
Miguel
Ángel Lara Sánchez
La
victoria aplastante del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) este 1 de julio llevó a la población en masa a
las urnas como no se había visto en muchas décadas atrás. Quizá la más cercana
sea la producida en 1988, cuando entró en crisis el sistema político basado en
el partido único. Es un hecho que no puede ni debe ser minimizado, ya que fue
en el proceso electoral de 2018 que estalló el rechazo social a las profundas
consecuencias humanas de la política neoliberal. No llega tarde a la oleada de
vientos democratizadores que anteriormente se produjeron en el continente,
particularmente en Sudamérica, sino que, sabedora la oligarquía estadounidense
de los ciclos históricos en nuestro país, retardó el estallido de la
inconformidad social mediante la propagación del terror armando a los grupos
del crimen organizado y confrontándolos entre sí.
La
crisis del partido de Estado primero en 1988 y luego en 1994, con el asesinato
de su candidato presidencial y la consiguiente confrontación entre las
fracciones que detentaban el poder del Estado, marca el ciclo terminal del
sistema político que se erigió tras la Revolución Mexicana y la posguerra. El
ascenso vertiginoso de la influencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) a comienzos del siglo XXI que
recogía las aspiraciones de las clases sociales más golpeadas por la política
neoliberal iba en la ruta de una transformación social en nuestro país para
llegar puntualmente a la cita del ciclo histórico. Pero su confrontación con la
fracción demócrata burguesa que representaba Andrés Manuel López Obrador en
2006 –que ya desde entonces logró hacerse de un apoyo popular mayoritario-, lo
comenzó a aislar de ese vasto sector de obreros, semiproletarios del campo,
campesinos pobres y pequeña burguesía revolucionaria que depositaron su confianza
en esta organización de raíces profundamente indígenas. La segunda causa de
esta alteración histórica es justamente la propagación del crimen organizado
hasta convertirlo en el medio fundamental para contener el descontento social,
al grado de devorar al Estado mismo y convertirlo en narcoestado.
Pero
en el tiempo histórico ocho años de aparente retraso son apenas un suspiro. El
ciclo se hizo presente y demandó un cambio. ¿Pero de qué tipo? En la Revolución
Mexicana se desplazó a una clase social y a una fracción de clase del poder, es
decir, a los terratenientes y a la fracción burguesa aliada a los monopolios
norteamericano y europeo. Fue la victoria de la burguesía agraria exportadora norteña
y de la incipiente burguesía industrial que se levantó sobre la aplastante
derrota de los campesinos pobres y los obreros. Y no podía ser de otra manera,
pues el proletariado mexicano apenas se encontraba en proceso de formación como
clase. Recordemos que para 1910 apenas habían pasado escasos treinta o cuarenta
años que el capitalismo se había convertido en el modo dominante de producción
y que la clase obrera mexicana sumaba unos pocos millones de habitantes, concentrados
casi por entero en las ramas económicas productoras de bienes de subsistencia:
textiles, calzado y alimentos.
Cien
años después el desarrollo capitalista en México, aunque dependiente
principalmente de los EUA y con importantes signos de atraso, ya cuenta con un
proletariado industrial y de servicios bastante numeroso, alcanzando aproximadamente
el 80% de la población total; existe un proceso de proletarización de las
clases medias que se aceleró por las secuelas económicas y sociales de la política
neoliberal y recientemente los semiproletarios del campo y los obreros
agrícolas alzaron la voz contra las condiciones de vida y de trabajo impuestas.
Todo esto muestra la existencia de las condiciones materiales suficientes que
posibiliten una revolución que cuestione el sistema de trabajo asalariado, pero
no así de las condiciones subjetivas que la hagan posible.
Una
transformación del modo de producir requiere la fuerza política que ha de
demoler el poder de la oligarquía y en México esto aún no existe. Después de
numerosos intentos por construirlo, la inexistencia del partido revolucionario
de la clase obrera mexicana constituye el elemento esencial que está ausente
para dicha transformación. La larga lucha por crearlo durante el siglo XX se
diluyó en el momento en que prácticamente todas las organizaciones
revolucionarias se autodisolvieron cuando se fusionaron con la fracción
burguesa que se escindió del partido de Estado en 1988 y aceptaron ir a la cola
de ella. Por el contrario, esta fracción se fortaleció hasta imprimir su sello
de clase en lo que vendría a ser el Partido de la Revolución Democrática (PRD).
En
dicho año la vergonzosa capitulación de Cuauhtémoc Cárdenas exhibió, como
tantas veces la historia europea nos lo mostró en el siglo XIX y que brillantemente
dejaran de ello testimonio Marx y Engels, el miedo de las diversas fracciones
de la burguesía a la iniciativa revolucionaria de las clases trabajadoras, ya
no digamos en el campo de batalla, sino inclusive en el terreno electoral.
Miedo a defender el triunfo, temor a los vientos de cambio, así sean moderados;
el autoexilio a la sombra del curso social. Todo esto pulverizó al cardenismo,
lo condenó socialmente y tuvo que pagar con el severo desprecio de millones de
trabajadores. Pero del seno de esta corriente emergió con fuerza otra figura de
mayor sensibilidad política frente al cierre del ciclo histórico que ya
reclamaba con fuerza su concreción. Andrés Manuel, de cuna de comerciantes y
también militante activo de esa fracción burguesa desplazada del poder, cubrió
ese vacío. Sin embargo, no fue el único. Durante ese momento histórico se alzó
como fuerza política de alcance nacional el EZLN, pero con un programa
anticapitalista que pronto ganó la adherencia de los sectores revolucionarios
dispersos, del movimiento nacional indígena, de la pequeña burguesía
revolucionaria y de algunos sectores del proletariado urbano y rural en tan
solo apenas seis años.
Tras
el objetivo propuesto, llevar la voz indígena al Legislativo a comienzos de
este siglo, comete uno de sus principales errores: soltar los hilos del proceso
de organización que había emprendido y ausentarse de la escena de la lucha de
clases a nivel nacional, justo cuando la fracción más reaccionaria de la
oligarquía en México llegaba al poder. El apoyo masivo que logró concentrar
pronto se desvaneció y nuevamente la clase obrera y los campesinos pobres se
quedaban sin un punto de apoyo para construir su propia organización como
clase.
Caso
diferente es el obradorismo, pues en tan solo un lustro logró recomponer el
apoyo popular al proyecto demócrata burgués, ganando las elecciones en 2006.
Pero tampoco se atrevió a encabezar el descontento social provocado por el
fraude, apaciguando los ánimos; en 2012 volvió a ganar y tampoco estuvo
dispuesto a conducir la resistencia civil. Dos veces amarró al tigre,
parafraséandolo.
Los
dos sexenios en que el Partido Acción Nacional fue gobierno desataron una lucha
de los cárteles de la droga por los territorios y mercados en el país.
Involucraron al ejército y al conjunto de los poderes del Estado y todos
terminaron corroídos por aquellos, dejando una larga estela de cientos de miles
de muertos y una profunda degradación social donde crecieron a niveles nunca
antes vistos otra serie de atrocidades humanas como la desaparición de niños
para prostituirlos o comerciar con sus órganos. Es la imposición de terror por
los medios más monstruosos. La imposición del Partido Revolucionario
Institucional (PRI) en 2012 acentuó todavía más esta degradación y
descomposición social. Por ello, no fueron pocas las localidades en el interior
del país que crearon cuerpos policiales propios llamados autodefensas, lo mismo
entre los campesinos pobres, indígenas y en general los estratos más
empobrecidos del campo, que sectores de la pequeña burguesía y burguesía
agraria. El costo económico de esta descomposición también se propagó
principalmente hacia aquellos sectores de la burguesía no monopólica y de la
pequeña burguesía, pues cada vez se extendía más el pago de cuotas de protección
al crimen organizado, creando un ambiente de incertidumbre en la inversión de
capital.
En
el plano político la impunidad, la corrupción y el cinismo se hermanaron con la
penetración del crimen organizado en todas las estructuras del Estado. La
gestión gubernamental acentuó el enriquecimiento ilícito de las cúpulas
gubernamentales y la precarización de las condiciones de vida y de trabajo de
los trabajadores del campo y de la ciudad. Basta señalar, a título de ejemplo,
el saqueo a la población resultado del aumento de precios a la gasolina y al
gas y el virtual robo de la ayuda económica a los miles de damnificados por el
sismo del 19 de septiembre de 2017. En suma, todas las condiciones económicas y
sociales para un estallido social se estaban bifurcando.
Meses
previos al proceso electoral de 2018, la oligarquía en el poder se fragmentó.
Los monopolios que controlan los medios de difusión se dividieron; al interior
del PAN hubo una fractura importante que culminó con la expulsión de tres de
los panistas más prominentes a escasas horas de las votaciones; en el PRI
también hubo divisiones, lo mismo que en algunos militantes del PRD. Finalmente,
buena parte de estas fisuras terminaron alimentando a MORENA.
En
el plano internacional, el viraje hacia el mercado interno producido por la
fracción oligarca en el poder de los EUA cimbró la base sobre la que descansa
una buena parte del intercambio de capitales al amparo del TLCAN: los bajos
salarios de la clase obrera mexicana. No solo fueron cuestionados por el vecino
país, sino además por el gobierno de Canadá, poniéndose al centro del debate de
la renegociación del Tratado, exigiendo un aumento sustancial en los salarios,
ya que estaban 38 veces menores en México con relación a los salarios mínimos,
cuestión que confrontó a estos dos gobiernos con el priísta. Por su parte, la
degradación económica y social producida en nuestro país se convirtió en un
serio obstáculo a la política proteccionista del gobierno estadounidense porque
era incapaz de contener la migración tanto nacional como la proveniente de los
países centroamericanos. Por ello, la fracción oligarca que representa Trump
retiró su apoyo a los oligarcas que hasta hoy habían sido beneficiados,
cobijados y alimentados por aquella, decidiendo respaldar a Andrés Manuel.
Asimismo, la estela de terror y muerte dejadas por el PRI y el PAN les valió el
aislamiento internacional, pues Trump no fue el único que mandó previamente
señales de apoyo a Morena, sino también Canadá y Rusia por citar los más
relevantes.
No
debemos olvidar que la mayor parte de la riqueza en México, del capital, se
encuentra en manos de la oligarquía norteamericana; hoy la dependencia es más
aguda porque la oligarquía mexicana no tuvo las agallas para defender las vías
propias de la acumulación del capital en nuestro país y por el contrario,
aceptó, a cambio de migajas, la destrucción de importantes ramas económicas que
nos daban cierta acción soberana desde que se impuso el modelo neoliberal,
favoreciéndose solo unas cuantas familias con el intercambio comercial al
amparo del TLCAN. Por eso no es casual que de pronto y de manera tan
“civilizada” el candidato del PRI haya súbitamente aparecido en los medios
reconociendo su derrota y que el del PAN hiciera lo mismo casi de manera
simultánea. ¿Cuándo en la historia, y sobre todo en la reciente, se habían
comportado tan maduramente como perdedores, si ambos partidos son una fábrica
de corrupción y autoritarismo?
Andrés
Manuel no es parte de la oligarquía hasta hoy gobernante, de esa que es dueña
del capital financiero, de los grandes monopolios industriales y de los grandes
terratenientes exportadores. En este sentido no es una cabeza más de esta
hidra, pero sí es un representante del desarrollo capitalista que se inclina
hacia el impulso del mercado interior sin romper los nexos económicos con los
capitales norteamericanos, e incluso sin romper con los hilos de la
dependencia. Estos son sus límites, y por ello coinciden en la visión de corto
plazo de la conducción económica con la actual administración estadounidense.
Pero, sin embargo, esto hace una gran diferencia. Como sabe que ese sector
oligarca que hoy quedó aislado, la “mafia del poder”, de momento no moverá por
sí sola un dedo para impulsar la acumulación de capital, por eso desde temprana
hora anunció una fuerte inversión de capital desde la gestión estatal, que se
sumará al apoyo financiero que los EUA han ofrecido.
Por
lo tanto, este 1 de julio hubo una condena social, masiva, a esa descomposición
que hace pender la vida de un hilo[1] y que atinadamente supo
encauzar y conducir Andrés Manuel hacia el voto en las urnas, pero tampoco nos
debe llevar al error de negar que la mano
que mece la cuna retiró el apoyo a sus tradicionales socios en México para
dárselo a quien empata más con sus planes. Por eso la suavidad con que se está
produciendo la llamada transición y de ahí que ya no fuera necesario soltar al tigre.
Por
otra parte, el hartazgo social expresado en las urnas situó al PRI en la peor
de sus condiciones en toda la historia, al quedar como tercera fuerza muy
disminuida y con una división interna que se acentuará conforme el nuevo
gobierno vaya desplegando su proyecto. Ahora la segunda fuerza partidaria es el
PAN, es decir, la fracción más reaccionaria, la ultraderecha, también con
vistas a debilitarse más ante la confrontación interna, que fue más virulenta
que con el PRI.
Hoy
Morena se ha convertido en ese partido de composición pluriclasista, liderado
por la democracia burguesa de corte nacionalista, y más en específico, con una
fuerza demócrata constitucionalista con fuerte apoyo popular, que otrora fuera
el PRI antes de la era neoliberal. A diferencia de los partidos de la
oligarquía, es de esperarse que se nutra de los indecisos y de todos aquellos
que quieran incorporarse a una nueva etapa de desarrollo capitalista, por lo
que en un tiempo breve será el partido con la mayor fuerza en todos los
rincones del país, ya sea solo o en alianza con otros partidos, en la medida
que no se aleje de las promesas de campaña fundamentales.
Respecto
al PRD, de haber surgido como una fuerza política representativa de la
democracia burguesa de corte nacionalista teniendo como aliado a su interior en
1988 a la mayoría de las fuerzas que se reclamaban “revolucionarias de
izquierda”, desde hace tiempo se convirtió en un instrumento más de la oligarquía
que gobierna este país, en un partido satélite de la llamada “mafia del poder”
que, en su descomposición política e ideológica, llevó su degradación todavía
más lejos, terminando de tapete de la ultraderecha panista. Es tanta su putrefacción, que solo debido a
esta alianza ha logrado salvar el pellejo de una representación en las cámaras,
con la probabilidad de que pierda el registro como partido. Mención especial
merecen aquellos individuos y corrientes políticas que, proviniendo de las
autollamadas “organizaciones revolucionarias” o “marxistas”, impulsaron la
alianza con la ultraderecha reaccionaria, renegando de los principios bajo los
cuales fueron formados políticamente. Son traidores a la clase obrera,
traidores no solo de los principios, sino incluso de los valores éticos más
elementales del ser humano como ser social. Son los Zambrano, los Ortega, los Barrales, etc. Pero no los
únicos. También entran en crisis las corrientes perredistas que convalidaron la
sumisión al PAN. ¿Cómo explicarán, además, ahora personeros de la democracia
burguesa nacionalista que formaron parte de este lodazal con la ultraderecha su
tremendo error histórico y sobre todo,
qué autoridad moral tendrán para continuar en el movimiento social triunfante
que justamente enarbola las banderas que antaño pregonaban?
Si
buscásemos en nuestra historia inmediata un fenómeno social parecido con el
objeto de ver lo nuevo que se abre en esta coyuntura histórica resultado del
triunfo de MORENA en las elecciones, el antecedente inmediato lo tenemos en el
cardenismo. En ese período a dicha fracción de la burguesía mexicana le tocó el
papel de completar la construcción de los órganos del Estado capitalista, así
como las bases de la dominación burguesa sobre los obreros y campesinos,
incluido el corporativismo. Desde el punto de vista económico, su papel
consistió en el impulso de las ramas económicas que son indispensables para el
proceso de industrialización y de acumulación de capital en general, entre las
cuales merecen especial atención las comunicaciones y los transportes porque
son las condiciones generales materiales de la reproducción del capital a
escala social; también le correspondió sentar las bases en la mayor parte del
territorio para la agricultura capitalista. Hoy, entre las propuestas del programa
de Andrés Manuel se asoma con nitidez el fortalecimiento del mercado interno,
lo que supone el impulso de ramas estratégicas en el desarrollo capitalista y
el mejoramiento sensible de los salarios e ingresos en general de las clases
trabajadoras. Esta es una gran empresa que tiene una diversificación en sus
aplicaciones, la cual debemos acompañar e impulsar en todas aquellas tareas que
beneficien las condiciones laborales, de vida y la acción política de los
obreros y campesinos empobrecidos, y no va a ser suficiente un sexenio para
hacerla realidad. Pero también salta a la vista que no hay iniciativas en
MORENA que modifiquen el carácter del actual Estado mexicano, aunque esta
coyuntura abra la posibilidad de hacerlo, por ejemplo, para transitar hacia un
Estado donde florezca la democracia y la participación populares en las tareas
políticas y sociales, como sucede, por ejemplo, en Islandia o en Noruega. Aún
no sabemos si entre sus tareas, además del restablecimiento institucional de
los poderes del Estado -y que pasa por acabar con la corrupción, la impunidad y
el crimen-, se encuentra la liquidación del corporativismo. Tampoco encontramos
iniciativas que nos permitan confirmar si transitaremos hacia una mejor
inserción en la división internacional del trabajo, remodelada por la
computación binaria, o si aspiraremos hacia la evolución del TLCAN como un
bloque económico y no como una relación de tintes neocoloniales como
actualmente lo es, o nos insertaremos en uno de los bloques ya existentes. El
tiempo dirá hacia donde se orienta la fracción burguesa que ahora conducirá la
mayoría de las estructuras del Estado mexicano, pero lo que sí podemos afirmar
es que estas grandes tareas solo son posibles si las clases sociales más
numerosas del país se involucran de manera activa y decidida.
Sin
embargo, aún en el supuesto de que este viraje se produjese, faltaría otra gran
tarea por concretarse, la más importante: aquella que prepara las bases para la
abolición del trabajo asalariado, es decir, la organización del proletariado
como clase, su propio partido. El cierre de este ciclo histórico, que comenzó
con el triunfo de Morena en gran parte del país el 1 de julio, debió haber sido
el triunfo del proletariado como clase dominante. Pero no fue así. El
predominio del sectarismo es una de las causas. Propagado con frenesí en los
años setenta y ochenta del siglo anterior
y luego continuado en las filas de los luchadores sociales revolucionarios que
se formaron a fines del siglo anterior y principios del actual, incluido el
neozapatismo, en realidad el sectarismo es el individualismo burgués manifiesto
como verdad única, acentuado por la ideología neoliberal. Decir que solo se hace lucha anticapitalista
en las comunidades indígenas autónomas negando la acción social de miles de
mexicanos que la han llevado a cabo antes y después de la aparición del EZLN
constituye una acción eminentemente sectaria.[2]
Pero
este no es el único nudo que impide la organización del proletariado en clase.
El segundo, y no menos importante por ello, radica en la descomposición
política e ideológica de los luchadores sociales que abandonaron el programa de
la clase obrera. Ya sea dentro o fuera de las filas del perredismo, una parte
de esta fuerza social sucumbió tanto a la influencia de la inmoralidad
burguesa, que en este proceso electoral terminó del brazo de la fracción
oligarca más reaccionaria –la del acendrado odio clasista contra los
trabajadores-, no solo divorciada, sino además confrontada con las aspiraciones
inmediatas de los millones de obreros y pobres del campo mexicanos. Esto, por
un lado.
Por
otro, el clima represivo y de terror impuesto desde la cúpula de la oligarquía
norteamericana en casi todo el país, terminaron por cerrar dicho ciclo justo
casi como empezó: con el desplazamiento del poder de una fracción de la
oligarquía por otra fracción de la burguesía.
Afortunadamente
hay una diferencia notable: hace poco más de 100 años el proletariado apenas
comenzaba a formarse en sus sectores más elementales, pero ahora, con todo y
que se han destruido importantes cadenas de producción y que la mayor parte de
las entidades económicas –más del 90% que corresponden a la microempresa-
apenas rebasan la escala de la reproducción simple, el proletariado mexicano
constituye aproximadamente el 80% de la población total junto con los jornaleros
del campo. Esta es una diferencia de primer orden. Conquistar la democracia en
los mayores espacios posibles, luchar por una condición humana lo más digna
posible en lo que puede dar el régimen actual de producción con una clase
obrera y semiproletarios del campo revitalizados, se facilita si al mismo tiempo
que se acompaña al obradorismo en aquellos objetivos que son comunes a la lucha
del pueblo trabajador, los obreros y sus aliados naturales van construyendo la
organización del proletariado como clase.
5 de julio de 2018
[1] Ya sea que lo definamos como “tsunami
electoral” o “insurrección”, como lo denominan Alfredo Jalife y Rafael Barajas,
respectivamente, la esencia de lo sucedido consiste en ese reclamo social, la
condena masiva a una forma de gobernar
que niega los derechos elementales del ser humano, incluida la vida.
[2]
Hernández A., Javier (2018). El
neoliberalismo que continúa con AMLO. https://zapateando.wordpress.com/2018/07/02/el-neoliberalismo-que-continua-con-amlo/