental. Nos
referimos a los microrrelevadores del
tipo "reed" usados en algunas centrales. Sin embargo, a pesar de que
este tipo de autómatas marcan el camino de la miniaturización, son tan sólo
mecanismos que les tocó el papel de mediación entre la electromecánica y la
electrónica digital. No obstante, el paso ya estaba dado, pues a pesar de su
efímero papel en la evolución tecnológica de la comunicación humana, dieron uno
de los saltos de calidad importantes: con ellos se anunciaba el ocaso de las
partes movibles. Sólo bastó unir estos pequeños componentes y combinarlos en
una pastilla de silicón para darles su acabado definitivo, superior y
revolucionario, naciendo así el circuito integrado o chip. Aunque muchas veces
citado, aún falta mucho por escribirse acerca del impacto que provocó en el
proceso de trabajo. A nuestro juicio, la alteración sustancial que provoca se
ubica en la grabación en una ruta fija
del camino, trayectoria o medio de transportación de las señales, de un lado, y
de otro, en su miniaturización. Al ocurrir esto, saltan por la borda los miles
y hasta millones de mecanismos que se interponían entre los también millones de
alambres fijos para interrumpir la continuidad
a fin de cambiar la ruta, la dirección o la intensidad de los impulsos eléctricos,
con sus toscos movimientos mecánicos y electromagnéticos. Ni se diga de las
máquinas de trabajo tales como los selectores o de máquinas de control como los
registros o marcadores, que mueven innumerables barras metálicas de conexión
para conmutar los impulsos. Al romper la continuidad, aumentaban el tiempo de transportación de los mismos a medida que
se interponían más y más enormes mecanismos entre el usuario que llama y el que
contesta, a pesar de que con la electromecánica se llegó a tiempos de trabajo cuantificados
en milésimas de segundo.
Si, por ejemplo, con
esta última configuración tecnológica de la telefonía crecieron por miles y
millones los brazos y las manos de la operadora y con ello la cantidad de
cordones, jacks, llaves y diademas mediante los selectores, ahora con los
circuitos integrados se lograron fijar de
manera permanente los cordones al jack, la diadema a los oídos, los dedos a
las llaves, clavijas y cordones, la visión a las teleboletas y numerosos archivos
de información. Es como si se hubiera miniaturizado a nivel microscópico el
obrero colectivo para tener manos, brazos, pies y cerebro incorporados en el
grabado de la oblea y conectados a los miles o millones de componentes de la
misma. Se logró, por fin, el ansiado sueño de los primeros científicos y
tecnócratas de la comunicación y la industria en general: la conexión permanente y sin interrupciones.
Hablar del
movimiento mecánico entre dos o más cuerpos implica proporcionar adicionalmente
los medios necesarios para su continuidad: materias primas auxiliares tales
como el aceite, el jabón, el agua, etc. y fuerza de trabajo que les engrase sus
coyunturas, que arregle los huesos acerados del autómata y tense sus nervios para
que aquella mantenga la fuerza concentrada de sus músculos. Con los circuitos
integrados esto se acaba. La eliminación de las partes movibles acaba
virtualmente con las tareas de mantenimiento tanto preventivo como correctivo
que parten del obrero. Este es otro de los desplazamientos radicales que
inducen las partes fijas: la expulsión casi total, la cuasi expulsión de la fuerza de trabajo del proceso laboral, es
decir, de lo poco que el trabajo muerto le había dejado al trabajo vivo en una
relación apendicular de pasividad y sometimiento en el tratamiento inmediato
del producto natural llamado voz.
El proceso de
materialización de esto que parecía una fantasía de acuerdo a la forma social
de conciencia de mediados del siglo pasado tiene distintas modalidades: unas,
la grabación de mascarillas en la superficie de la oblea que da el diseño
especial correspondiente; otras, mediante la aplicación de determinadas
impurezas que su especificación o uso particular requiere o bien, dibujando
mediante un baño químico en la lámina de cristal óptico el trazo
correspondiente "a la geometría de sus elementos para posteriormente recibir
una luz ultravioleta que disolverá las áreas superfluas dejando únicamente el
contenido geométrico que le pertenece, de tal modo que combine con las demás
láminas obtenidas con igual proceso para formar el chip del circuito integrado
de que se trate"
mediante máquinas de grabación litográficas teniendo como fragmento laboral
común reducciones fotográficas sucesivas hasta llegar a ser microscópicas. El
más común de los métodos actuales de grabado seco de circuitos integrados es el
de plasma, "medio muy eficaz para las litografías de las capas
dieléctricas ...".
Hasta hace poco no se podía fijar con precisión el grosor de la capa a grabar,
su naturaleza y la velocidad de grabado era en general desconocida. Con apoyo del
láser -otra de las revoluciones energéticas que son pilares del automatismo actual-
se ha logrado con exactitud el seguimiento del grabado de plasma en los
circuitos integrados reduciendo las interferencias
de las difracciones y de las reflexiones que mejoran sustancialmente la señal.
También la microelectrónica le debe mucho a la óptica, pues con ayuda de
alineadores ópticos con lentes es que se pueden lograr impresiones de trazos
geométricos en las obleas cada vez más microscópicas. Es, por tanto, el
estímulo que proporciona la electrónica aplicada a la producción para que una
disciplina particular muy vieja revitalice sus energías y despliegue sus alas
en forma inusitada y lograr así un ensamble perfecto con aquella para lograr mecanismos
cada vez más pequeños.
Otra de las
innovaciones esenciales que derivan es la unión
de la transmisión y la conmutación al miniaturizarse componentes de
conexión con los de tránsito de distintos tipos bajo una sola oblea
y al requerir del mismo lenguaje de señalización (el binario). El siguiente, lo
tenemos en la reaparición de las diferentes máquinas de trabajo y otros
mecanismos de la conmutación electromecánica, sólo que reducidos en tamaño a
una minúscula proporción en los circuitos integrados o por lo menos en una
tarjeta de circuito impreso. La circuitería también aparece miniaturizada a
través del grabado de las rutas de conducción de las señales. La gran
diferencia es la velocidad de trabajo y su tamaño. Inicialmente, los chips
medían un cuarto de un timbre postal agrupando diez componentes; poco después
en la misma dimensión cupieron mil elementos.
Posteriormente
fueron 10 mil y para 1992 se ubicaban por cientos de miles, lo que da una idea
de la reducción de espacio en los sistemas digitales.
Lo mismo aconteció con las fuentes de
energía: "reducción de baterías con 10 veces la energía, un décimo de peso
y un tercio del tamaño de las baterías convencionales de plomo ácido (los
acumuladores), fabricado de un polímero de polifenileno (plástico)".
Esto produjo, a su vez, una integración sin precedentes del proceso laboral de
la telefonía en su conjunto que, como hemos visto hasta el momento, concentró
la parte medular de la misma (su fase de conmutación y transmisión) de inicio,
pero que ya en la actualidad se puede ver la integración de procesos parciales
menores tales como la prueba y monitoreo de segmentos de la red telefónica.
Mucho antes de la
aplicación de esta nueva estructura celular basada en los circuitos integrados
en el proceso que efectúan las diversas clases de máquinas de trabajo, se dio
históricamente de manera inicial en los órganos de control del sistema
automático. Fue en los primeros años de los setentas del siglo anterior en
México cuando se incorpora por vez primera el control por programa almacenado
(SPC) a un sistema de maquinaria en la telefonía, diferenciándose incluso en el
lenguaje usual la parte de conmutación a base de partes movibles y en la de
control la de partes fijas, donde se albergan los computadores que gobiernan a
la primera. Es el caso de la central de larga distancia tipo AKE analizada en
el capítulo anterior donde el significado temporal de este suceso tiene una
importancia cardinal para explicarnos el tipo de automatismo que existe en esta
parte medular de la telefonía. De momento lo dejamos anotado porque enseguida
comenzaremos a exponer con detalle este nuevo agente del proceso laboral.
3.- Espectro
tecnológico de la conmutación digital.
Aunque para 1992 la
conmutación digital representa apenas el 20% de las centrales existentes en el
país, sin embargo ocupa en nuestros días un papel cada vez más importante en la
economía ya que su aplicación es para la gran burguesía, o sea, para los
monopolios que juegan un papel central en el desarrollo, ya que son los únicos
que pueden pagar los altos costos de una tecnología recién introducida. Las
necesidades de una comunicación con las últimas aplicaciones de la ciencia
tanto para la clase obrera como para la población restante se quedan a segundo
plano, recibiendo apenas lo inevitable para el consumo popular de los productos
de la tecnología digital.
Por consiguiente,
este tipo de conmutación tendrá que coexistir por un tiempo más con los autómatas
electromecánicos, lo que
de por sí significa la permanencia en el mismo tiempo e incluso en numerosas
veces también, en el espacio físico, de dos tipos de automatismo, de dos formas
de trabajo creando, a su vez, dos tipos simultáneos de relación subsumida. Por
lo pronto, una de las condiciones técnicas del nuevo modo de producir es la referida
al acoplamiento del espectro digital
con el analógico, cuestión que significa que los nuevos autómatas deben contener
mecanismos que permitan el ensamble con las señales y el sistema de maquinaria
anterior. Y así es.
Por lo que respecta
a su capacidad, la miniaturización y su nueva composición celular ha logrado la
creación de un autómata 20 veces más potente y con una reducción corpórea en
una proporción de diez a uno.
De 10 mil líneas de capacidad que alcanzaban los conmutadores a base de coordenadas,
una central digital contiene 200 mil como máximo. El sistema nervioso del país
se ha multiplicado de manera considerable gracias a su nueva estructura celular
y, a diferencia de los aumentos en progresión geométrica del tamaño de los autómatas
con relación a la capacidad en líneas, reduciendo considerablemente nervios,
tendones, neuronas y órganos de gobierno.
a) Principales
transformaciones.
Esto último se ha
logrado gracias a tres grandes cambios en la maquinaria de conmutación, aparte
de los expuestos más arriba: un nuevo tipo de conmutación que brota de la
estructura de partes fijas: la llamada conmutación
temporal, apoyada en el lenguaje binario; el control total de los mecanismos
diversos mediante computadoras
miniaturizadas, y el abandono de la rigidez típica de la conmutación
electromecánica y su sustitución por un manejo
flexible de los medios de trabajo en
su conjunto.
Estas son las tres
características básicas del nuevo sistema automático, mismas que tipifican cada
uno de los procesos fundamentales objetivados que lo componen, como a
continuación veremos:
i.
Las
máquinas parciales miniaturizadas y su proceso.
Si bajo la conmutación
espacial típica de los sistemas automáticos electromecánicos era necesaria la
unión de dos polos conductores con otros que llevaban la información interponiéndose
para esto selectores rotativos, relevadores, barras o microrrelevadores, con la
conmutación temporal son los circuitos integrados los medios objetivos que
sustituyen a aquellos.
El principio que
maneja este modo de conmutación es esencialmente distinto. Ahora se trata de
transferir o de permutar la información codificada en señales digitales entre dos canales, y ya no entre dos barras
metálicas a través de sus puntos de contacto o conexión, como sucede en el
selector de coordenadas. El proceso de conversión de la voz en muestras que se
codifican en trenes de pulsos binarios, esto es, la modulación por codificación
de pulsos (PCM) emplea canales para su transportación. De ahí la importancia de
la técnica PCM para abolir el principio de los selectores de partes movibles. Esta
proporcionó tanto el método de conversión de sonido como el vehículo de conducción.
Pues bien, cuando un
tren de pulsos anuncia su llegada, desde uno de los órganos de control -los
procesadores regionales-, se almacena por un breve instante dicho contenido en
una memoria (llamada de voz) hasta que el espacio de tiempo del canal saliente
ocurra. Para ello, habrá de intervenir otra memoria (de control) que almacenará
el número del canal saliente a que va a conectarse el canal inicial. Una vez
que el espacio de tiempo correspondiente ocurre, la memoria de control gira
instrucciones para que las señales se inserten en el canal y sean así
transferidas o conmutadas.
Esto a su vez
requiere de un agente ya conocido por nosotros: la troncal o línea de entrada o
salida. A cada troncal entrante se le dota de una memoria de control para el
manejo de los canales correspondientes. Con esto tenemos de nuevo la conmutación
espacial pero con una modificación sustancial en el tipo de proceso que corre
en su interior. En las centrales digitales se combinan estos dos tipos de
conmutación para configurar una variada red de conexiones. La más usual es la
de tipo temporal-espacial-temporal.
Aunque a estas
alturas la analogía entre este tipo de conmutación y la que efectúan las operadoras
bajo la moderna manufactura es difícil de establecer, no por ello se pierde.
Hoy las señales de la marcación del usuario que llama no se anuncian en el
conmutador manual a través de una laminilla o una lámpara. El lenguaje ha
cambiado; del decimal ha pasado al binario.
Bajo la conmutación
a base de selectores de coordenadas la señal llegaba a los relevadores de los
registros, marcadores, analizadores, etc. Hoy llega a un circuito integrado,
elemento celular que da cuerpo a las tarjetas de circuito impreso. Aquí es
recibida la señal binaria por uno de los mecanismos de gobierno: un procesador,
valiéndose para ello de una de sus memorias.
La detección visual
que efectuaba la operadora la hace ahora uno de los circuitos, la interpretación
y retención se realiza por una de sus memorias. De manera similar, la recepción
de la línea del usuario con quien se desea hablar, el almacenaje y la
instrucción de traslado al espacio de tiempo del canal correspondiente, cosas
que efectuaba la operadora mediante las funciones cerebrales y auxiliándose de
la diadema, se localizan asimismo en otra de las memorias del microprocesador.
Las manos, dedos, jacks, cordones y llaves también se encuentran objetivadas en
minúsculos circuitos alojados en la tarjeta correspondiente.
FIGURA 9. SISTEMA AUTOMATICO DIGITAL EN UNA
CENTRAL TIPO AXE-1
(Diagrama a bloques del hardware)
SSS SUBSISTEMA
DE ABONADOS
SSN RED
DE SELECTORES DE ABONADO
AJC CIRCUITO
DE LÍNEA DEL CORDÓN A
BJC CIRCUITO
DE LÍNEA DEL CORDÓN B
KRD ORGANO
RECEPTOR DE CÓDlGO DE TECLADO
LIC CIRCUITO
DE LÍNEA
GSS SUBSISTEMA
DE SELECTORES DE GRUPO
GSNI RED
DE SELECTORES DE GRUPO ENTRANTE
GSNO RED
DE SELECTORES DE GRUPO SALIENTE
TSS SUBSISTEMA
DE REPETIDORES Y SEÑALlZACIÓN
ITC CIRCUITO
DE REPETIDOR ENTRANTE
OTC CIRCUITO
DE REPETIDOR SALIENTE
CRD ÓRGANO
RECEPTOR DE CÓDIGO
CSD ÓRGANO
EMISOR DE CÓDlGO
Fuente: L. M.
ERICSSON. Curso AXE-1. Hardware, 1976,
p. 2
En el subsistema de
abonados y el de selectores de grupo encontramos a las nuevas máquinas de
trabajo de la conmutación digital. En el primero se encuentran los circuitos de
línea, la red de selectores de abonado, nuestros viejos conocidos: los
circuitos de línea de cordón A y los circuitos de línea del cordón B y
finalmente, el receptor de código de teclado.
En el segundo módulo
tenemos dos potentes máquinas de trabajo: la red de selectores de grupo
entrante y la red de selectores de grupo saliente. Por tanto, las máquinas de trabajo también se
miniaturizaron. Entre estos dos mecanismos encontramos una diferencia
sustancial: que no circula ninguna señal de corriente continua por el
subsistema de selectores de grupo ya que el de abonados se encarga de lo
necesario para el enlace entre el teléfono del usuario A y la central:
alimentarlo de corriente, emitir la señal de llamada y reconocer las cifras
marcadas. Esto nos lleva a una facilidad sorprendente en el momento de la
introducción de redes digitales adicionales.
Finalmente, un
tercer subsistema: el de troncal y señalización, contiene las máquinas parciales
de trabajo faltantes: el circuito de troncal entrante, el de troncal saliente,
el órgano receptor de código y el emisor de código.
ii. Los componentes
miniaturizados de control.
El sistema de
control es un mecanismo relativamente independiente de las máquinas de trabajo
que realizan la conmutación. Se disocia en dos niveles: el central de
procesamiento, conformado por ocho procesadores duplicados trabajando de manera
síncrona, y el segundo nivel, compuesto de procesadores regionales pequeños,
también duplicados. Trabajan de acuerdo con el método de distribución de carga.
La base de todos ellos la encontramos en los microprocesadores que forman parte
de tarjetas de circuito impreso donde se alojan otros mecanismos. Esto le da a
las tarjetas la potencia de una computadora.
La tercera fuerza de
la inteligencia artificial del nuevo autómata la tenemos en la variada serie de
programas que gobiernan y regulan el funcionamiento de todas las máquinas de trabajo
y de control. Estos son los tres componentes del cerebro de la central digital.
Veamos ahora cómo es que estas máquinas se dividen el control del trabajo.
Como ya se presentara
en la conmutación de coordenadas, muchas de las operaciones de los distintos
órganos de trabajo se hicieron repetitivas y rutinarias. Estas reaparecieron
concentradas con las funciones de mayor complejidad en los primeros sistemas a
base de control por programa almacenado, lo cual complejizaba tanto la
estructura como el ejercicio de sus actividades. En las centrales digitales
ocurre una disociación de las mismas, gracias a la rutina misma de las operaciones.
Estas se liberan del procesador central y pasan a formar parte de las
operaciones de los pequeños procesadores regionales.
De esta forma, la exploración, que no necesita de tanta
potencia y flexibilidad durante el procesamiento de datos pero que presupone
muchas cargas de tiempo y energía, deja campo libre para que el procesador
central especialice su actividad para las funciones más complejas.
FIGURA 10. MECANISMOS BASICOS DE CONTROL DEL AUTOMATA
TIPO AXE-l (Hardware, Diagrama a bloques)
CPS SUBSISTEMA
DEL PROCESADOR CENTRAL
CP-A UNIDAD A DEL PROCESADOR CENTRAL
CP-B UNIDAD B DEL PROCESADOR CENTRAL
UMB BUS DE LA UNIDAD DE ACTUALIZACIDN
Y COMPARACION
PS MEMORIA DE PROGRAMA
RS MEMORIA DE REFERENCIA
DS MEMORIA DE DATDS
PTU UNIDAD DE PRUEBA DEL PROCESADOR
PTB BUS DE LA UNIDAD DE PRUEBA DEL
PROCESADOR
MAU UNIDAD DE MANTENIMIENTD
MAS SUBSISTEMA DE MANTENIMIENTO
Fuente: L.M.
ERICSSON. Curso AXE-l. El procesador
central. pp. 2 y 7
La repetición de
tareas simples da origen a su relocalización en unidades de control separadas,
pero menos importantes. Es la división del trabajo intelectual maquinizado,
simple, indiferenciada.
De otro lado, la
parte de control es la que determina las acciones a realizar y los mecanismos donde deben
concretarse, de acuerdo a los cambios de estado ocurridos en las clases de máquinas
parciales miniaturizadas de los subsistemas de conmutación, los cuales son los
agentes ejecutores de las determinaciones del cerebro digitalizado.
Por lo que respecta
a la velocidad de operación, tenemos que si bajo la tecnología de relevadores las
tareas se ejecutaban en cuestión de milisegundos, ahora en los órganos de
control únicamente se requieren unos pocos microsegundos para girar la
instrucción de trabajo.
Con ello se abre una nueva escala
temporal en la operación de las máquinas y sobre todo, un gran respiro para
el capitalista en lo que respecta al tiempo de trabajo necesario para la
conducción de la llamada, esto es, para la cristalización del producto de
trabajo de la telefonía.
Al concentrarse las
funciones de gobierno de las distintas máquinas parciales en los procesadores,
surge la dificultad en éstos de controlar la función de aquellas de manera
inmediata, en tiempo real. Esto se
logra gracias a la rapidez con que los microprocesadores trabajan la información
binaria.
Dejar en manos de
ocho pequeños computadores el tráfico telefónico de 200 mil líneas implica una
garantía en el control de una producción en masa jamás antes concentrada en
componentes tan pequeños. Ello requiere de un sistema de seguridad que evite
las interrupciones del potente autómata tanto en lo particular como
hipotéticamente aquellas que detengan grandes familias de máquinas
miniaturizadas o incluso el sistema en su conjunto. Por eso, a cada una de
estas máquinas de control se le incorpora un segundo procesador que trabaja en
paralelo de manera síncrona: uno es el ejecutivo y el otro, el suplente.
"El trabajo interno de los dos lados se compara continuamente. De este
modo se descubre inmediatamente cualquier discrepancia en su trabajo. .."
Ambos mecanismos de
control tienen acceso a la información que generan las máquinas parciales para
que en el momento de la interrupción del trabajo de uno de los órganos del
microprocesador, inmediatamente se active el suplente con el concurso de varios
mecanismos insertos en el procesador , tales como el subsistema de mantenimiento
(MAS).
El procesador tiene
tres memorias básicas: la de programa (PS), que contiene instrucciones llamadas
de máquina, las cuales en su conjunto forman programas; la memoria de datos
(DS), que es la que almacena la información proveniente de la parte de
conmutación. La tercera es la memoria de referencia (RS) que facilita la
localización de los datos de las otras memorias mediante el registro y
ordenamiento de la información. Puede almacenar hasta más de un millón de
palabras bit. Sus tiempos de ciclo son de 0.8 us y la longitud de palabras es
de 16 bits.
La parte activa del
procesador central contiene un mecanismo especial a través del cual se generan
las indicaciones de trabajo para todo el sistema. Es el generador de
microinstrucciones. También encontramos órganos de control que extraen la
información de los procesadores regionales, la unidad aritmética-lógica, que se
encarga de las operaciones aritméticas, efectúa comparaciones y realiza
funciones de cálculo; y otros mecanismos que regulan la ejecución de los
programas, la lectura y escritura de los datos, que efectúan los cálculos de
direcciones, que se encargan de la información con los procesadores regionales,
que cargan, asignan o procesan errores de programa, etc. Todo ello a través de
secuencias (sucesivas o salteadas) donde la cooperación y la yuxtaposición de
las instrucciones y operaciones son un fenómeno común a lo largo de todo el
autómata.
Todo esto opera de
manera ordenada, regular y lógica gracias a la existencia de la programación.
Existen una gran variedad de programas que no sólo se encargan de funciones
diversas tales como la recepción de señales, el análisis de cifras, el
mantenimiento o la estadística, sino además, con la facultad de poder
ejecutarse en tiempos diferentes y a intervalos regulares: cada minuto, cada
número de horas o de días donde por lo general los relativos al manejo de
tráfico son operados durante el día y los que realizan tareas de mantenimiento
son asignados por la noche.
En el procesador
central también encontramos los órganos encargados de las máquinas accesorias
tales como el dispositivo de comunicación de datos, el de cinta y el de
pantalla.
b) Las máquinas de
control.
i. Los procesadores
regionales.
Si en el CPU
encontramos el computador que regula y controla de manera global el proceso de
conmutación, en los procesadores regionales tenemos la aplicación de
computadores para el control de segmentos del autómata. Encontramos, pues, la fragmentación de las funciones de gobierno
y con ello su distribución en determinadas porciones de las máquinas de trabajo,
con una diferencia sustancial en relación a los procesadores centrales: sus funciones son rutinarias y simples.
Ejemplo de las mismas es la exploración continua de todos los circuitos de
línea en cuestión de milisegundos, lo que significa que en estas computadoras
se han descargado las faenas pesadas del control y monitoreo de limitadas
funciones 1ógicas tales como la exploración misma, la operación de relevadores
(tratándose de autómatas donde se encuentra ensamblada la conmutación digital
con la analógica), recepción de llamadas, medición del tiempo de transferencia
y traducción de caracteres entre el sistema de entrada y salida y el procesador
central. Por su carácter, el procesador regional (RP, por sus siglas en inglés)
es de sencilla configuración y ocupa un espacio muy reducido.
Lo que no
encontramos en el microprocesador central de funciones de control que antaño
realizaba la operadora, lo tenemos en los procesadores regionales. Ejemplo de
ello es la medición del tiempo de las llamadas, la transferencia y la
traducción de la información.
A diferencia de la
conmutación de partes movibles, las señales no llegan directamente a los
órganos de control. Un usuario al descolgar el auricular de su teléfono y
marcar el número deseado, pone en acción a los circuitos de línea y la red de
selectores; los anima. Pero no así al procesador regional. Para lograrlo, es de
esta misma serie de computadores de donde parte la actividad, mediante el
empleo de señales de dirección que abren compuertas y permiten así que la
información llegue a su interior y proceda a darle lectura.
La voluntad y determinación de cada una de las partes del autómata, o sea, de
las distintas máquinas de trabajo, se les ha usurpado para ser concentradas en
los procesadores.
Cada 10 milisegundos
el procesador regional explora el conjunto de mecanismos a su cargo. El
monitoreo, pues, se regula a intervalos fijos; la cadencia de trabajo es cada
vez más exacta, libre de imperfecciones. No se crea que este pequeño autómata
del control parcializado se cruce de brazos durante el tiempo que media en cada
intervalo. Antes al contrario, es el momento en que realiza el complejo de
operaciones dictadas por el procesador central para accionar los órganos
correspondientes de conmutación.
Atrás quedó, por
tanto, la autonomía de cada segmento laboral e incluso de las diferentes
máquinas parciales que le dan forma al sistema automático. Hoy uno de sus
mismos elementos, de configuración simple y minúscula es el agente a quien hay
que rendir cuentas.
Pero no se crea que
el RP sea amo y señor de las máquinas de conmutación. También él ha perdido la
autonomía laboral. El sometimiento en que tiene a los órganos ejecutores a su
cargo lo paga caro pues él mismo ha perdido la voluntad propia, ya que se
encuentra sometido al capricho del procesador central, al dictado de la
programación inserta en este último, la cual establece, entre muchas otras de
sus funciones, la de explorar y monitorear a los RP's en millonésimas de
segundo a fin de que éste le proporcione sumisamente lo que tienen de señales
(de información) para que el procesador central active los restantes órganos de
trabajo.
Esta nueva cualidad
marca un salto en el automatismo. La concentración del mando y el control en
una parte del sistema digitalizado también repercute en el obrero colectivo
asociado en este proceso. Más adelante hablaremos de esta relación.
Prosiguiendo con las
nuevas cualidades del sistema de conmutación digital, encontramos una disminución
de las máquinas de control. Cada autómata digitalizado cuenta con alrededor de
50 procesadores regionales por cada diez
mil líneas. La disminución de la cantidad, pues, se convierte en una cualidad.
Al haber pocos procesadores regionales, el control de las máquinas digitales
miniaturizadas se realiza por bloques o módulos, ubicados en placas de circuito
impreso. Cada uno de ellos agrupa distintos tipos de órganos de conmutación. Su
número dependerá de la complejidad del mecanismo de que se trate. De esta
forma, un módulo de extensión compuesto de pocos de ellos implica un alto grado
de tareas realizables; en cambio, un módulo que contenga numerosas máquinas de
trabajo y elementos de transmisión se distinguirá por la simplicidad de sus
labores. Cada procesador regional normalmente regula y controla 16 módulos.
Los hay de tres
tipos: módulos para circuitos de línea, para los juntores (órganos que contienen
los microcordones) y para la red de selectores de usuario y selectores de
grupo. Aparte, el módulo tiene otros órganos así como un mecanismo de adaptación
al cual se conecta la vía particular de transmisión hacia los procesadores
regionales. De esta forma, "... lo único que RP 've' es el bus de EM"
por el cual emite y recibe señales. Por lo tanto, los procesos de las máquinas
de conmutación son percibidos únicamente de manera indirecta por la parte
regional de control.
De todo esto podemos
observar una creciente disminución de la división
del trabajo entre máquinas parciales que existía con la conmutación electromecánica,
típica de la gran industria clásica. Con la digital no sólo ocurre una
disminución cuantitativa de dicha división, sino simultáneamente una
simplificación del trabajo entre las máquinas miniaturizadas y dentro de cada módulo
de extensión, es la cooperación simple
de órganos de trabajo similares en funciones, y en grados de dificultad
homogéneos en el despliegue de sus tareas.
ii. Los procesadores
centrales.
Por el lado del
procesador central, pueden conectarse a él 512 procesadores regionales como
máximo. Sin embargo, el medio de enlace entre ambos sólo puede manejar cuando
mucho 52 de ellos. Por tanto, las trayectorias de información llamadas bus (RPB:
bus del procesador regional) que puede conectarse al procesador central (CPU),
serán 16.
Dichas trayectorias
o buses constituyen las modernas vías de transmisión
entre los circuitos integrados convencionales y los microprocesadores. Junto a
circuitos y semiconductores de diversas clases alojados en todo el cuerpo del
autómata digital, además de los órganos del sistema PCM, conforman el mecanismo
de transmisión del complejo maquinado computarizado.
Cuando el procesador
central envía señales de exploración a los procesadores regionales, lo hace a
través del bus, de manera similar a corno los últimos exploran los órganos de
trabajo miniaturizados. Del administrador de procesadores regionales (RPH), una
de las partes operativas del procesador central, se inicia dicha exploración,
sólo que con una diferencia importante: ésta se hace por grupos de ocho RP's
simultáneamente.
Al encontrar que un
paquete de procesadores regionales no tiene información que transmitir, se pasa
al siguiente grupo, y así sucesivamente. Cuando la hay, el procesador regional
en cuestión puede simultáneamente transmitir la información al procesador
central y continuar con los trabajos que en ese momento se encuentre
realizando. Toma 20 microsegundos (μs) la exploración de un grupo de RP's y 1.2
milisegundos la de los 512 que alcanza a controlar un procesador central. A
esto se suman 100 μs por ciclo de exploración para los mensajes.
El procesador
regional contiene dos unidades de memoria y una parte ejecutora. Las primeras
constituyen medios auxiliares para sus actividades.
Tanto para las
funciones de control como las de actuación, debe darse una condición indispensable:
el sincronismo. Sin ello el proceso de conmutación tiempo-espacio-tiempo es imposible
de lograrse. Todas las micromáquinas
de control están sincronizadas tanto a su
interior como en su recíproca correspondencia; también lo están las redes
de selectores. Esta cualidad garantiza la rápida velocidad de transportación de
las señales, imprime regularidad en
la rapidez misma, garantiza el acoplamiento y se convierte a su vez en una forma de monitoreo de todo el
sistema digitalizado, pues al perder la sincronía una de las clases de máquinas
de trabajo o alguno de los procesadores, ello se detecta de inmediato por los órganos
centrales de gobierno, con lo que se activan las unidades de operación y
mantenimiento para autocorregirse o
en su defecto, para indicar a la fuerza de trabajo el lugar y motivo de la
falla a través de las máquinas externas tales como la pantalla o las
impresoras.
La sincronía, por último, también se
convierte en una necesidad para que fluyan sin obstáculo alguno las
microinstrucciones que desde el procesador central se emiten. Cada una de ellas
apenas representa 200 nanosegundos (milmillonésimas de segundo).
La configuración
digital y miniaturizada hace posible un sistema automático completamente integrado: tanto en las partes de control y conmutación
como en la integración que se presenta entre la conmutación digital y la electromecánica
a través del uso de acopladores llamados interfases; el mantenimiento también
adquiere estas características y más aún, para el caso de que una de las centrales
digitales de larga distancia en la Ciudad de México deje de funcionar por algún
siniestro, cualquier otra podrá reconcentrar el tráfico de ésta mientras la
otra vuelve a la vida. Lo mismo cabe decir para los centros de conmutación
regionales de larga distancia a base de tecnología digital existentes en el
país.
Finalmente, inmersa
en el cúmulo de procesos que envuelve la conmutación digital, la señalización está presente de manera
simultánea en todos ellos. De manera genérica, la señalización constituye el
intercambio de información entre las distintas máquinas de trabajo, medios de
transmisión y órganos de control, de un lado; y de otro, entre el autómata y el
obrero colectivo.
A través de ella
pasa la voz codificada en trenes de pulsos binarios desde un usuario a otro.
Asimismo, con ella se logra el control de todo el sistema automático
computarizado por el procesador central e incluso por la fuerza de trabajo
misma.
La señalización es el lenguaje de las máquinas y el
canal de información entre éstas y el hombre. En la conmutación digital se efectúa por dos medios:
el eléctrico en la parte de conmutación y el de microinstrucciones en la parte
de control. En la medida que aumenten los productos del trabajo de la
telefonía, ocurrirá un intercambio mayor de señales entre las centrales y entre
éstas y la fuerza de trabajo.
Todas estas características
antes vistas se sintetizan en otra de las cualidades de este moderno autómata:
su seguridad, que asociada con una estructura y funcionamiento simplificados
hacen emerger un sistema computado de conmutación que, aparte de las rupturas
ya analizadas que presenta con la conmutación de partes fijas, provoca otras de
significado primordial que sitúan a estos modernos sistemas en una fase
superior del automatismo, como a continuación veremos.
c) La revolución
operada con la conmutación digital.
La codificación del
sonido en pulsos binarios trajo consigo la señal digital como forma de conducción.
Esto provocó una alteración no en la ruta de transportación porque los alambres
seguían siendo por el momento la voz cantante, pero sí en los órganos presentes
en los medios de transmisión: los codificadores y decodificadores. Con ello
ocurre una revolución energética cuya
primera cara la encontramos en un nuevo lenguaje en esta parte del sistema
automático, velocidades de transmisión sorprendentes, uniformidad y
simplificación de la forma de movimiento que emplea la transportación de los
pulsos binarios.
Sin embargo,
mientras estuvo aquí acuñada la señal digital, no provocó cambios mayores. Sólo
cuando el desarrollo de los progresos científicos de la electrónica pudo llevar
a la fabricación de los microprocesadores (particularmente a mediados de la
década de los 70's del siglo anterior) es que apareció la verdadera revolución productiva de los tiempos presentes: la
masificación de los computadores en los procesos de trabajo. El preludio de lo
aquí dicho lo tenemos, para el caso que nos ocupa, en las primeras centrales a
base del control por programa almacenado.
No es sino hasta el
uso de las computadoras de la tercera generación cuando el control se convierte
en el agente principal del sistema automático, que se revoluciona la forma de
producir. Si en la gran industria clásica la revolución fundamental tuvo
asiento en la maquinización de los instrumentos de trabajo, con el automatismo,
entendido éste como una nueva forma de producir dentro aún de la envoltura
burguesa, lo encontramos en las máquinas
de control.
La fase inicial de
la gran industria no presenta órganos de control separados coexistiendo al lado
de las máquinas de trabajo o de los medios de transmisión.
Estos los encontramos en una escala creciente de configuración y desarrollo
cuando las máquinas se convierten en un sistema integrado de maquinaria. Allí
el control se maquiniza y adquiere proporciones más significativas. En el caso
de la telefonía, desde el segundo tipo de los primeros conmutadores electromecánicos
encontramos al registro como el primer mecanismo que presenta funciones de
control: recepción de cifras, retención, localización, traducción y emisión de
impulsos hacia las máquinas de trabajo (los selectores). Incipiente y sencillo
en su accionar, ya es un órgano
diferenciado de las restantes máquinas y medios de transmisión.
Con los últimos autómatas
electromecánicos que se caracterizan por la conmutación de coordenadas ya sea
con relés normales o con minirrelevadores, notamos un desarrollo en extensión,
número y variedad de tareas de los órganos de control. Anteriormente el
registro constituía una sola unidad de control; pero como se recordará, en el
apogeo de la conmutación de partes movibles ocurrió una disociación de sus
funciones en distintas clases de máquinas parciales, gracias a la división del
trabajo para el control. Cada vez dichos órganos tenían una presencia mayor de
generación en generación, coexistiendo con las máquinas de trabajo en una
estrecha relación técnica, y sirviendo a
estas últimas.
Al generalizarse el
uso de los computadores, primero se utilizó uno que centralizaba la mayor parte
de los procesos parciales de trabajo. Después se separaron unas pocas
operaciones de control y monitoreo repetitivas y finalmente, con la masificación
de los microprocesadores, se llevó al computador a todos los segmentos del
sistema integrado.
Por lo tanto, con la introducción de los
computadores ocurre una separación de los
mecanismos de control con respecto a los de trabajo. Esta es la primera alteración
sustancial. La segunda, que en esta disociación se invierte la relación que guardan ambas clases de órganos: de servir a las máquinas de trabajo, ahora
éstas sirven a aquellos. De ser órganos independientes que se ayudaban de
la parte de control en la conmutación electromecánica para la cristalización de
las conexiones, ahora pasan a ser mecanismos ejecutores de instrucciones que
provienen de la máquina de control.
En consecuencia, las
máquinas de trabajo han perdido su control particular y éste se ha relocalizado
y concentrado en los microprocesadores regionales y el procesador central.
Ellas no han perdido la función particular y vital de transformar la naturaleza
para beneficio del hombre, en nuestro caso, de permutar la llamada para hacer
posible la conducción del sonido de un lugar a otro. Sólo que ahora dicha
actividad se encuentra completamente regulada y dirigida por un mecanismo
independiente y del cual depende para su operación. Al despojársele de su 1ógica
específica, pierde su autonomía y le es confiscada y concentrada por los
procesadores. Tenemos ante nosotros una voluntad cualitativamente distinta, ya
que se encuentra regulada por acciones rutinarias a través de minúsculas fracciones
de tiempo. Es una voluntad cronometrada y serializada, inanimada, que subyuga
cuerpos igualmente carentes de vida. La voluntad propia, por decirlo así, de
los órganos de trabajo se pierde; es una voluntad apropiada.
La propia
configuración técnica impide que las diversas clases de máquinas de trabajo miniaturizadas
actúen por sí mismas. Recordemos que
en el caso de los procesadores regionales éstos cumplen con dar aviso de una
función que debe ejecutarse. Tienen que esperar hasta que las exploraciones del
procesador central lleguen a él para proporcionarle la información y de esa
manera el procesador central le proporcione instrucciones de trabajo o bien las
pase a otro segmento del autómata. Esto se debe a que la programación de los
procesadores regionales es muy sencilla y mutilada, limitada a las tareas
repetitivas y simples. Si el procesador central es el órgano rector, es debido
a que cuenta con la programación suficientemente completa para activar los diferentes segmentos
laborales del sistema. No por ello es el único órgano (considerados los ocho
procesadores centrales como una sola entidad de control) que conoce todo lo que
está sucediendo y durante todo el tiempo en las diversas clases de máquinas y
mecanismos de transmisión.
Debido a que la
memoria de los procesadores regionales tiene una 1ógica muy limitada, puede
darse el caso de que comience a emitir señales sin un sentido específico. En
este caso, el procesador central bloquea su bus correspondiente.
Igualmente, en los
procesadores regionales tenemos la misma dependencia que guardan con ellos los
módulos de extensión. Al anunciarse una señal, ésta no pasa de aquí hasta que
el procesador "decida leerla"
para posteriormente enviarla al procesador central vía un bus (trayectoria de
conducción) .
Como podrá notar el
lector, incluso las funciones de control simples y de poca trascendencia
insertas en los procesadores regionales mantienen una relación apendicular con
respecto al procesador central.
La existencia de
esta potente máquina
logra centralizar todos los procesos parciales, concentrar su mando y ejecución,
pero al mismo tiempo consigue su descentralización. En la primera cualidad
hasta se centralizan las funciones de mantenimiento remoto para los autómatas
digitales de áreas geográficas determinadas y algunas otras tales como la
conmutación manual que efectúan todavía las operadoras en un porcentaje ínfimo
mediante posiciones digitales, algunas funciones administrativas tales como los
cambios de número.
La inserción del
computador ha permitido, por último, la integración bajo una sola entidad
técnica, de una parte de la transmisión con la conmutación al tener como
lenguaje común al binario, manejar un solo tipo de señal: la digital y
simplificar con creces la configuración material de los distintos órganos:
circuitos integrados insertos en tarjetas de circuito impreso. Asimismo, la
segunda cualidad da lugar a una desconcentración de la telefonía apoyándose de
redes privadas y una configuración diferente de los medios de transmisión tales
como los sistemas de microonda y los circuitos de tránsito.
Otra de las
transformaciones esenciales consiste en la capacidad de los microprocesadores para
autorreprogramarse en momentos en que
por algún desperfecto pierde sincronía o la señal procesada. Incluso modifican
ellos mismos la secuencia de control y activación de las máquinas de trabajo
ante distintos flujos de tráfico. Finalmente, con ayuda de programas
específicos puede contar con varias funciones de mantenimiento y autocorrección
propias, lo que le deja a la fuerza de trabajo un margen de actuación
ocasional, fugaz, dentro del proceso de trabajo y le exige conocimientos más
vastos para manipular fuera de éste -desde las máquinas accesorias tales como
el teclado y el monitor-, la programación y con ello la secuencia de las
instrucciones hacia las máquinas de trabajo.
Hoy el autómata con
el que se encuentra la fuerza de trabajo como condición material de la
comunicación humana ya no es aquel cuya fisonomía se compone de órganos
mecánicos e intelectuales. En su lugar tenemos órganos que no se mueven,
producto de los métodos de grabado microscópico en materiales cada vez más
sintéticos. Los grises acerados, el portentoso sistema muscular de la
conmutación de órganos mecánicos cedió el paso a los plásticos, los compuestos
de silicio, el plasma, la tinta, etc. Con ello desapareció la fuerza multiplicada y concentrada de barras, engranes,
flechas y ejes que se erguían ante la fuerza de trabajo como monstruos
colosales. Hoy la fuerza de los autómatas digitales es la velocidad de
conducción y de trabajo, la precisión, sincronía y la inteligencia artificial
concentrada y potenciada a través de la programación. Estos sistemas acentúan,
por consiguiente, las funciones de inteligencia por sobre la mera conmutación
de señales.
Al desaparecer las partes mecánicas se le da
el adiós a las materias primas auxiliares que requerían las coyunturas de los
autómatas de hierro y acero. El aceite deja de chorrear por las entrañas de las
máquinas, el agua ya no es necesaria para lavar ahora las tarjetas de circuito
impreso; el neutronal, agente tóxico
de primer orden, sale de la escena laboral, aunque a cambio se le reservan al
obrero riesgos de trabajo más sutiles pero igualmente nocivos a la salud; el
ajuste de los relevadores es sustituido por la simple reposición de las
tarjetas de circuito impreso. Atrás quedó, por tanto, la intervención humana
como necesidad técnica del proceso inmediato de trabajo (cuestión que desarrollaremos
aparte).
Los nervios cobrizos
del mecanismo de transmisión alojado en las centrales
cedieron su lugar a los finos hilos impresos en las tarjetas o los circuitos
integrados, reducidos a una porción microscópica, y de igual forma se
sustituyeron por delgados alambres, de limitada extensión y agrupados en bandas
de plástico flexible para evitar al máximo su movimiento, unidos a las tarjetas
mediante enchufes en sus conexiones terminales. Este es el nuevo autómata computado.
Como podemos
observar, es en la aplicación plena de la computadora al proceso laboral donde
encontramos el cambio que revoluciona la forma de producir. Al computar los órganos
de control cambia el carácter de la relación con las máquinas de trabajo,
suprime las materias primas auxiliares, integra en una sola entidad técnica los
medios de transmisión (que no desaparición de los mismos) con los de conmutación,
centraliza y descentraliza el mando y la acción, y expulsa definitivamente a la
fuerza de trabajo del proceso inmediato de producción. Por el momento hasta
aquí llega la exposición de los cambios que provoca, aunque no son los únicos.
Enseguida damos paso a las restantes transformaciones.
d) Los medios de
transmisión.
Al convertir el
sonido en señales binarias ocurre una conversión de los electrones en fotones,
los que son enviados a través de los hilos conductores. De la energía eléctrica
pasamos por tanto a la energía luminosa y a su uso para la transportación de
los trenes de pulsos. Para hacer posible dicha conducción se sustituyen los
alambres de cobre por minúsculas fibras ópticas, la segunda alteración de
importancia. Fue también la invención del láser la que abrió paso para la
masificación de la luz como medio de conducción. En sus inicios se instalaron
fibras ópticas a mediados de los 70's del siglo anterior en la red troncal de
la ciudad de México, esto es, entre central y central para acelerar y darle
mayor calidad a la transportación de las llamadas. Posteriormente se hizo más
regular su uso con el enlace de los cuatro nuevos centros de larga distancia a
través de fibras en 1986, después del sismo. A partir de 1990 se tendió este
tipo de medio de transmisión entre las centrales de larga distancia que hay en
el país. Para 1992 la capacidad de transmisión de las fibras es de 1,920
canales telefónicos lo cual posibilita 11,520 llamadas simultáneas. En
consecuencia, este tipo de transmisión aparte de multiplicar la velocidad de la
transferencia de los pulsos, ensancha con creces la cantidad de productos
procesados simultáneamente. Esto le da una enorme potencia a la producción en
masa, máxime si tomamos en cuenta que el negocio, uno de los productos del
trabajo esenciales del monopolio aquí analizado, consiste en la transportación
a distancia del sonido. Con el uso de las fibras ópticas no hay límite alguno
para la velocidad de transmisión y la cantidad de lo transmitido en virtud de
ser una tecnología en continuo perfeccionamiento.
De esta forma, a la
miniaturización de la porción del capital constante ya analizado líneas atrás,
se suma también la miniaturización de los medios de transmisión. Con ello va
disminuyendo la composición del valor del capital constante; disminuye también
la transferencia de valor a las llamadas debido a la mayor velocidad de
transmisión, a la presencia cada vez menor en el tiempo de las señales a lo
largo del sistema automático y también porque el valor transferido disminuye
por unidad de producto al ampliarse la escala de la producción en masa. Así
pues, a la miniaturización del sistema automático de conmutación le sigue la
correspondiente a los medios de transmisión con el objeto de figurar una
coherencia tecnológica en todo el autómata.
El uso de estos
medios de transmisión también coadyuva a la integración, fenómeno ya presente
en el sistema automático digital de conmutación. El grado de incidencia de las
fibras ópticas es variado: no sólo incide en la integración del moderno sistema
de maquinaria sino además, con procesos laborales accesorios tales como el
procesamiento de datos en sus formas administrativas, técnicas y financieras.
Cada vez es más usual ver consorcios industriales, comerciales y bancarios que
cablean íntegramente sus edificios con fibras ópticas y que enlazan sus
distintas áreas geográficas de trabajo con los centros de decisión. En uno
tenemos la integración de los procesos parciales y en el otro caso la integración
técnica de los monopolios. Más adelante veremos cómo este fenómeno alcanza
dimensiones mayores hasta llegar a las condiciones objetivas generales del
trabajo social.
Finalmente, el
ensamble de la computación con las redes perfecciona de una manera jamás antes
vista la adaptación automática de las mismas al flujo de tráfico o a las
interrupciones, eliminando problemas como la saturación o la pérdida de llamadas.
Con ello se
incorpora de una forma ya madura una máquina de control a la parte de transmisión,
la cual dota a esta última de inteligencia artificial para que desde esta parte
del sistema automático, independientemente de los órganos de control insertos
en el sistema de conmutación, pueda autorregular su adaptación al flujo de la
producción masiva, a sus cargas y descargas. La cita expuesta nos brinda
asimismo un ejemplo de la capacidad de este órgano de control para intervenir
en la regulación, interrupción y/o suministro de nuevas clases de producto realizable
por el autómata en su conjunto.
Por último, tenemos
otras dos formas básicas de transmisión: la red de microondas y los radios
digitales. La primera se identifica primordialmente con la transmisión vía
satélite que en México funciona desde los años sesentas en una escala de mayor
importancia conforme progresan las telecomunicaciones. La segunda constituye un
mecanismo de transmisión accesorio sobre todo de la comunicación de larga
distancia. Esto nos muestra una rica variedad de formas en los medios de
transmisión las que, consideradas de conjunto, garantizan la continuidad de la
conducción de las señales y su producción
masiva.
e) La modularidad.
La capacidad ahora
de distribuir el control en diferente número y clase de microprocesadores ha
llevado a configurar el autómata en unidades o bloques funcionales
relativamente independientes entre sí, controlados por separado y centralizados
al mismo tiempo en su mando. De estas cualidades ha brotado otra, la cual es
parte de las nuevas modalidades esenciales de este autómata digital: la
modularidad, o bien, su estructura modular. Al igual que un aparato digital de
sonido (comúnmente llamado modular)
donde a voluntad del consumidor pueden acoplársele más bocinas, ecualizadores,
compact disk, o si se desea, quitarle el tornamesa o agregarle más grabadoras,
sin que cualquiera de estas adiciones o sustracciones de componentes altere la
función vital o requiera de un cambio importante en el complejo electrónico que
el usuario compró al principio, de la misma forma tenemos configurado al nuevo
autómata de la telefonía. La central digital puede ahora adecuarse sin
alteraciones técnicas a los distintos tipos de tráfico presentes en cada región
porque, de acuerdo a éstos, se añadirán, por ejemplo, tantas tarjetas de
circuitos de línea o de red de selectores y de procesadores regionales como sea
necesario. Si, una vez puesta en operación en determinado lugar al cabo del
tiempo aumenta la cantidad de llamadas realizadas, basta con añadir nuevamente
algunos módulos más. La magnitud y la intensidad del proceso de trabajo no son,
por tanto, motivo de una reconfiguración del autómata como sucedía en la tecnología
anterior.
Lo mismo cabe decir
para el tipo de productos demandados en determinada ciudad o región, ya sean comunicación
de datos o de imagen combinados. En suma, es la modularidad funcional,
operativa, verdadera automatización flexible.
Cambios de calidad en el proceso laboral que tengan la misma base tecnológica
(la digital) no requieren tampoco una alteración del carácter del sistema.
Incluso, tampoco si se incorpora, por ejemplo, el monitoreo por los
procesadores centrales de los selectores electromecánicos.
Por consiguiente,
formas tecnológicas inferiores tampoco conducen a una remodelación del moderno
autómata. Tenemos, además, otra fuente que no altera su fisonomía: la modularidad
tecnológica, es decir, la capacidad del sistema digital de adecuarse con las
innovaciones de nueva tecnología en telecomunicaciones que en el futuro se
lancen al mercado, sin tener tampoco por qué reconfigurar o afectar otros
segmentos de su estructura corpórea.
Esto último conformó
una de las mayores preocupaciones del capital por orientar la aplicación
productiva de la ciencia de tal manera que ella misma no le cerrara las puertas
a una ulterior evolución cualitativa del proceso de trabajo, tal y como ya se
tenía prevista desde que maduró la electrónica: incorporando a un solo espectro
tecnológico la transmisión de la voz, los datos y la imagen, de manera
simultánea.
También la previno
de la obsolescencia moral del capital fijo en un momento definitorio de
continuos progresos de las computadoras que día a día revolucionan segmentos y
procesos laborales gracias a la rapidez de la electrónica de los circuitos
integrados y particularmente de los microprocesadores. En ello tuvo la precaución
de haber tomado "las medidas necesarias para incorporar gradualmente al
sistema los avances tecnológicos del futuro", lo que constituye un rasgo
general de esta automatización flexible
Estos dos aspectos
de la modularidad, típicos de la tecnología digital, permiten a su vez una automatización flexible muy amplia para
lograr la presencia de una gran variedad de productos del trabajo. La adecuación
de los programas valiéndose del mismo
computador para crear mercancías disímbolas es una cualidad que se alterna
con su estructura modular. Con respecto a sí mismo, gracias a la plasticidad de
la automatización, el autómata no tiene que verse en la necesidad de interrumpir
el curso de sus trabajos cuando se añade o sustrae un nuevo mecanismo de
trabajo o de control y monitoreo. La modularidad perfecciona el carácter
automático de su funcionamiento, lo hace cada vez más perfecto, y por lo tanto
mejora sustancialmente la regularidad, cadencia y velocidad de sus movimientos.
La capacidad de
adaptación del complejo digitalizado racionaliza su uso y desgaste, minimiza
costos, evita riesgos de una depreciación acelerada y sobre todo, lleva
implícita una flexibilidad de la
nueva maquinaria miniaturizada como nunca antes se había observado. La abolición
de las partes movibles acabó con la rigidez de la estructura y funcionamiento
de la maquinaria. La electrónica de
partes fijas le brinda, contrariamente a este supuesto, una flexibilidad
que no tenía el movimiento electromecánico: para su expansión o reducción, para
agregados de productos del trabajo distintos, para tecnología superior o inferior, para el mantenimiento del
propio sistema, pues al desmontar uno de sus bloques, componentes o tarjetas,
no interrumpe la continuidad del proceso y no afecta otros órganos; para nuevos
enrutamientos del flujo de los pulsos binarios, lo mismo que para alteraciones en
los programas de control, monitoreo, supervisión y operación del autómata todo.
En la modularidad técnica del sistema digital
tenemos, pues, la clave para explicarnos la flexibilidad del uso de la fuerza
de trabajo.
4.- Simultaneidad y
ensamble de procesos laborales diversos.
El empleo de
computadores y fibras ópticas no se limita a la integración de la telefonía en
un solo sistema automático. También ha logrado por vez primera la simultaneidad
y el ensamble de procesos laborales de diversa naturaleza en una sola vía de
transmisión y conmutación, con lo que también los integra en un solo espectro
tecnológico y más concretamente, en un autómata digitalizado. Nos referimos a
lo que en su desarrollo óptimo se ha dado en llamar red digital de servicios
integrados (RDSI) donde la voz, la emisión y recepción de datos así como la
imagen, circulan de manera simultánea utilizando las mismas rutas y mecanismos
de transmisión y el mismo sistema miniaturizado de maquinaria en la parte de
control y la de trabajo. En México esto comenzó apenas a principios de los
noventas del siglo anterior pero ya en las economías imperialistas para esas fechas
esto era una realidad común que avanzaba hacia la imagen en movimiento y la
transportación del sonido en una variedad y calidad mayores.
Las redes privadas
digitales de los grandes monopolios y entidades de gobierno asociadas a una red
nacional a base de fibras ópticas y transmisión por microondas, llamada red superpuesta,
para uso exclusivo de la gran burguesía nacional y extranjera, constituyen el
más poderoso medio de ensamble de procesos de trabajo diversos así como de una
gama muy amplia de productos del trabajo, popularmente conocidos, aunque no
disfrutados tales como el correo electrónico, télex, fascímil,
videoconferencias, etc.
5.- Nuevo carácter
de la fuerza de trabajo.
a)
La
expulsión del obrero del proceso inmediato de trabajo.
La duplicación síncrona de todos los
procesadores existentes en el autómata digital permite una verificación
constante del estado de todos los mecanismos; la continuidad del monitoreo es,
pues, una de las cualidades que brota de esta configuración técnica. Todo se
hace mediante la comparación de señales indicadoras del estado de trabajo que
tienen los órganos, jugando un papel de primer orden el sincronismo existente en todo el sistema automático digitalizado.
Toda relación asíncrona implica una falla: de operación o de estructura del órgano
de que se trata.
Por otra parte, la
duplicidad de los procesadores evita la interrupción del trabajo, ya que el
procesador emergente cuenta con la misma información de manera simultánea de
las tareas que se están realizando, y en virtud de que la velocidad de trabajo
de éstos es muy rápida y consiguientemente el tiempo que tarda el procesador
para activarse y suplir al que presenta interrupciones.
Al estar distribuido
el control mediante procesadores regionales, encontramos la imposibilidad
práctica de que todo el sistema automático se detenga. En el peor de los casos
sólo un bloque de módulos, es decir, un grupo de máquinas parciales de trabajo,
podrá detener su marcha cuando el procesador regional activo y el suplente se
averíen al mismo tiempo. A su vez, la centralización
del control conlleva también a la centralización
del mantenimiento. La comparación que resulta de la duplicidad de los
órganos de control se convierte a su vez en una eficaz herramienta de
diagnóstico cuando se localiza un mecanismo dañado.
Ya que la
modularidad permite que los procesadores trabajen con independencia: el central
con respecto a los regionales, y éstos en relación a las diversas máquinas de
trabajo y elementos de transmisión, las interrupciones que pueda presentar la
parte de conmutación no afectarán las unidades de control ni en su estructura
física ni en el programa inserto en ellos.
Recordemos que la
activación de los procesadores regionales proviene de la determinación del
procesador central a través de las exploraciones regulares y lo mismo entre los
primeros y las máquinas de trabajo. La independencia en el trabajo garantiza la
continuidad en casos de falla simplemente bloqueando las trayectorias de
información de los órganos que se encuentren dañados. De igual forma, gracias a
la configuración modular el sistema automático no se interrumpe cuando se le
agregan nuevas unidades para aumentar su capacidad de trabajo o cuando se hacen
extensas modificaciones.
La flexibilidad en
la programación permite una gran variedad de funciones de mantenimiento y diagnóstico
emitidas por los órganos de control centralizado: información al instante de
todo el sistema o de algunas partes, estadísticas, monitoreos, mediciones, etc.
los cuales se perfeccionan auxiliándose de nuevos y más potentes computadores,
diseñados en su programación para tal fin, algunos específicos y otros de aplicación
universal que cuentan con capacidad para el monitoreo de millones de señales.
Con este tipo de autómatas
encontramos el mantenimiento remoto,
que integra en la supervisión, monitoreo y transferencias de información una numerosa
cantidad de órganos independientes entre sí localizados a distancia. De otra
parte, si un autómata digital puede ahora desempeñarse como central local, de
tránsito o de larga distancia, tendremos así una configuración técnica similar
y simplificada, que uniforma el
mantenimiento con rutinas de operación similares, instructivos estandarizados,
capacitación común a la fuerza de trabajo y repuestos iguales.
La expulsión de la
fuerza de trabajo del proceso laboral inmediato es provocada por la creación de
autómatas de partes fijas. Al hacerse superflua la lubricación y el ajuste,
desaparece el trabajo y con ello el sujeto portador de éste: la fuerza de
trabajo. Además, con la miniaturización de los componentes, las manos y los
dedos ya no pueden llegar hasta sus partes elementales. Sólo los órganos que
pueden animar los obreros a través del cautín, a título de ejemplo, son sujetos
de revitalización laboral, pero como norma común se establece la simple reposición de los circuitos
dañados, de los transistores, semiconductores, enchufes, etc.
En el acto mismo de
la producción digital maquinizada el obrero ya
no reaparece. Hoy el moderno sistema de maquinaria no requiere en su necesidad
tecnológica, de la fuerza viva de trabajo diseminada en diversos puntos del
proceso ínmediato de trabajo, como sucedía bajo la gran industria clásica.
El único momento en
que al obrero se le ve junto a los modernos autómatas es cuando hace un simple
cambio de tarjetas de circuito impreso: la dañada por otra, sin problema
alguno. A esto se han reducido en parte las tareas de mantenimiento dentro del acto productivo.
Fuera del proceso inmediato de trabajo, el obrero colectivo se recompone en dos
segmentos geográficos diferenciados: el primero, localizado por lo regular
junto a los autómatas (aunque también puede encontrarse a distancia) manipulando
los nuevos instrumentos maquinizados tales como los monitores, el teclado, las impresoras
o las máquinas de señales, a través de los cuales el autómata digital le
transmite la información de lo que ocurre y no ocurre en su mundo interior, de
los gráficos, monitoreos, mediciones e indicaciones de los desperfectos para
que, en caso de ser necesario, sustituya algunas máquinas parciales, máquinas
de control, o componentes de las mismas por otras, o bien, para que reprograme
sus funciones.
Por ende, no sólo es
la atención concentrada del obrero
para el mantenimiento y sustitución de tarjetas, sino además, para la adecuación del sistema digital en lo que
escapa al autocontrol y operación de sus programas.
El segundo
agrupamiento de obreros lo tenemos en el lugar donde se reparan las tarjetas de
circuito impreso. Debido a que no es necesaria la reparación del componente dañado al instante,
esto se puede realizar fuera del proceso
de conmutación, alejado geográficamente de las salas que albergan al
sistema miniaturizado. Ahí llegan todas las tarjetas en mal estado, que animan
un pequeño número de técnicos. Por tanto, la presencia de la fuerza de trabajo
es meramente accidental en el proceso de conmutación; es una virtual expulsión.
Estos dos segmentos
laborales operan con instrumentos de trabajo cualitativamente diferenciados: en
el centro de reparación de tarjetas encontramos
herramientas sencillas y genéricas: los desarmadores, pinzas de diversos tipos,
el cautín, etc. En cambio, en la unidad de operación y mantenimiento son instrumentos computados los que manipula
este pequeño núcleo colectivo de obreros a través de los llamados comandos.
Constituyen prolongaciones accesorias
de las máquinas de control (los procesadores centrales) para que el hombre
ponga su sello en el momento y lugar indicados, pero tan solo en aquello que
escapa a los límites del autómata. Como unidad técnica no son en sentido
estricto instrumentos de la fuerza de trabajo, sino órganos puestos por el sistema automático ante
el obrero.
Con el cautín, en la
otra unidad de mantenimiento el obrero repara una por una las tarjetas averiadas. Es mantenimiento que se individualiza, al atender un órgano.
Por el contrario, una terminal de computadora o un computador en su accionar
por el obrero colectivo es un instrumento que tiene la cualidad de atender un
grupo de órganos de trabajo, de control o ambos a la vez. Incluso, con algunas
tareas de mantenimiento tales como las mediciones o las estadísticas generales
el computador es una herramienta de trabajo que abarca al sistema digital casi en su totalidad. Pedirle cuentas al
procesador central equivale a tener un mantenimiento actualizado de todo el autómata,
cuando se trata de reportes globales. En ello son muy útiles las herramientas
de funcionamiento universal, ya comentadas líneas atrás.
Con el mantenimiento
remoto se desbordan los alcances de este tipo de instrumentos computados, que
lo mismo pueden abarcar los diagnósticos generales de la conmutación digital,
que los más elementales del sistema de maquinaria electromecánico. Son, pues, instrumentos de trabajo orgánicamente socializados.
b)
Repercusiones
sobre el obrero.
Con la conmutación
de estado só1ido se acabó para siempre el virtuosismo del obrero. La habilidad
manual y la destreza se recluyeron apenas en el lugar de trabajo donde se
reparan las tarjetas, y eso muy disminuidas a comparación del complejo de
funciones que realizan dentro de la conmutación analógica. En las terminales de
monitoreo reaparece dicha habilidad como una acción mecánica en extremo
simplificada, en la operación del teclado. El detalle, la precisión, la tensión
necesaria de los pequeños órganos mecánicos de la maquinaria electromecánica,
la experiencia acumulada de las mil y una maneras de cómo reparar las averías
ha quedado como una etapa progresiva en la historia del hombre por la
construcción del proceso industrial que modele completamente la naturaleza para
su mutua comunicación.
La autosatisfacción por el trabajo al
animar de nueva cuenta la creación del hombre, de tener en sus manos un
producto fruto de la ciencia y la producción material que nace nuevamente cada
que sale del quirófano laboral del obrero colectivo se ha perdido con creces. Y
con ello el mérito y en buena parte la autoestima.
El artesano del mantenimiento en las centrales de partes movibles cede el paso
a un obrero que a cambio comienza a retomar la visión de conjunto del proceso
que tiene ante su vista.
La relación
apendicular se diluye en grado considerable de su relación directa con las entrañas
del autómata, aunque no del todo. Este sometimiento o subsunción real del
sistema de maquinaria sobre el obrero comienza a romperse al ser expulsado del
proceso inmediato de trabajo. Hoy ésta se manifiesta en la atención concentrada
del obrero para el monitoreo, la supervisión y el mantenimiento centralizado
del autómata miniaturizado, se desplaza de lugar y en sus inicios aumenta de
intensidad. Pero conforme se va perfeccionando y simplificando esta pesada
actividad mediante la aplicación de computadores más potentes, flexibles y
universales, el peso de la subsunción
disminuye por lo que respecta a su
naturaleza técnica, aunque socialmente se acentúe.
En la actualidad
vemos que las máquinas de trabajo y una parte de los mecanismos de transmisión
se encuentran como apéndices de los procesadores regionales y que éstos a su
vez rinden cuentas al procesador central; finalmente, que éste prolonga algunos
de sus mecanismos para dar cuenta al obrero de la marcha de sus entrañas y para
que monitoree y efectúe el mantenimiento que no puede realizar por sí mismo o
para que modifique sus rutinas. Pero es aquí donde encontramos ahora más
barreras sociales que tecnológicas, que extienden esta dominancia
del procesador sobre el obrero: imposibilidad de moverse a sus anchas en la
programación porque el capital no le proporciona la capacitación en lenguajes,
le regatea la instrucción en el manejo de la paquetería, le fija normas que no
debe saltar, le impide establecer éstas de acuerdo a la experiencia y control
que vaya teniendo sobre el autómata, etc.
Más aún, la relación
despótica del capital sobre la fuerza de trabajo refrenda el carácter
apendicular del obrero, ya no tanto sobre la corrección de las fallas, sino primordialmente
en su preservación, monitoreo y regulación. Frente al obrero, el moderno autómata
es una entidad que le tiene a su servicio. Es el gran mecanismo que debe
encontrarse siempre en óptimas condiciones para el flujo del tráfico. Sobre la
consciencia del nuevo obrero colectivo pesa la responsabilidad de una colosal
producción en masa, el saber que en millonésimas de segundo se pueden provocar
alteraciones de diversas magnitudes que obstruyen el libre flujo de las
llamadas.
Así como los módulos
de extensión constituyen los sirvientes de las pequeñas máquinas de control,
que tienen que esperar a que el nuevo déspota central se fije en ellos para
proporcionarle su información codificada ya su vez le indiquen a través de las
microinstrucciones lo restante por hacer, de forma parecida el obrero tiene que esperar en buena medida a que
el procesador central emita señales (información para el obrero) a través del monitor,
de las impresoras o de los órganos de alarma, sobre las averías o el estado de
los diversos órganos. La fuerza de trabajo sabe, por la instrucción previa que
se le proporciona, lo que tiene que hacer y en la secuencia necesaria. Asimismo
tiene que indicar necesariamente al procesador central si alguna corrección se
hizo, de qué tipo y en qué parte.
Donde la debilidad
del obrero es manifiesta, el despotismo del capital hasta se atreve a indicarle
el tiempo promedio que debe tardar en hacer determinada tarea. Lo que no le
indican los programas insertos en las máquinas de control, lo hace el comando
capitalista a través de instrucciones periódicas o fortuitas de trabajo. Mas a
pesar de esta fuerte relación de dominio, en la medida que en las manos del
obrero colectivo va cayendo progresivamente el peso del autómata gracias a la
experiencia y conocimiento adquiridos de su estructura, operación y mantenimiento,
los momentos de control real de la fuerza de trabajo sobre el sistema automático
cada vez serán mayores, por lo que la lucha entre el obrero y los
representantes del capital en el acto de la producción no se hace esperar: unos
por preservar y tratar de ampliar este poder, y otros por despojárselo,
invadiendo su "materia de trabajo", como solemos decir.
Con la computadora y
sus lenguajes el saber obrero se plasma
en el sistema automático digitalizado, aunque no del todo. Es aquel de acciones
repetitivas, simples, pero también de funciones lógicas. La comparación de informaciones
en el seno de los procesadores centrales constituye una función vital para el
desarrollo de la inteligencia artificial. En la programación tenemos el
elemento clave que sintetiza y condensa todo lo necesario para lograr el mayor
grado de perfeccionamiento en el automatismo.
Al maquinizarse el
control, sucedió como con la aparición de la máquina de trabajo en lo que
respecta a la potencia, velocidad y número de los instrumentos operados por el
autómata. Tareas intelectuales como la exploración, verificación de circuitos
(si continua o ha concluido la conversación, en el caso de la operadora),
decisión de bloqueo, traducción y muchas otras, reaparecen como funciones
propias de un procesador, sólo que infinitamente más veloces que el cerebro humano.
La realización de operaciones aritméticas por el computador pone en ridículo
hasta al más virtuoso de los ingenieros en telecomunicaciones, con la ventaja
de lograrlo con una precisión admirable.
Si un técnico con
auxilio de la vista y la memoria (pues ya sabe donde se encuentra lo que hay
que monitorear) supervisa el estado de un grupo de selectores, ello le lleva
unas fracciones de segundo (décimas o centésimas, a lo sumo), pero hacer lo de
todo el aparato de conmutación le lleva segundos; minutos, incluso. En cambio,
el procesador central realiza el monitoreo y exploración de todas las máquinas
apenas en unos cuantos milisegundos y de manera casi inmediata, simultánea. Es
como si tuviera miles de ojos diseminados por todos los rincones de las
tarjetas de circuito. Potencia, número y velocidad de trabajo de las funciones
de control, aritméticas y lógicas de las máquinas, rebasan las barreras
naturales del intelecto humano, aunque las mayores creaciones en este orden
apenas equivalgan para principios de los años noventa del siglo anterior a la producción
de unas 200 células en una red neuronal.
Con ello el obrero
de este sector de la telefonía ve simplificadas en extremo sus actividades
manuales. En general se limita al seguimiento
de rutinas, acabándose la agilidad y el ingenio para los recableados en los
cambios de configuración del sistema automático, por ejemplo. La variedad de
movimientos corporales que existe en la conmutación electromecánica deja su
paso a movimientos más uniformes y de reducido esfuerzo físico. Un limitado
número de obreros se relocaliza en las tareas de reparación de tarjetas que van
siendo cada vez más rutinarias, pero la mayoría de los que se insertan en la
conmutación digital alojados en los puestos de monitoreo y mantenimiento ven acentuado el peso de las funciones
intelectuales.
Aquí cuentan dos
cosas en lo fundamental: el tiempo que acumulen conociendo el nuevo autómata y
sobre todo, la encarnizada lucha que libran contra el monopolio de la
información y la capacitación concentrados por el capital. Al menos en el caso
de este monopolio y de este segmento de obreros, los técnicos alojados en el
proceso de conmutación y transmisión, es en
su fuerza y organización donde se encuentra la clave para evitar su descalificación.
Es, por tanto, un asunto que define la relación de fuerzas entre las dos clases
sociales fundamentales: ya sea que se limite al seguimiento de rutinas, la
interpretación y análisis de la información -con lo que disminuye sustancialmente
su grado de calificación-, o que remonte este estrecho límite y llegue a
meterle mano al verdadero control del autómata. En el caso de Telmex es muy
evidente dicho antagonismo: el caso extremo lo tenemos en la mentalidad
cuartelaria de los representantes del capital que tienen a su cargo el autómata
llamado Sistema 12, que se diferencia notablemente de los asignados en el sistema
digital de la Ericsson
(AXE), en cuanto que los primeros cuidan los instructivos con mucho celo,
mientras que los segundos la dejan relativamente abierta al obrero. Por tanto,
no es casual que en este último caso el funcionamiento del autómata presente
menos interrupciones y que las averías se corrijan en tiempos menores.
Bajo el sistema de
partes movibles el obrero colectivo por lo regular se esclavizaba a un solo autómata
por años. Los frutos de su saber acumulado se explotaban, por tanto, en una
minúscula parte de todo el sistema de conmutación. Ahora con las posibilidades
de que la misma configuración técnica del sistema miniaturizado lo mismo sirva
para centrales locales que de tránsito o de larga distancia, dicha experiencia
acumulada la comparten un variado número de autómatas, lo cual se multiplica
con el mantenimiento remoto. Su trabajo intelectual se hace más productivo.
Por lo que respecta
al carácter del obrero colectivo, éste se recompone con una tendencia hacia la
uniformidad (el llamado técnico universal, tan ansiado por el capital). La
conmutación digital y más en específico el uso extensivo de las computadoras,
va acabando con la fragmentación que dejó la división del trabajo típica de la
maquinaria analógica y que casi petrificó la normatividad interna (los
convenios departamentales).
En un principio hizo
superfluas las dos gradaciones inferiores de técnicos: los ajustadores y
limpiadores de equipo, quienes pasaron a la categoría más baja de los técnicos
(la de tercera) en 1988. Prosiguió con la fusión de conglomerados de obreros
que antes se encontraban orgánicamente diferenciados, pero también dentro del
sistema automático de conmutación. Esto se selló con un nuevo código laboral
más flexible y genérico (los perfiles de puesto) para el capital.
Este rompimiento de
la convencional división de la fuerza de trabajo en labores específicas es
determinado por la simplificación de las tareas. Mera abstracción de la actividad
que deja paso al incremento de las funciones de inteligencia y con ello, crea
las bases técnicas para la reducción aún mayor de la masa total de obreros. Si
bajo la última figura de la conmutación electromecánica requería de tres
técnicos por cada 10 mil líneas, hoy esta misma cantidad regula, monitorea y
mantiene hasta 100 mil líneas, dándose el caso, incluso, de requerir de un solo
obrero más adelante.
Al estar el control
del autómata concentrado en los procesadores centrales, el obrero pierde la
capacidad de manipular la acción individual de las máquinas de trabajo cuando
les da mantenimiento o cuando les arregla un desperfecto, simplemente porque
tales órganos carecen de autonomía en su funcionamiento. En cambio, la fuerza
laboral tiene a su favor la concentración de la actividad de todo el sistema
digital en unos cuantos mecanismos de control.
Basta que sepa
manipularla a través de la programación y la operación de paquetes para que sus
decisiones se hagan presentes en el autómata y dobleguen así su soberbia
maquinal. Pero aquí está uno de los grandes problemas. Traducido a la
cotidianidad laboral, el obrero debe estar bien capacitado, conocer el conjunto
del sistema, no tener restricciones de parte del comando capitalista, saber
lenguajes y programación, no tener preocupaciones vitales apremiantes tales
como el salario o una relación despótica con el comando, lo que relativiza esta
facilidad que le proporciona la nueva configuración digital del sistema
automático.
Todas estas
limitantes son motivo de colisiones entre el técnico y el patrón, unas nuevas derivadas
del carácter del autómata tales como la lucha por una capacitación completa y óptima,
y otras ya añejas, producto de las relaciones capitalistas de producción
habituales. El vencimiento de las mismas por la clase obrera constituye el
momento en que el obrero recupera la supremacía de su voluntad por sobre la del
sistema automático y la de su parte dotada de consciencia: el burgués.
Por lo tanto, no hay
aquí un determinismo tecnológico ni cosa que se le parezca en las nuevas
cualidades decisorias del autómata digitalizado; muy por el contrario, se crean
nuevas y mejores condiciones para que el obrero, a través de una enconada lucha
de clases, logre valerse de la voluntad concentrada y potenciada de los nuevos órganos
y la amolde así no para beneficio de la gran burguesía, sino de la población
entera, y por tanto, de sí mismo.
Si la señalización
binaria entre las distintas máquinas de trabajo y de control constituye su
lenguaje propio, con la computación se inserta por vez primera un lenguaje común entre la máquina y el
obrero. Anteriormente, el obrero tenía que
interpretar el cúmulo de señales que provenían del sistema de maquinaria:
desde las luminosas hasta las audibles. La interpretación de las mismas
constituye un arte por sí mismo, que el virtuoso de la gran industria maneja
con maestría. Ahora el hombre ya no tiene que hacer esta traducción, lo cual
equivale a una mayor simplificación del trabajo. Del computador procede un
lenguaje que la propia fuerza de trabajo diseñó. Todo es cuestión de que cuente
con la instrucción necesaria para que comprenda dicho lenguaje. Incluso, mucha
de la información que emite el procesador central sale impresa en las máquinas
terminales de monitoreo y mantenimiento en forma de palabras y números. Lo
mismo acontece en la pantalla. Con esto nos acercamos rápidamente al establecimiento
de una verdadera comunicación entre el hombre y la máquina con el lenguaje
usual que manejamos.
Por lo pronto, el
obrero tiene que teclear las instrucciones o indicaciones en general al computador
para que éste a su vez las codifique en su lenguaje habitual: el binario, y
viceversa. Pero ya en la actualidad con auxilio de otras formas automáticas más
simples se evita la trascripción: con ayuda de "ratones" o al tacto,
indicando determinada instrucción o procedimiento de trabajo, tal y como se
solicitan los saldos de las tarjetas de crédito en los bancos.
Cerca estamos ya de
la sustitución completa de la mano para el intercambio de información. Apoyadas
de microprocesadores más potentes, algunas computadoras almacenan miles de
voces codificadas en lenguaje binario, las más usuales que realiza un usuario
cuando desea una llamada vía operadora. A base de mecanismos de recepción de la
voz y comparaciones con lo que hay en sus memorias, el computador detecta lo
que se pretende, activa los órganos correspondientes y contesta al usuario la
respuesta requerida. En el Japón existían estos computadores en fase
experimental a principios de los noventas, por lo que no tardará en sustituir
por completo los soportes de que se tiene que valer la fuerza de trabajo para
establecer la comunicación con el computador. Sin embargo, a pesar de que esto
todavía no es una aplicación del acto laboral, la que vivimos hoy con los sistemas
automáticos digitales configura una revolución en el intercambio de información
entre el obrero y la naturaleza que él mismo modeló y animó, al darle una
figura industrial miniaturizada.
6.- Las alteraciones
de poder en el acto laboral.
Con el
establecimiento de los puestos específicos de monitoreo, supervisión y
mantenimiento del autómata, disminuye la supervisión humana del comando
capitalista sobre la fuerza de trabajo, pero a cambio aumenta la supervisión
que proviene del sistema digital. El hecho de seguir con atención las rutinas
periódicas y a diferentes tiempos del monitoreo y el mantenimiento, se
convierte en una forma de imponer al obrero su estancia frente a los nuevos
instrumentos computados tales como la pantalla o las impresoras. Esto le obliga
a permanecer en un puesto fijo, a diferencia de la conmutación analógica donde
tenía mayor libertad de movimiento a lo largo y ancho del campo de trabajo.
Ahora el autómata
puede funcionar durante más tiempo sin la intervención del obrero colectivo en
casos de huelga, por ejemplo, Bastará con que la función de esquirolaje del
comando frontera (habitualmente los jefes inmediatos del técnico) supla su
lugar y con el mantenimiento remoto se auxilie para garantizar la marcha continua
del proceso ahora regulado por las leyes de la electrónica digital. Esto
disminuye el poder de la clase obrera sobre el proceso inmediato de trabajo,
pues su virtuosismo ya no es una condición
técnica indispensable para el autómata.
El poder se juega
ahora en la esfera de la capacitación para manipular acertadamente los
computadores alojados en los instrumentos computados de monitoreo, supervisión
y mantenimiento. Las rutinas de operación y mantenimiento reguladas por el
computador central ahora ya pueden intervenir en un área que antes era
propiedad casi exclusiva del obrero colectivo: la fijación del modo, intensidad y secuencia del
trabajo. Incluso, en aquellos lugares donde la fuerza de trabajo es sumamente
débil, el comando capitalista puede insertar el cronometraje de sus funciones
en la programación del autómata; su existencia y aplicación dependerá por
entero de la resistencia colectiva del obrero frente a estos intentos
cuartelarios del capitalista.
En fin, el poder de
la clase obrera se ve mermado con este nuevo carácter del automatismo, aunque,
no obstante, surgen nuevas fuentes y condiciones que le permiten su recuperación
o incluso ampliarlo, aunque para ello haya que conocer las nuevas reglas del
juego que entran a la escena del conflicto entre las clases durante el acto
laboral, cuestión sobre la que volveremos más adelante.
Cuando el obrero
llega a este nuevo autómata, no viene con las manos vacías. Consigo trae la
experiencia de más de diez o quince años de actuación en los conmutadores analógicos,
lo que le permite adaptarse con rapidez al nuevo carácter de su trabajo, donde
el monitoreo y la regulación del autómata
conforman las actividades principales. A esto se suman los conocimientos necesarios
sobre electrónica digital y computación que se le han impartido, con lo que
aumenta su grado de calificación, aunque la acción práctica desplegada por él
se vea simplificada en extremo.
7.- Del proceso de
trabajo al proceso científico.
Han sido distintas
las ciencias capturadas por el capital para su aplicación productiva en la
telefonía siguiendo el principio general que le distingue en tanto modo de
producción específico. Primero fueron la física y las matemáticas las que
llevaron a la creación del lenguaje binario y con ello la digitalización del
sistema. Posteriormente la fusión de la electrónica y la química dieron origen
a los componentes para los circuitos impresos. Ahora, junto con otras áreas de la
actividad tecnológica del campo de las telecomunicaciones -radios, televisión,
red satelital-, la computación y la telefonía habrán de confluir en un solo
punto, esto es, en la cibernética, donde la fotónica, la telemática y demás
especialidades afines, dominarán los mismos lenguajes.
Al cristalizarse
esto, tendremos afianzado un solo autómata digitalizado a través del cual se ensamblarán los
distintos procesos laborales para consolidar así la RDSI y su uso cada vez mayormente
masificado y universalmente extendido. Como vemos, la cooperación activa de
diferentes ciencias revoluciona el proceso laboral pero también lleva a una
potencia superior la fuerza productiva del trabajo, ya que una vez capturado el
mayor número de disciplinas científicas por el capital, corporeificadas en
máquinas miniaturizadas, la acción de sus leyes se convierte en un don natural
que no cuesta al burgués más que aquel que desembolsa para la creación del
medio material a través del cual se expresan y por tanto se desprende del
proceso de valorización y só1o entra como un agente del trabajo social en el
proceso laboral.
Al ser sometida por
la necesidad creciente de valorización, se separa de la necesidad inmediata de
la fuerza de trabajo. El uso capitalista mismo de la ciencia constituyó uno de
los medios más formidables para culminar la expulsión del obrero del proceso inmediato
de trabajo. Ahora le es una fuerza mayormente extraña, ajena, a la cual tiene
que rendir pleitesía el obrero, pues no se puede escapar éste de la secuencia
que le impone aquella a través de la programación y los lenguajes de máquina.
Hoy el alma de estos autómatas no se encuentra en las leyes de la mecánica en
particular, sino en las de la física, la electrónica y la química. Con la
expulsión definitiva del obrero en la actividad laboral inmediata ha culminado
un proceso que comenzó con las primeras formas maquinizadas de la conmutación y
que preparó las condiciones de su materialización con la tecnología de
conmutación de coordenadas. Efectivamente, el proceso de producción ha dejado de ser proceso de trabajo. Ni
el trabajo, esto es, el uso de la fuerza de trabajo, es unidad dominante en el
proceso laboral inmediato, como tampoco es presencia activa, regular o incluso
pasiva. Sólo es meramente accidental y carente de importancia, en el momento
que el obrero deja el puesto de monitoreo para reponer una tarjeta.
Los trabajos de
mantenimiento, variados, extremadamente ricos en su contenido, propios de la
conmutación de partes movibles, aunque eran accesorios del autómata, ya no los
encontramos en este nuevo autómata binario. Ya ni siquiera es el "órgano
consciente disperso bajo la forma de distintos obreros vivos presentes en
muchos puntos del sistema mecánico y subsumido en el proceso total de la
maquinaria misma ", como dijera Marx. Su puntual presencia en lugares
claves de la maquinaria como sistema ha cesado; ya no es condición técnica del
capital. Ahora le encontramos al lado, en los puestos de monitoreo, supervisión
y mantenimiento remoto, fuera del verdadero proceso de conmutación y transmisión
de la llamada, ahora plenamente objetivado.
La subsunción real ya no es producto de la maquinaria misma dentro del proceso
sino como necesidad, atención y voluntad puestas al servicio de monitoreo y
supervisión de la totalidad del complejo computarizado.
Con ello se ha
llegado a la máxima negación del trabajo necesario. La conmutación de estado só1ido
niega los trabajos apendiculares de mantenimiento; con su miniaturización hace
de las manos del obrero unos gigantes que no pueden manipular sus entrañas.
La acumulación del
saber y la destreza, de las fuerzas productivas generales del cerebro social
representadas en las distintas ciencias aplicadas y en su producto, los circuitos
integrados, han consumado la tendencia necesaria del capital hacia el no trabajo en la producción inmediata,
han llegado a la culminación de un nuevo carácter del proceso de producción como
proceso científico autorregulado y monitoreado por la mano y sobre todo el
cerebro humanos. El trabajo es un momento infinitesimal de este proceso en el
cambio de las tarjetas, y el verdadero trabajo de mantenimiento se ha separado
en un segmento laboral independiente, ajeno del proceso de conmutación (el
centro de reparación de tarjetas) con una dinámica propia y extraña a éste.
Hoy el volumen
cuantitativo de la maquinaria ya no es el indicador del poder del capital sobre
el trabajo vivo. La miniaturización ha roto esta tendencia y la ha invertido: ahora es la creciente
reducción corpórea del capital la que indica el grado de sometimiento del
obrero al capital. Con este tipo de autómatas comienza lo que ya en los Gründrisse se anotaba: la refiguración de la estructuración social
de la producción global que arroja fuerzas productivas generales
industriales miniaturizadas, interpuestas entre el hombre y la naturaleza
objeto de apropiación. La aplicación tecnológica de las ciencias naturales
arriba señaladas ha convertido en simples los procesos laborales anteriores a la
digitalización y hoy el nuevo proceso ha tomado el carácter de proceso complejo, científico.
La destreza individual del trabajo ha cesado
de ser fuente de una acción productiva. Se cumple, únicamente, en el pequeño
colectivo de técnicos que se encuentran en el monitoreo y mantenimiento remotos
operando los nuevos instrumentos de acción colectiva sobre las máquinas. Só1o
así es productivo el trabajo, y sólo de esta manera comienza a aparecer el
trabajo social como nueva relación del hombre con respecto al proceso
industrial que ha animado.
En un principio
burda y totalmente subsumido, pues la facilidad de operación de tales instrumentos
computados a través de secuencias de comandos no requiere de una gran calificación
del obrero colectivo. Puede, en este comienzo, monitorear y dar mantenimiento
sin comprender de conjunto el impacto de sus tareas. Con ello el comando
capitalista es quien reconcentra la
visión global del autómata y quien hace consciente esta cualidad que le brinda
la nueva tecnología. Pero necesariamente, con el paso del tiempo y la experiencia
acumulada, el obrero pasa del umbral de la inconsciencia al dominio gradual de
los procesos que regulan el nuevo sistema automático. Se abre, por tanto, el
período encarnizado de lucha entre éste y el comando capitalista por conquistar
los espacios de poder que le reporta el conocimiento de las leyes que le dan
vitalidad a este nuevo proceso industrial. Aparece, por tanto, en la más cruel
de las relaciones productivas que el capital ha engendrado, pues, al ponerle en
sus manos una potencia productiva fenomenal, ya no en una porción exigua de las
entrañas del autómata, como en el sistema de maquinaria, sino de manera total,
mediante instrumentos técnicamente socializados que pueden regular y controlar
el cuerpo íntegro del sistema digital cuando altera y modela el funcionamiento de
sus potentes procesadores centrales, tiene que hacerlo bajo las reglas del capital,
es decir, tiene que cumplir esta función y concentrar todo su intelecto para
hacer posible el flujo del valor que se
valoriza a sí mismo, convertido en trenes binarios pulsantes a lo largo y
ancho del país y en su conexión con los circuitos financieros mundiales.
¿De qué sirve
brindar al obrero el monitoreo y regulación de un descomunal autómata si sólo
atiende necesidades y procesos ajenos, contradictorios? Al obrero, nada más que
de medio para reproducir su existencia como asalariado. Al capital, para
sustraerle y subsumir el intelecto colectivo a fin de que el propio proceso
científico cumpla su tarea sin el menor número de interrupciones.
Tenemos así al
germen de un nuevo tipo de hombre productivo: el individuo social que ya Marx
prefiguraba con gran agudeza en sus Borradores.
En nuestro caso, está anunciado mediante la ansiada realidad por el comando
capitalista de un telefonista universal, que hoy por hoy se va modelando en la
tendencia creciente de la abolición del trabajo fragmentado, mediante fusiones
sucesivas de departamentos enteros, de racimos antes independientes de obreros
con capacidad de realizar cada vez más y más tareas de diverso orden. En una
palabra, de la llamada flexibilidad del trabajo,
que en el encuadramiento de la 1ógica capitalista implica para el obrero un
grado de explotación sin precedentes.
El que el valor de la fuerza de trabajo de este
segmento laboral de la telefonía se reponga apenas en segundos, indica hasta
qué punto su magnitud ha desaparecido como principio determinante de la
producción y con ello cuán miserable se ha vuelto como base de extracción de
plusvalor en esta relación cuantitativa; ya se manifiesta como un contrasentido
la ley de valorización pues el cuanto de trabajo base de la extracción de
plusvalor es ridículamente exiguo.
Como ya se anotara
anteriormente, esto se compensa con los restantes procesos laborales parciales
de la telefonía donde la ocupación intensiva de la fuerza de trabajo y su
concentración constituyen aún el "principio determinante de la producción"
(Marx). Es el caso de las operadoras, de los técnicos que instalan y dan
mantenimiento a la planta externa, de los dedicados a la comercialización y el
variado mosaico de telefonistas técnico-administrativos.
8.- Las nuevas
condiciones de trabajo.
La estructura física
del sistema miniaturizado permite a la fuerza de trabajo un despliegue más
flexible en la manipulación de sus partes (el cambio de tarjetas o enchufe de
cables, por lo regular). El ruido que antes provocaba la marcha escandalosa de
las máquinas electromecánicas es completamente dejado atrás por la marcha
silenciosa de la conmutación de partes fijas. Las salas se vuelven más
herméticas, pues las bajas temperaturas adquieren una condición relevante, de
primer orden, par evitar el sobrecalentamiento de las tarjetas de circuito; la
iluminación mejora sustancialmente y se elimina el uso de lámparas y focos por
el obrero.
Ahora la atención de
la fuerza de trabajo está puesta sobre todo al monitor, las impresoras y las
máquinas de alarma. La visión se convierte en el medio fundamental del obrero
para la supervisión, el monitoreo y el seguimiento de las rutinas, y las manos
se convierten ahora en instrumentos vitales para el teclado. Por tanto, riesgos
a la salud derivados de los cambios bruscos de temperatura, de la atención
continua a los monitores que provocan trastornos a la visión, del daño al
movimiento normal de manos y dedos por el uso continuo del teclado y el ratón, problemas derivados del sedentarismo
tales como los riesgos lumbares, así como el stress que tiene como fuente el trabajo rutinario, disminuido en su
contenido práctico, la fijación a un puesto y la exposición a intensidades del
trabajo no vistas bajo la conmutación analógica, se convierten en riesgos no menos
nocivos a los presentados bajo la conmutación típica de la gran industria.
9.- Impacto en las
condiciones generales del trabajo social.
El sistema digital
mediante el uso de fibras ópticas, enlaces binarios de microondas y computadores
acentúa el proceso de integración de la industria. En los grandes consorcios
integran los procesos parciales antes separados geográficamente y enlazan, si
es necesario, cada segmento del proceso laboral con la economía mundial.
Esto se facilita
porque con los nuevos conmutadores digitales privados alojados en todo negocio
se ha logrado concentrar la capacidad de trabajo de una central telefónica
pública de diez mil líneas
operando de manera particular, autónoma, con respecto a la telefonía nacional.
A nivel general esta
integración del sistema económico se ve estimulada tanto por los nuevos autómatas
públicos como por la existencia de redes privadas y una red superpuesta digitales,
que lo mismo ayudan a la integración de un área geoeconómica determinada, que a
ramas productivas enteras. Es el caso del desarrollo de la telefonía digital en
la zona fronteriza, de un lado, y de otro, el del enlace de monopolios aprovechando
la nueva configuración digital de la red para los llamados "grandes
usuarios".
Con estas dos
cualidades la economía mexicana alcanza un mayor grado de integración a los
circuitos financieros internacionales y a la división internacional del
trabajo. En suma, se incorpora con mayor facilidad a la economía mundial.
En todas estas
repercusiones de la telefonía como parte de las condiciones objetivas generales del trabajo social encontramos de
común que facilita la rotación más ágil del capital tanto en un área o rama
particular como a nivel general, además de favorecer los flujos de capital y la
conversión más rápida del capital dinerario y mercantil en productivo, pues también
actúa como un agente que propicia tanto la realización de las mercancías (por
ejemplo, el Lada 800) como la adquisición por los capitalistas individuales de
los medios, material y sujeto de trabajo necesarios para activar la valorización
del capital.
El impacto más
notable de la telefonía miniaturizada será en el momento en que existiendo una
sola red digital integrada a escala mundial, estandarizada en sus medios de
interconexión y vías de transmisión y libre de las trabas tecnológicas y económicas,
pueda constituir un único e integrado medio de transmisión y conmutación de
señales de voz, datos y video para la valorización global del capital, aunque
tardarán aún muchos años para que su papel fundamental corresponda a la esencia
misma de este autómata universal: la comunicación entre los hombres, por encima
de la sed de plusvalor.
10.- Acciones que
contrarrestan la caída de la tasa de ganancia.
Por lo que respecta
a la composición de valor del capital
constante, se revierte la tendencia creciente que presentaban los autómatas
electromecánicos. Hoy con el proceso de miniaturización y el desarrollo creciente
de los circuitos integrados se reduce el costo de los autómatas digitales en un
inicio al 30% menos que los de coordenadas. Posteriormente disminuye más aun
por la tendencia decreciente del valor de tales circuitos. En sí, lo que más
valor concentra es la programación empleada, aunque también encontramos una
disminución progresiva.
Con la fabricación
de los autómatas por medios computarizados, o sea, con la apropiación por las
computadoras de la fabricación de computadores aplicados en las telecomunicaciones,
se eliminan los adelantos de capital que antes se tenían que hacer cuando se
encargaba la fabricación de una central de coordenadas. Disminuyen asimismo los
tiempos de instalación porque el sistema digital ya viene probado desde la empresa
que se dedica a producirlos. Con ello se abarata más aun su costo, con lo que disminuye la composición orgánica del
capital. La reducción sustancial del capital circulante que representan las
materias primas auxiliares eliminadas, la drástica disminución del tamaño y
peso de los edificios derivada de la miniaturización, la cuasi eliminación del
cableado de cobre,
la aparición del sistema de enchufe, la modularidad del autómata, la disminución
de los inventarios de hardware en el almacén por la presencia cada vez menor de
las fallas en las partes del sistema, etc. , todo esto revierte esa tendencia decreciente
y contrarresta con ello los resortes que impulsan a la caída de la tasa de ganancia.
Los costos de
operación del sistema disminuyen al 40% por la reducción sustancial de brazos
humanos y las menores interrupciones; el costo del dimensionamiento del sistema
disminuye por el manejo integral de los proyectos gracias a la computarización
de los mismos, y los tiempos finales para la puesta en marcha disminuyen de
días a una hora con la nueva configuración técnica del capital fijo. Con ello
se acortan los ciclos de expansión de
la planta telefónica de tres años a sólo uno, con lo que la reposición del
valor del capital constante que se encuentra alojado en las máquinas
miniaturizadas se hace en tiempos extremadamente reducidos, disminuyendo con
ello el peligro de pérdidas por obsolescencia moral, aunado a la modularidad
tecnológica, que permite la incorporación de nuevas máquinas de control o de
trabajo sin que se haga obsoleta la estructura fundamental del autómata.
Los aumentos de la
productividad del trabajo son muy elevados, motivados por la nueva capacidad de
transmisión de las fibras ópticas y velocidad creciente de la conmutación de
las señales. Ejemplo de esto es la posibilidad de transportación simultánea,
para principios de los años noventa del siglo pasado, de 30 llamadas por un
hilo de fibra, la cual puede llegar hasta dos mil, dependiendo de su calidad y
la potencia del mecanismo de conmutación. La nueva velocidad de transportación
calculada en unas cuantas milésimas, millonésimas o milmillonésimas de segundo
(dependiendo del tipo de máquinas de que se trate), incrementa sustancialmente
la fuerza productiva del trabajo. La presencia del cuanto de valor de la fuerza
de trabajo alojada en esta parte de la telefonía y sobre todo sus tiempos de
reposición, esto es, el trabajo necesario, se hace más que insignificante: de
unas decenas de minutos pasa a unos cuantos segundos (aunque ya promediada con
los demás segmentos de la fuerza de trabajo alojada en todo el sistema
telefónico arroje decenas de minutos, aunque no por ello la disminución es notable).
De igual forma, la transferencia de valor del capital constante en su conjunto
a cada una de las llamadas procesadas disminuye considerablemente al reducirse
el valor del mismo, incrementarse la fuerza productiva y transportarse a velocidades
colosales.
11.- Los límites de
la envoltura burguesa
Con la virtual
expulsión de la fuerza de trabajo del proceso inmediato de trabajo y la conversión
de éste en proceso científico, la reducción sustancial del volumen de obreros ocupados constituye el primero y más radical
cambio y afectación. Disminuye, pues, la composición técnica del capital y en consecuencia aumenta la tasa de plusvalor.
Más atrás se detallaron las causas adicionales que motivaron dicha reducción:
la propia modularidad del autómata y el proceso de integración del mismo. Esto
genera el problema número uno del sindicato de telefonistas: la reducción de su
membresía y por lo tanto, de su fuerza. Hasta antes de que al sindicato se le
impusieran severas restricciones (1989) con la llamada "concertación para
la modernización", la contratación de brazos frescos tuvo el último
incremento significativo: de 44,700 en 1987 pasó a 49,995 en 1988. De entonces
a la fecha dicha cantidad viene a menos, hasta disminuir a 49,621 para fines de
1991.
Cabe hacer notar que dicha tendencia obedece a que de manera paulatina se van
dejando de cubrir los puestos de trabajo que quedan vacantes por jubilación o
bajas en general de la fuerza de trabajo.
Si bien no existe
una expulsión en masa de telefonistas, sin embargo su disminución se presenta
por esta actitud de la corporación y además, porque frente a la expansión
cualitativa y sobre todo cuantitativa del sistema telefónico, en vez de
aumentar el volumen de ocupación laboral, disminuye, lo cual significa que
sobre un número menor de obreros recae un peso y responsabilidad mayores de la
parte del autómata a su cargo.
Con la reapropiación
por el sistema automático digital de las labores accesorias de la fuerza de
trabajo se presenta como problema laboral para esta última, la pérdida de dichas funciones. Al desplazar al obrero hacia los centros
de monitoreo, el uso del teclado y la continua atención hacia la pantalla y los
distintos subsistemas periféricos de control, alarmas e impresión de los datos,
la variedad de rutinas laborales se diluye y aparece el trabajo simple de
ejecución física, esto es, simplificación de las tareas en oposición al
incremento de las funciones de inteligencia del obrero colectivo.
Con dicha
simplificación el comando capitalista tiene mayores posibilidades e invasión de
las funciones propias del obrero; pero a su vez, con el mayor peso del esfuerzo
cerebral del mismo, éste disputa ahora los espacios que antes eran exclusividad
del comando, que el taylorismo acentuó con la concentración de las tareas de
inteligencia en el personal de confianza del consorcio. Esta batalla se
encuentra mediada por la capacitación. Es deseo del capital que sea su comando
inmediato quien preferentemente acumule conocimientos para la regulación del
autómata. De la misma manera, este nuevo tipo de obrero colectivo para ser
sometido a la marcha de aquel, requiere que el capital mismo le proporcione la
capacitación para el manejo de los instrumentos computados. Además, es su
derecho, amparado en las normas que regulan la relación entre las clases en el
acto productivo (el contrato colectivo).
De ahí que por lo
general la capacitación al obrero presenta rezamos continuos y se entable de
igual forma una lucha entre éste y el personal de confianza por la información.
Con los procesos de
integración y centralización derivados del uso de computadores en el autómata,
ocurre, a su vez, la integración de actividades que antes se encontraban
disociadas y a las que correspondía su realización por grupos de obreros diferenciados.
Es el caso de la integración como una entidad homogénea y única del proceso de
conmutación y el de transmisión a base del enlace PCM. Con ello se borran las
fronteras del trabajo y aparece como un problema a resolver cuál de los dos
segmentos de la fuerza de trabajo realiza ahora las funciones integradas. Esto
es aprovechado por el capital para inducir el enfrentamiento interno entre
ellos, mientras se le dejan las manos libres para avanzar en el mayor peso del
comando capitalista en el control y regulación del autómata.
Dicha contradicción
se resuelve con la fusión de los dos segmentos de telefonistas para la operación
indistinta del nuevo carácter de sus funciones. Por lo tanto, el creciente
proceso de automatización digitalizada de la planta telefónica rompe la división del trabajo
convencional que modeló la gran industria clásica y la remodela, ahora más
simplificada. A la integración tecnológica del sistema corresponde un proceso
de compactación de la fuerza de trabajo, esto es, una integración social.
Este fenómeno se
repite en todos aquellos procesos parciales de trabajo donde las computadoras
se introducen, tales como los del tratamiento de la información administrativa,
técnica y contable.
Así, el capital se
adelanta a la fuerza organizada de los telefonistas e impone una nueva estructuración
y gradación de la fuerza total de trabajo con el apoyo servil de la burocracia
sindical. De su agrupación en 57 departamentos distintos que hubo hasta 1990,
se remodela en tan sólo 29 entidades laborales con una jerarquía de la fuerza
de trabajo más simple al interior de cada una de ellas.
La modularidad
asociada con la creciente integración del autómata, son, por otra parte, la base técnica de la flexibilidad del
trabajo. Pero en este punto es necesario distinguir este proceso objetivo que
crea nuevas condiciones de inserción de la fuerza de trabajo en el proceso
laboral general, ya expuesto anteriormente, de aquel subjetivo que se
manifiesta en el deseo por el capitalista de contar con una masa obrera
disponible las 24 horas del día, sin descanso alguno, y sin condicionantes
laborales, políticas, sociales y fisiológicas decorosas; en una palabra, de
tener un autómata viviente que siga al movimiento continuo del nuevo sistema
miniaturizado de máquinas de comunicar.
Este deseo opresivo
y triturante del capitalista sobre el obrero colectivo se manifiesta en la
remodelación del clausulado laboral de los nuevos perfiles de puesto que
corresponden a los 29 agrupamientos orgánicamente diferenciados de
telefonistas, donde la negociación de las condiciones de trabajo, de la
capacitación, la movilidad del obrero, los horarios de la jornada de trabajo,
remuneraciones salariales, etc. se convierten en una carnicería entre los
representantes del capital y los representantes de cada agrupamiento laboral,
donde el antagonismo interno entre las clases adquiere una de sus dimensiones mayores.
El nuevo tipo de autómata,
su creciente integración, pero de igual manera las posibilidades de su
descentralización operativa, han llevado a una remodelación de la estructura general del monopolio. De un
funcionamiento centralizado pasa a uno regional, con unidades administrativas
relativamente independientes a lo largo y ancho del país. Esto repercute sobre
la fuerza de trabajo de diferentes maneras, entre las cuales las más relevantes
consisten en un mayor radio de acción del mantenimiento centralizado y remoto, relocalizaciones
en lugares de trabajo diferentes y más distantes, cancelación de campos de
trabajo de alta concentración de operadoras; en suma, una relocalización de la
fuerza de trabajo y su movilidad en espacios geográficos mayores, así como en
segmentos laborales de ocupación intensiva de brazos humanos.
Pero la nueva
estructuración general del autómata conduce a su vez a la remodelación completa
del monopolio. A esto se suman los efectos de la privatización y la apertura
del mercado nacional de telecomunicaciones, que motivan el cierre de algunas
filiales y acentúan el peso de otras. A su vez, esto se combina para
desmantelar algunos procesos parciales de trabajo que tipificaban a la empresa
para ser sujeto de la competencia abierta. Así, la conmutación privada, la
reparación de los aparatos telefónicos y lo poco que quedaba del mantenimiento
de los edificios, por lo pronto deja de estar concentrado en Telmex y se arroja
a las manos de empresas por lo regular trasnacionales.
Con ello, la plantilla general de telefonistas disminuye y en consecuencia se
resta fuerza a su organización sindical. El contratismo,
por tanto, pasa a ser una de las armas más eficaces del capital contra este
sector de la clase obrera.
En otro orden, pone
en sus manos -aunque el propio carácter del nuevo autómata lleva al obrero
colectivo al ejercicio de un mayor control y monitoreo sobre éste-, un poder
acrecentado que, entre otras de sus manifestaciones, le devuelve aquella visión
de conjunto que antes acuñaba en la cooperación simple. Brinda al obrero la
posibilidad de regular no una fracción sino al autómata que lo hace todo, en el
proceso inmediato de trabajo.
Esto choca, pues,
con la relación apendicular que impone el uso capitalista del sistema miniaturizado
y sobre todo, cuestiona en su esencia misma la lógica del capital. El punto
central que media los alcances de dicho control lo tenemos en la capacitación.
Quien cuente con ella, podrá operar los nuevos instrumentos técnicamente socializados
que le permiten al ser humano manipular las instrucciones, rutinas y comandos a
fin de llegar a las funciones de inteligencia artificial del autómata para que
éste a su vez realice la actividad operativa sobre el material de trabajo. De
ahí que se aviven las colisiones entre la fuerza de trabajo y el personal de
confianza frontera para ver en cuál de los dos se quedan dichas funciones.
Empero, precisamente
esta nueva característica que el proceso objetivado le brinda al obrero
colectivo fue cancelada de antemano por el capitalista de esta rama, apoyado
incluso por el poder político del Estado. En el contrato colectivo de 1990 quedó
plasmado el acceso del obrero a las nuevas tecnologías y en general a los
problemas relativos a la calidad y productividad, pero sin que ello
"implique cogestión en la toma de decisiones para la administración de Telmex"
(cláusula 195).
Esta tipificación se
hace presente en todas las facetas de la vida laboral: en la intención del
capital por recluir a los telefonistas en la pasividad política y laboral a
cambio de su activación productivista.
Pero a estas alturas el capital navega contra corriente. Por más obstáculos que
ponga en el camino de la reapropiación por el obrero del proceso de trabajo en
su conjunto, La naturaleza objetiva del nuevo autómata le crea condiciones
favorables al obrero para la inversión de la polaridad de clases, lo eleva
continuamente hasta situarlo en los puestos que le permiten esa reapropiación,
pone en sus manos una y otra vez los medios materiales indispensables para tal
fin, aunque la determinación, como acertadamente lo señala Marx, sea asunto exclusivo
del obrero como clase.
Por eso junto a la
lucha por la conservación de su número, de su valor de uso y de cambio, de
condiciones de trabajo dignas, de una organización sindical democratizada,
etc., se ponen al centro aquellas reivindicaciones que sirven de medios
materiales y espirituales que le permitan regular el nuevo proceso científico y
con ello que consoliden su nueva fisonomía como agente consciente de ese poder
acrecentado, como individuo social que somete el proceso industrial que la humanidad
ha creado para la comunicación universal de la misma.
De ahí que también
esté presente la insistencia de los telefonistas por intervenir en la creación
de los programas, planes y proyecciones de la telefonía, en la normatividad,
operación y reproducción continua de los mismos. No es casual, por lo tanto, la
insolente y tajante respuesta de los nuevos dueños de Telmex al cancelar los
medios contractuales (la cláusula 193 del contrato colectivo de 1988) que
legitimaban esa nueva fisonomía de los telefonistas acorde con el automatismo
de nuestros tiempos.
Pero precisamente
esta nueva figura de la naturaleza convertida en proceso industrial miniaturizado
es la que sirve de soporte material para la demolición de candados, cerrojos y
chapas por la clase obrera, para hacer que salten por los aires las trabas
impuestas que mantienen la comunicación humana en el estrecho marco de la
ganancia.
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pág. 7
En adelante entenderemos por usuario o abonado A, la
persona que inicialmente levanta el auricular para establecer comunicación con
otra, a quien denominaremos usualmente usuario o abonado B.
"...¿en qué se diferencia la máquina del
instrumento? Apenas el instrumento es puesto en movimiento por un mecanismo, de
instrumento del obrero -de instrumento cuyo rendimiento está condicionado por la habilidad del obrero y que exige el trabajo como intermediario en
el proceso de elaboración- se transforma en instrumento del mecanismo y la
máquina sustituye al instrumento. En este caso el mecanismo debe haber alcanzado
ya un grado de desarrollo tal que le permita, en el caso de que obtenga la
fuerza motriz de un hombre o de un animal, en una palabra, de motores primarios
dotados con movimiento espontáneo,
recibir la fuerza motriz de un motor primario puesto en movimiento
mecánicamente. Pero mientras dure la primera condición, la máquina no es más
que un instrumento maquiniforme artesanal. .." Carlos Marx. Progreso técnico y desarrollo capitalista.
pp. 147-148. Por cierto, en la conmutación manual el sistema de energía
empleado es primero la batería local y después la batería central, que son
accionados por la operadora al establecer una comunicación, por lo que se
cumple el requisito espontáneo de su movimiento.
Para una
consulta sobre los elementos fundamentales del proceso laboral de estos otros
segmentos de telefonistas, véanse los trabajos de Gonzalo Peredo, Ana Ma.
Cáliz, César Cruz, y otros más, citados en la bibliografía.
"Tan pronto como la máquina de trabajo ejecuta
sin el concurso humano todos los movimientos necesarios para la elaboración de
la materia prima y tan sólo requiere de cierta asistencia ulterior, tenemos un
sistema automático de maquinaria, sistema que es susceptible, sin embargo, de
desarrollo constante en los detalles.
Así, por ejemplo, el aparato que detiene automáticamente la hiladora mecánica
apenas se rompe una sola hebra y el self-acting-stop
(freno automático), que interrumpe el funcionamiento del telar perfeccionado de
vapor no bien el hilo de la trama se escapa de la canilla de la lanzadera, son
inventos muy recientes." El capital.
..T.I, V2, p. 464 (Subr. míos) .En la historia posterior de la tecnología del
aspecto material, es en esta automatización de los detalles donde encontramos
uno de los más vastos desarrollos del sistema automático con la aparición de las
maquinas de control.
Cfr. El capital.
..T.I, V. 2, pág. 463
"Estamos
limpiando y ajustando selectores... En este caso, quitamos aquellos SOKs, MFOK
y GVI y, como están en paralelo, ahorita el bajo tráfico no le afecta al
servicio... cualquier usuario que descuelgue puede ocupar cualquiera de los
otros 50 selectores, e igual con los SOKs..." Ibid.
"..
.cuando (los fusibles que alimentan de energía a todo el sistema) se rompen por
alguna falla, nosotros los volvemos a
reconstruir y a poner, porque ya no se consiguen." Ibid.
"Hay
unas fallas que son cíclicas. Siempre salen o a determinado tiempo vuelven a
salir, pero con la experiencia, ya sabes, y las sacas rápido." Ibid.
Cfr. El proceso de trabajo en la conmutación
telefónica. Sept. 1986. Mimeo
9 Véanse: Subsunción formal y subsunción real del
proceso de trabajo al proceso de valorización, en Cuadernos Políticos No.37
y los Gründrisse en El capitulo del
Capital. T II, de Marx.
II
"En la maquinaria, la ciencia se le presenta al obrero como algo ajeno y
externo, y el trabajo vivo aparece subsumido bajo el objetivado, que opera de
manera autónoma... el proceso de producción, empero, no aparece como subsumido
bajo la habilidad directa del obrero, sino como aplicación tecnológica de la
ciencia. Darle a la producción un carácter científico es, por ende, la
tendencia del capital, y se reduce el trabajo a mero momento de ese
proceso." Carlos Marx. Elementos
Fundamentales... T II, p. 221
"...Cuando
vinieron los compañeros de Programación a preguntar por un área que nosotros llamamos
TKK -son tablillas que están entre los FIRes y los GVII-, hablaron que conectar puentes ahí, o hacer otra cosa, y
no entra ni la mano. Si te agachas,
no ves nada. Nosotros lo que acostumbramos es traer lamparitas en la mano para
andarnos alumbrando y ver cómo le hacemos." Entrevistas... En este caso, la deficiencia extrema de algunas
condiciones generales de trabajo tales como la iluminación convierten algunos
de los elementos de éstas (como las lámparas) en instrumentos de trabajo
vitales del obrero.
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El polvo que penetra en las máquinas provenientes del aire contaminado típico
de la Ciudad
de México, el que regresa una vez lavados los selectores y el que genera el desgaste
progresivo de las partes mecánicas distorsiona la calidad de la conducción de
los impulsos eléctricos y su rapidez, lo que hace que el obrero nuevamente
tenga que limpiarlos. Pero en el caso de la fuerza de trabajo como tal, su
exposición a este contaminante es la misma, aunque la solución sea cualitativamente
distinta. En el caso de la maquinaria, es otra parte del capital -el variable-
el que la vuelve a la vida laboral, dentro del acto productivo mismo; es su
función. Lo que paga el granburgués al obrero incluye tanto el chequeo, el
diagnóstico, el tiempo, la operación y hasta la receta para reciclar las
máquinas parciales al mundo de la valorización. En cambio, el obrero tiene que
desembolsar de su salario individual la paga al médico para limpiarle los
pulmones, desintoxicarlo y darle alivio, pagar las medicinas y la
transportación. Todo esto por lo regular en su tiempo libre.
"Otro compañero,
también de Cables, habló del trabajo en
las puntas:
"Véase Telmex. Voces de Teléfonos de México. Núm. 266 y Tecnología Digital en Telecomunicaciones, por citar dos casos.
Decisión
BIT. Revista. Nov. 1990. Núm. 38, p. 14.
En un discurso del director de Telmex con
motivo de la inauguración de la central digital "Condesa", estimó el
efecto de los nuevos autómatas en las condiciones objetivas del trabajo como
"un beneficio en el área de construcción civil, reduciendo hasta en 75% el
espacio requerido para las instalaciones de equipo". Telmex. Voces... Núm. 262, oct. de 1983. México,
p. 6.
Telmex. Básico
PCM. pp. 15-16.
Telmex. Central
SFC. pp. 2-3.
"La señalización es el idioma, por
llamarlo así, con que las centrales internacionales se comunican (máquina-máquina)
mediante señales de línea y registro para dar lugar al establecimiento de
conferencias telefónicas..." Voces.
..Núm. 322, p. 18. Ya desde 1940 uno de los telefonistas que llamó la atención
sobre los procesos laborales de la telefonía adelantó la importancia de la
señalización y su profundo significado: "... la lámpara eléctrica es un
valioso auxiliar en el interior de las centrales telefónicas. Gran cantidad de
dispositivos de control estará regida por pequeños foquillos incandescentes,
que indicarán determinado proceso dentro
de la gran diversidad de operaciones que encierra una comunicación"
Gonzalo Peredo G. Peralvillo...
Costa-Amic Editores, S.A. México, 1980, p. 267 (subr. mío).
"El procesador debe conocer lo que está
sucediendo en todo el tiempo en toda la parte de conmutación... debe también
activar(la) para conseguir la conexión de un abonado con otro. Telmex. Central SPC. p. 3.
Es pertinente hacer esta distinción porque
también encontramos otros segmentos del mecanismo de transmisión entre la
central y los teléfonos de los usuarios, entre las centrales mismas y en toda
la red satelital y de microondas.
"Las telecomunicaciones hoy en día están
caracterizadas por un progreso dinámico tanto en la tecnología como en el
ambiente técnico de las centrales, es decir, las redes. Por lo tanto, el
sistema requiere una modularidad funcional
para ser introducido fácilmente en muchos ambientes diferentes y en evolución,
y una modularidad técnica que permita
el uso de técnicas perfeccionadas dentro del marco del sistema... El requisito
básico final fue una capacidad modular para que el sistema pudiera adaptarse a
una gama muy amplia de tamaños, condiciones de tráfico y mezclas funcionales..."
Telmex. Voces... Núm. 277, p. 8 (Subr.
míos).
“El método de duplicación síncrona garantiza el que
las fallas en el hardware del procesador central no provoquen fallas en el
software ...” Telmex. Capacitación...
op. cit. p. 21.
Es el
caso del supervisor de circuitos que "detecta interrupciones en el
servicio de las redes de microondas y, este equipo de aplicación universal que por su gran versatilidad se puede utilizar
como monitor de los sistemas automáticos de facturación de larga distancia, los
que procesan más de 800 millones de conferencias al año, o como un sistema para
medir la calidad del servicio telefónico tanto manual como automático. Asimismo,
se puede utilizar como un equipo de facturación por tiempo para las llamadas de
servicio local. Este equipo está diseñado para la integración de las redes
telefónicas privadas... (y puede) realizar los enlaces telefónicos de
transmisión de datos en forma centralizada uniendo a diferentes ciudades y
monitoreando la calidad de los servicios en forma remota." Telmex. Voces...
Núm. 314, p. 11 (Subr. mío).
Telmex. Capacitación.
..op. cit. pp. 26-27.
"...todavía falta un largo camino por
recorrer antes que las computadoras puedan aproximarse al cerebro humano en
cuanto a capacidad lógica y étnica. Por ejemplo, las aplicaciones de
inteligencia artificial más avanzadas pueden imitar la producción de, quizás,
unas 200 células en una red neuronal. Esto es un logro extraordinario, hasta
que nos damos cuenta que el cerebro humano tiene aproximadamente cien mil
millones de células. Pasarán muchos años antes que la inteligencia artificial
pueda imitar la capacidad cerebral de una abeja." Decisión Bit, p. 29.
"El trabajo ya no
aparece tanto como recluido en el proceso de producción, sino que más bien el
hombre se comporta como supervisor y
regulador con respecto al proceso de producción mismo... El trabajador ya
no introduce el objeto natural modificado, como eslabón intermedio, entre la
cosa y si mismo, sino que inserta el
proceso natural, al que transforma en industrial como medio entre si mismo
y la naturaleza inorgánica, a la que domina. Se presenta al lado del proceso de producción, en lugar de ser su agente
principal." Carlos Marx. Elementos
fundamentales… T. II, p. 228. (Subr. míos).
Incluso esta sustancial reducción del tiempo
necesario pone de manifiesto la necesidad de una reducción importante de la
jornada de trabajo. En algunos países imperialistas se ha reducido a seis
horas, pero aún así, entre la magnitud del tiempo de trabajo excedente y la del
minúsculo cuanto que corresponde a la reposición de los medios de sustento y
reproducción del obrero media un abismo cardinal que llena de regocijo a los
dueños de esta portentosa empresa.