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José Clemente Orozco. Dioses del mundo moderno. La epopeya de la civilización americana |
Muy a menudo solemos encontrar la referencia a la "clase
política" en el discurso de los funcionarios, los noticieros y sobre todo
en los luchadores sociales de todos los tipos. Es un concepto
ampliamente utilizado para referirse a los diputados, senadores, congresistas y
a los funcionarios que integran el conjunto de la burocracia estatal. Pero, al
igual que otros conceptos que brotan del lenguaje cotidiano, este es uno de los
que merece detenernos porque en la acción de la clase obrera le hace flaco
favor a la lucha por su emancipación.
La suma de estos individuos no conforma una clase social
particular. En primer lugar, las clases sociales se conforman y distinguen una
de otra por el lugar que ocupan en un modo de producción históricamente
determinado. No es en la acción política que se afirman, sino en la producción.
De lo contrario, todo aquel que hiciera política sería parte de esta “clase
política”, ya sea de manera activa o pasiva, resultando que, en el extremo de la consideración, todos los
habitantes de un país conformarían esta “clase”, lo cual es un contrasentido y
la más absurda de las tonterías socialmente hablando, pues incluso aquel que se
mantuviese pasivo en la acción política también hace política.
Ya Lenin, continuando la obra de Marx y Engels, explicaban que los
hombres encuentran identidad de clase por la posición que guardan respecto a
los medios de producción, es decir, si son propietarios o no de éstos y por las
formas que asume dicha propiedad; también por el lugar que ocupan en la
producción de la riqueza material, tangible e intangible y por la manera en que
se apropian del excedente producido. También nos explica que las clases se
distinguen por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo,
por el lugar que ocupan en las relaciones sociales de producción en general,
pero jamás hablaron de que fuera de la órbita de la producción y
particularmente en la política, se encontraban las claves para la identificación
y diferenciación de las clases sociales. Y no lo hicieron porque esto conduce a
graves errores a la hora de explicarnos las relaciones sociales y espirituales entre
los hombres. Tal es el caso de los funcionarios públicos.
Si analizamos más a detalle el significado de la “clase política”,
además de tener como resultado que todos los habitantes de un país pueden ser
parte de esta “clase”, resulta que lo que se pretende diferenciar acaba
diluyéndose en el todo. Pero además, en todas las formaciones
económico-sociales tales como la capitalista, la feudal o la esclava, siempre
se han encontrado grupos humanos que se dedican a ejercer las funciones del
Estado, salvo en las comunidades primitivas, donde aún no se daban las condiciones
para la separación de esta entidad del conjunto de la sociedad.
Si la política formara una clase social diferenciada de las
restantes, resulta que la “clase política” habría existido desde que la
sociedad se dividió en clases sociales, es decir, sería una clase trans histórica,
lo cual nos conduce a la visión burguesa, completamente errónea, que niega el
carácter históricamente determinado de las relaciones de producción que le dan
sustento.
El uso de este concepto le es muy útil a la clase dominante en la
actualidad. En las sociedades capitalistas actuales los individuos que
conforman los diversos órganos de poder, y particularmente los del poder del
Estado, en realidad provienen de las filas de la burguesía y de la pequeña
burguesía. Ambos representan los intereses de la clase dominante. Un porcentaje
mucho menor proviene de las filas del proletariado urbano y rural, allí donde
la lucha por la democracia se ha desarrollado lo suficientemente como para llevar algunos de sus representantes a estos espacios de participación política. Lo usual
es encontrar que aquellos que provienen de los estratos medios y superiores de
la pequeña burguesía terminen amasando suficiente dinero para convertirlo en
capital y transformarse así en elementos integrantes de la burguesía. Lo mismo
acontece con los elementos de esta última clase, que brincan hacia estratos
superiores.
Al englobarlos a todos en este concepto de “clase política”, lo
que ocurre es que a los ojos de las clases trabajadoras, se nubla el carácter
burgués del Estado y de las diferentes entidades que lo componen,
reproduciéndose así la falsa ilusión de que el Estado constituye una entidad
política que se sitúa por encima de las clases, incluso de la clase dominante. Ideológicamente
le es muy útil a la gran burguesía, pues se esconde la naturaleza de clase del
Estado, se oculta que constituye una fuerza especial de represión de la
burguesía contra los proletarios y los campesinos pobres. Políticamente hablando,
la “clase política” es un excelente concepto que alienta la conciliación de
clases y particularmente que hace que los obreros y campesinos se olviden de su
identidad de clase y que abracen los intereses de sus explotadores. De ahí que
hasta en los medios masivos de difusión, por lo regular fuertemente
monopolizados por las oligarquías burguesas de cada país, encontremos de manera
regular el uso de este concepto.
Las mujeres y hombres que luchamos por la abolición del sistema de
trabajo asalariado no debemos reproducir este tipo de conceptos porque
constituyen vendas puestas en los ojos del proletariado que retardan el proceso
de maduración de su conciencia clasista. Al contrario, debemos combatir este
lenguaje y desnudar el carácter de clase de los hombres que integran los
diversos órganos de poder del Estado, que no son los mismos en las diversas
fases de la historia social, sino que se presentan en diversas combinaciones,
según el grado de desarrollo de la lucha de clases y las formas que asume el
Estado en cada país (como dictadura, monarquía, república democrática parlamentaria, presidencialista, etc.).
Miguel Ángel Lara Sánchez
febrero de 2017
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