
Miguel
Ángel Lara Sánchez[1]
A
partir de que las relaciones capitalistas de producción comenzaron a integrarse
a escala planetaria teniendo como ejes de la acumulación a las corporaciones
multinacionales de los países más poderosos, en México el tan ansiado
desarrollo económico y social ha tenido que esperar, pues la aplicación de las
políticas neoliberales y particularmente la aplicación del Tratado de Libre
Comercio para América del Norte (TLCAN) ha producido el efecto contrario, es
decir, un proceso de desindustrialización y degradación de las condiciones de
la clase obrera mexicana urbana y del campo, así como de los restantes
segmentos de los trabajadores, que nos hace retroceder hacia las condiciones
imperantes de la posguerra.
En
nuestro país se produce una masa importante de riqueza cada año, que cuantificada
para el año 2016, sumaba poco más de 20 billones de pesos, de los cuales solo
el 23.41% corresponde a los ingresos de los obreros asalariados, cuando en
1994, año en que se puso en marcha el TLCAN, representaba el 32.96%. En otras
palabras, a partir de la integración a este bloque comercial recibimos casi 10%
menos de la riqueza total que producimos, mientras que las ganancias netas de
los dueños del capital en 1994 equivalían al 56.13% del Producto Interno Bruto,
pero 22 años después aumentaron al 66.40%.[2]
Por
estos resultados, del total de los países que integran la Organización
Económica para Cooperación y el Desarrollo (OECD), México es el que ocupa el
último lugar en las percepciones salariales de sus trabajadores, pero se
encuentra entre los primeros lugares en obtención de márgenes de ganancia para
los empresarios.
Sin
embargo, en la vida real entre obreros y campesinos pobres somos más de 80
millones de personas, representando casi el 80% de la población total, mientras
que los dueños del capital y la tierra suman poco más de 4 millones de
habitantes. De ello resulta que el ingreso promedio diario de un obrero es de
dos salarios mínimos, que en la actualidad es de $177.00, lo cual refleja la
gran pobreza y la depauperización existente de la gran mayoría de los
mexicanos, mientras que, por el contrario, los grandes empresarios reciben en
promedio aproximadamente seis millones de pesos al día de ganancia neta,
teniendo extremos como el de Carlos Slim, que gana hasta 143 millones de pesos
al día.[3]
Esta
extrema polarización de la riqueza se acompaña de una situación laboral también
de extrema pecarización, donde solo un puñado de obreros cuenta con empleo
permanente, mientras que la mayoría sobreviven del subempleo y de la economía
informal, donde no existen las prestaciones económicas. Pero ni siquiera los
obreros que tienen un contrato de empleo estable se salvan de esta degradación,
pues han perdido una gran cuantía de materia de trabajo que ha pasado a manos
del contratismo y el subcontratismo; sus prestaciones contractuales han venido
de más a menos y con las modificaciones recientes a la Ley Federal del Trabajo
está virtualmente abolida la jornada legal de ocho horas, pues es común
encontrar jornadas de nueve o hasta once horas, sin pago del tiempo extra
correspondiente.
Tales
modificaciones a la ley aceleraron la expansión del contratismo, la pérdida de
derechos laborales y la reducción de las percepciones salariales. Este entorno
de pauperización acelerada y de incertidumbre laboral no es ajeno a los
trabajadores de la Ciudad de México. De un total de poco más de 9 millones de
habitantes que había a 2015, solamente 4.14 millones tienen un empleo, pero si
descontamos a los que son patrones, a los que laboran por cuenta propia y a los
que viven de no de un salario sino de otro ingreso inestable como las propinas,
resulta que solamente 2.9 millones de trabajadores son asalariados.
Pero
de estos últimos nada más 1.6 millones tienen un contrato de planta; los demás
son contratos temporales o incluso laboran sin contrato alguno. Es el mundo del
llamado outsourcing, el contratismo
con una degradación laboral casi llevada al límite máximo.
En
consecuencia, del total de 7.1 millones de personas en edad de trabajar que hay
en la Ciudad de México, solamente 1.6 millones cuentan con un empleo
relativamente estable, es decir, el 21%. Lo demás está abandonado al desempleo,
subempleo, la economía informal y la indigencia. Y esto ocurre en una de las
ciudades de mayor crecimiento y producción de ingreso, donde el 11% solo
percibe un salario mínimo, el 34.6% hasta dos salarios mínimos y el 56%
sobrevive con hasta tres salarios mínimos al día.[4]
Nuestra
ciudad capital es fiel reflejo del proceso de involución impuesto por la
voracidad de los capitales norteamericanos al amparo del TLCAN, donde la
desindustrialización y el consiguiente rompimiento de las cadenas productivas
nacionales han acentuado la pobreza y degradado el proceso global de
producción. Hacia el año 2016 a nivel nacional el llamado sector servicios o
terciario alojaba al 60.74% de la fuerza de trabajo total ocupada, mientras que
en la capital representaba el 81% del total de los obreros y trabajadores
empleados; en las actividades primarias a nivel nacional se concentraba el
13.28% de los trabajadores con empleo, en tanto que en la capital representaba el
0.58%, y en la actividad industrial o también llamada sector secundario, se
empleaba al 25.43% de los trabajadores ocupados, en tanto que en la CDMX solo
lo hacía el 18.17% (Cuadro 1).
El
empleo de la mayor parte de la fuerza de trabajo en el sector servicios
coincide con la tendencia mundial del empleo, aunque en la Ciudad de México
este tipo de ocupación es muy intensivo, ya que supera en 20 puntos
porcentuales la media nacional. Siendo uno de los centros de aglutinación de la
migración laboral campesina desde los años de posguerra, la ciudad capital
tiene un bajo porcentaje de fuerza de trabajo dedicada a las actividades
primarias, muy por abajo del porcentaje nacional; y tratándose del sector
industrial, también se encuentra por debajo de la media nacional con menos de 7
puntos porcentuales de diferencia. Esto revela que la producción de capital
fijo (maquinaria, equipo, etc.) en la Ciudad de México se encuentra por los suelos, siendo la base de
la acumulación de capital y el desarrollo económico.
CUADRO 1.
POBLACIÓN OCUPADA POR SECTOR DE ACTIVIDAD A NIVEL NACIONAL Y EN LA CIUDAD DE
MÉXICO, 2016. Porcentajes
|
||||
SECTOR
PRIMARIO
|
SECTOR
SECUNDARIO O INDUSTRIAL
|
SECTOR
TERCIARIO O DE SERVICIOS
|
NO
ESPECIFICADO
|
|
NACIONAL
|
13.28
|
25.43
|
60.74
|
0.77
|
CDMX
|
0.58
|
18.17
|
81.0
|
0.25
|
Fuente: Construido con datos de: INEGI (2017). Encuesta nacional de ocupación y empleo. Consulta
interactiva de indicadores estratégicos (Infolaboral). Población ocupada
según actividad económica, en: www.inegi.org.mx y Anuario estadístico y geográfico de los
Estados Unidos Mexicanos, 2017
|
Pero
observando al interior del llamado sector terciario, la situación también es
dramática, pues de sus 3.3 millones de trabajadores, solo el 37% es trabajo
calificado, es decir, el alojado en los sectores de Comunicaciones, Transportes
y Correo, Servicios financieros, profesionales y corporativos, y del Gobierno y
organismos internacionales, mientras que el 63% está alojado en los servicios
que no requieren calificación tales como el comercio, restaurantes y hoteles,
domésticos, sociales y servicios diversos.[5]
La
economía de la CDMX es una economía mayoritariamente de servicios de baja o
nula calificación, lo que es reflejo del atraso económico y consecuencia del
apego de los gobiernos y de la oligarquía a los intereses de las grandes
corporaciones extranjeras, principalmente la estadounidense, patentado en las
reformas llamadas estructurales que terminaron por medrar el débil sector
industrial de la ciudad.
Socialmente
hablando, esta precarización se refleja en que únicamente el 36% de los
habitantes de esta ciudad tiene acceso a los servicios públicos de salud de
manera estable, es decir, bajo un empleo permanente; que la mayor parte de las
actividades culturales y recreativas se encuentren privatizadas y que solo el 18% de los jóvenes tienen acceso
a la educación profesional a cargo del Estado.
Por
lo tanto, un gobierno de la Ciudad de México que no se encuentre sometido a las
visiones neoliberales, a las formas más descarnadas y depredadoras de la
reproducción del capital, es obligado que tenga que dar un golpe de timón. En
lo laboral se enfrenta a necesidades tan apremiantes como retomar la senda de
la industrialización y del desarrollo, adecuándose a las formas más evolutivas
del proceso de producción, promoviendo la asimilación de las formas
tecnológicas basadas en la computación digital, la robótica, la biotecnología y
la nanotecnología. Debe acentuar la promoción de los servicios que tienen como
eje el trabajo calificado, salir del marasmo de la precariedad salarial y
laboral impulsando condiciones de vida y de trabajo dignas, mejorando
sustancialmente los ingresos de los trabajadores de nuestra ciudad y combatiendo
el individualismo, la depredación empresarial y el corporativismo mediante el
estímulo de las organizaciones sindicales auténticamente democráticas, el
fomento del trabajo asociado y de las formas cooperativas en la producción, el
consumo y las finanzas.
Mayo
de 2018
[1] Doctor en Economía, integrante de la planta docente de la Carrera de Economía
en la FES Aragón, UNAM.
[2]
INEGI. Anuario Estadístico de los Estados
Unidos Mexicanos, 2016 y 2017. Cuadros 13.4
[3]
LARA Sánchez, Miguel A. (2017). Políticas
públicas y reproducción del capital en México. www.estudioscriticos.org
Consultado el 3 de marzo de 2018.
[4]
INEGI (2017). Anuario Estadístico y
Geográfico de la Ciudad de México, 2017, Cuadros 10.2 y 10.3, México.
[5]
Ibid.
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